Recuerdo aquellos días grises y tristes de octubre de 2003. Estaba dejando la Sala de Navegación del Instituto Cubano del Libro, cuando una docena de gente salía con algarabía hacia la calle. Eran los chicos de Cubaliteraria y algunos de la Cátedra Haydeé Santamaría. Me sumé a ellos. La novedad era el impacto de Suite Habana, una película documental, de Fernando Pérez, recién estrenada en el cine Chaplin.
El impacto que ese documental tendría en el público cubano fue algo así como “basta de soñar despiertos, hay que coger la realidad por el sartén e impulsar nosotros (los jóvenes) los cambios”. Sin embargo, todo fue euforia y luego languideció. Ya había pasado la redada a los 75 de la Primavera Negra y no se visualizaba un futuro próspero.
En Suite Habana sobraban las palabras. Estaban la imagen, el ruido urbano y la fotografía de la vida de cualquier cubano. A uno de ellos, bailarín del Ballet Nacional, se le está cayendo la casa y contempla su realidad con forzada resignación. Mientras llueve, se recuesta a la puerta para observar el aguacero. Sabe que esta situación es el preludio para que él y su madre vacíen las palanganas desbordadas. Después, con la escoba y el trapeador, escurrirán el agua hacia el patio central de la casa. Es la vida de este joven, cuya aspiración consiste en ser un gran bailarín y poder reparar algún día su casa.
Otro personaje es el pantrista que sale del trabajo en bicicleta y va a ganarse la vida como payaso en cumpleaños infantiles. Ofelia es la vívida estampa de la desesperanza y la lucha por la subsistencia diaria, a las que están sometidos los cubanos de la tercera edad. Tostar maní hasta la madrugada y, durante el día, permanecer horas caminando o detenida en el Paseo del Prado, ofreciendo sus cucuruchos, se convierte en la única razón de su vida.
Para Francisquito, un niño con Síndrome de Down, la vida transcurre bajo el amor y el cuidado de sus abuelos y su papá. Este abandonó su profesión de arquitecto para dedicarle más tiempo, porque la madre falleció cuando el chico tenía 3 años. El padre se esmera para que el plato de arroz con frijoles no le falte a diario.
Para el lavandero del Hospital La Covadonga, de 33 años, la vida nocturna tiene otra dinámica. Unos tacones muy altos, un vestido plateado y una peluca se convierten en su atuendo. Quizás le propiciaran algún día hacer realidad su sueño: cantar en un club. Esa es su meta.
En el mismo año de su estreno, Suite Habana fue calificada por la crítica como uno de los mejores filmes de la década y de la historia del ICAIC. Diez años después, apenas se recuerda, y no es exhibida por la televisión nacional. A la cúpula del poder no le conviene que se evidencie, una vez más, que los sueños de bienestar social no se han cumplido. Mientras, las llamadas “reformas raulistas” son un espejismo, y la vida de los cubanos continúa siendo una agujero negro.