Tarde de perros
“Esta gente le mete miedo al miedo por cualquier vía, pero hay que seguir”.
El exceso de perros de todo tipo es lo que nos tiene mal.
El pasado domingo, un despliegue de policías y del resto de los cuerpos integrados a las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y al Ministerio del Interior (Minint) , alarmó en el primer instante a no pocos vecinos de la Plaza de Armas; también a transeúntes que paseaban cerca.
La inusual cantidad de militares acompañados de perros que se dirigían hacia esa parte del Casco Histórico de La Habana Vieja, levantó innumerables comentarios entre quienes, desde los balcones, ventanas o calles, se preguntaban viva voz: “¿Un operativo? ¿Un muerto de nivel?”.
Pero esta vez los ladridos no llegaron al río (o al mar) y los perros no seguían el rastro de un ladrón, un asesino ni un violador, ni tampoco se utilizaban para disuadir de una fuga a vendedores ilegales de tabacos, estafadores, proxenetas, acosadores de turistas y otras “prendas” que “luchan” en esa zona de la capital.
El hecho de que coroneles, oficiales, clases y soldados de las diversas fuerzas coparan el escenario habitual (calle Tacón) de presentaciones de libros, compañías danzarias y la Banda Nacional de Conciertos, entre otras propuestas culturales, era para un ejercicio de la técnica canina de disuasión.
Una joven que luchaba en vano por acallar a su pequeña hija, cuyos gritos competían con los ensordecedores ladridos de los perros, expresó: “Se me jodió la tarde. Después de corretear tras la niña toda La Maestranza (parque infantil), vine aquí a descansar, y mire la que se armó. Total: ¿para qué?”.
Un señor a su lado, apenas sin mirarla, dijo: “Señora, sin el miedo que meten esos perros y las cosas que hacen para frenar a la delincuencia y la ilegalidad, estaría muy mal este país”. Ella, también sin mirarlo, respondió: “El exceso de perros de todo tipo es lo que nos tiene mal.
De un extremo a otro de la calle de madera, unos cajones de saltos, rampas y otros aditamentos estaban listos para la demostración. Perros de diversas razas empleados por los guarda fronteras, en las aduanas, crímenes y robos, y en las calles del país, comenzaron a enseñar su maestría sin levantar expectación.
“Si cuando robaron en mi casa esos perros se hubieran mostrado tan expertos como aquí, de seguro yo estaría viendo televisor y no parada en este lugar, expresó una señora y agregó: “No estoy contra los perros, pero no creo en la policía, ni en la utilidad de esa combinación animal”.
Entre ladridos y ejercicios, la tarde de domingo se fue. Calle Obispo abajo, los comentarios brotaban a granel. Ni con diez perros lograron encontrar al asesino de mi hermano mayor. ¿Viste qué perrón? Limpiaron el Ten Cent y el perro se mareó. Por nada pierde la canilla por la mordida del animal.
Todo volvió a la normalidad. Los barrenderos, a recoger la mierda de canes, los cucuruchos de maní, las hojas de los tamales y otros desperdicios. Las papeleras, limpias como un cristal. “Los luchadores”, de nuevo a su labor.
Otra tarde de perro, aunque distinta, para la población. Muchos de los asistentes coincidieron al expresar:
“Esta gente le mete miedo al miedo por cualquier vía, pero hay que seguir”. Los ladridos se alejaban cada vez más.