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General: La generación cubana del picadillo de soya hace memoria
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: administrador2  (Mensaje original) Enviado: 09/08/2013 16:30
 
Generación del Picadillo de Soya hace memoria
 
 
Por Frank Correa | LA HABANA, CUBA |  www.cubanet.org -
Tal vez en el momento que  el lector lea estas  líneas,  se  está conmemorando  los veinte años exactos del inicio del período especial, la marca mayor  infligida a la historia de Cuba en la última centuria.
 
Comenzó  en agosto del 1993, cuando el ex secretario del Consejo de Ministros Carlos Lage  anunció que la economía cubana tocaba  fondo,  y con ella los preceptos y las actitudes. Los estantes empezaron a vaciarse. El valor del  peso cubano se volvió una broma cuando  salió  el dólar a  la luz,  para convertirse  en el sueño y la pesadilla a la vez.
 
La tenencia del dólar fue perseguida como  un virus. Se decomisaban todos los dólares  ocupados a los individuos. A algunos les impusieron  condenas largas. Fue despenalizado en  1994  por la presión popular del “maleconazo”  y   paradójicamente   algunos de los sancionados aún siguen  presos, porque durante la condena se  complicaron con  delitos inherentes a la cárcel.
 
La verde cara de Washington,  viajó  de mano en mano con suma premura por esos días,  con  sigilo, con susto, escondida en las medias o los zapatos, detrás del tanque del retrete o aprisionada dentro del calzoncillo. Había que encontrar  un extranjero,  que se dignara a  comprarnos en las tiendas los productos prohibidos.
 
Utilizando el argot popular,  podemos decir que muchos cubanos se transformaron en ratas. Comían desperdicios, hurgaban en los latones de basura,  engullían pizzas que en vez de queso llevaban condones derretidos y también “bistecs” empanizados de colcha de trapear, según leyendas urbanas de la época. La capacidad de  depredación  llegó a niveles límites. Perros,  gatos,  auras,  totíes,  morena de mar. Hasta el pez león,  una extraña especie del océano Índico  que  osó acercarse  a la orilla de un  país  donde se libraba una batallaba campal por la supervivencia. Fue extinguido.
 
Los vagabundos pulularon, igual que dementes y suicidas. En la sociedad comenzó a crecer y desarrollarse la enfermedad  del alcoholismo, como vía de escape contra  los caminos sin salidas. El  alto costo de la vida obligó  al  padre de familia que no podía comprar  ron bueno para olvidar sus penas,  a beber alcohol de farmacia. Apareció  una maquinaria  clandestina de producción de barbaridades  como  chispa de tren,  gualfarina,  calambuco. Aquellos  borrachos  frustrados,  sin  fuerzas  ni carácter,  ni  incentivos para educar a sus hijos, no los atendieron  y  ellos,  desde temprana edad perdieron cualquier esperanza de futuro y siguieron a sus padres por el camino del alcohol,  acabando con sus destinos.
 
Algunos la llaman la Generación del Picadillo de Soya, que  disparó a cifras incalculables la estafa y el robo de carteras. El trapicheo, la venta ilícita.  Impusieron dos monedas, una débil con la que  pagaba el estado  los  salarios  y una insultante con la que se compraban las cosas. De repente todo tuvo   un precio  altísimo en el mercado negro. Una pecera  sin uso en un rincón llegó a costar ochocientos pesos y una libra de arroz cincuenta y cinco. La inflación.
 
En el campo se cambiaba una tonga de ropa usada por un carnero, así como un par de botas por un puerco. Muchos individuos caminaban en caravana  por  los campos de Pinar del Río como zombis, cambiando jabón y  detergente por arroz viandas. El trueque.
 
Antes que se liberara el mercado agropecuario en el 94,  en Marianao había que hacer una cola desde la noche anterior  para comprar carne cuando alguien mataba un puerco en el barrio.
 
Para  subir a un  ómnibus se escenificaron verdaderas  tramas de películas trágicas.  El  aceite destinado a la producción de pan y dulces se vendía en el mercado negro, también  la sal, el azúcar, y cualquier cosa que reportara dinero. Los trabajos más buscados fueron  aquellos  donde se pudiera robar, o cargar  comida. El jineterismo instauró una verdadera revolución en la concepción de la familia.  Viajar al extranjero se convirtió en una condición de vida.
 
Los puestos de trabajo en  los centros laborales donde se operara con turismo, adquirieron  precios.   Operador de una gasolinera:  trescientos dólares;  dependiente en una tienda de divisas: doscientos; cocinero: cien. La diferencia en las posibilidades para enfrentar  la crisis, entre de los que podían acceder al dólar, ahora  cuc, y los que debían inventar para conseguirlos se  abrió como una brecha  en la identidad cubana.
 
En 1997,  el ex secretario  Lage  dijo, en una aparición en público, que la economía cubana había terminado de tocar fondo y  comenzaba a subir. Luego Machado Ventura y Marino Murillo lo han ido repitiendo muchas veces,  pero  la realidad  aún espera por el milagro a la alza.  Hoy la mitad de los hombres en edad laboral, que son los llamados a propiciar la  emersión,   “trabajan”   sentados  en un taburete en  las puertas  de sus casas, vendiendo barajitas confeccionadas por cuentapropistas con materiales robados  al estado, o traídas del extranjero por mulas.
 
Una medalla merecemos, por empeñarnos en sobrevivir durante estos absurdos veinte años “especiales”.
 
CubaNet Noticias


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