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General: ¿POR QUÉ ERES GAY?
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: ciudadano del mundo  (Mensaje original) Enviado: 01/12/2013 16:21
flag5.gif (2426 bytes)¿Por qué eres gay?
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Aunque a la mayoría de nosotros nos importa bien poco por qué somos homosexuales (los somos y punto), lo cierto es que se trata de una cuestión muy interesante desde el punto de vista científico y que, además, tiene mucha trascendencia en el nivel jurídico-político. De hecho, en estos momentos en los que se discute en tantas Cortes y Parlamentos sobre el matrimonio igualitario, los debates sobre lo innato o adquirido (o elegido) de la homosexualidad están en todos los medios y redes sociales haciéndose uso, en algunos casos, de materiales completamente sesgados. El artículo de este mes trata de ofrecer una visión clara del porqué de la homosexualidad masculina.
 
¿Necesitamos definirnos?
A menudo me preguntan si es tan necesario definirse (o “etiquetarse”) y yo contesto que, desde el punto de vista de los derechos humanos o civiles no es importante en absoluto: todos somos iguales sin discusión. Pero no es así desde el punto de vista de la psicología. Ya hace décadas que Maslow (1943) estableció su famosa jerarquía de necesidades y, en la cúspide de la pirámide que describen, situó la necesidad de “self-actualization” que definía como “el deseo de ser cada vez más lo que uno es, para convertirse en todo en lo que uno es capaz de convertirse” y que resumía en una de esas citas para la historia de la psicología: “lo que un hombre puede ser, tiene que ser”.
Las necesidades no satisfechas, según este autor, alteran el comportamiento de las personas y, así, una necesidad no resuelta de “autoactualización”, podía desencadenar fácilmente problemáticas como depresiones o alienación. Por tanto y por más que eso de “todos somos personas” sea una hermosa filosofía de vida y un bonito modo de mirar a los demás (que también comparto), a niveles psicoemocionales, para sentirnos desarrollados como seres humanos, necesitamos poder llegar a ser lo que verdaderamente somos… ¿y cómo pretendes hacerlo sin saber quién eres, sin definir quién eres? Para tomar las riendas del propio destino, para comenzar a realizarse, uno necesita saber quién es. Porque sólo sabiendo quién eres podrás saber cuál es tu propio camino... y recorrerlo. Poder definirte como homosexual es el primer paso en el camino de realizarte como el ser humano concreto y particular que tú eres. Por tanto, a la pregunta de si necesitamos definirnos, el psicólogo contesta “sí”.
 
El (obsoleto) debate sobre si el homosexual nace o se hace.
      Las legislaciones de aquellos países donde se considera la homosexualidad como una enfermedad (o trastorno), son las más represoras contra esta orientación sexual. Por el contrario, en aquellos lugares del mundo donde se asume que la homosexualidad es una más de las orientaciones sexoafectivas que puede tener el ser humano, se ha reconocido (o se encuentran en proceso de) que nos asiste el mismo derecho a regular nuestras uniones sentimentales por medio del matrimonio que al resto de conciudadanos, así como el derecho de crear nuestras propias familias.
 
      Esta es la razón por la que los opositores al matrimonio igualitario se empeñan en tratar de demostrar que la homosexualidad no es algo innato porque, al serlo, no podrían justificar su negativa a que podamos ser asistidos por el mismo ordenamiento jurídico que los heterosexuales (cuya orientación sexual también es innata). Aprovechando que durante los meses vacacionales no publicaré en la revista “Gay Barcelona”, este mes mi artículo extenso tendrá un cariz más científico que divulgativo y daré repaso a aquellos hallazgos en los que se apoyan (a) la visión sobre la homosexualidad de los expertos en conducta humana y con ello (b) el reconocimiento de la igualdad jurídica por parte de los expertos en derecho. Como corresponde a un texto de esas características, mis aseveraciones irán acompañadas de citas a estudios empíricos que han demostrado aquello que explico (y cuyas referencias aparecen al final por si las quieres consultar) tratando de ofrecer una revisión bibliográfica que repase aquello que sabemos sobre la causa de la homosexualidad y, también, sobre cómo hemos llegado a saberlo.
 
      Según nos explica Jacques Balthazart en su Biologie de l’homosexualité (p.161), “existen dos tradiciones principales de teorías que se utilizan para explicar la homosexualidad: en unas se asigna un lugar importante a los efectos biológicos y en la otra a los efectos ambientales (antecedentes parentales y/o educación). El mundo anglosajón, en las últimas décadas, se ha tendido a favorecer una explicación de naturaleza biológica. En cambio, las sociedades latinas (Francia, Italia, España) tienden a creer que la orientación sexual está determinada en gran medida por la interacción social (en particular con los padres) a la que el individuo fue expuesto durante su desarrollo. Esta interpretación se apoya ampliamente en la literatura freudiana y en la de inspiración post-freudiana, que afirman que la homosexualidad (masculina) es el resultado de una infancia en la que el padre estaba ausente (física o emocional y/o intelectualmente) y en la que la madre jugó un papel (demasiado) dominante. Es importante tener en cuenta que estas interpretaciones generalmente no se basan en estudios cuantitativos controlados sino que, simplemente, surgen anecdótica o narrativamente de casos de psicoanálisis cuyo valor y objetividad científica eran a menudo puestos en duda (ver Dufresne, 2007)”. Como antes anuncié, este artículo está dedicado a revisar las investigaciones más recientes para intentar ofrecer una visión comprensiva de por qué un hombre homosexual lo es.


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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: ciudadano del mundo Enviado: 01/12/2013 16:29
flag5.gif (2426 bytes)Errores habituales que se comenten en torno a la homosexualidad.      20120208135543_x.jpg (900×675)
La APA define la orientación sexual como “un patrón permanente de atracción emocional, romántica y/o sexual hacia hombres, mujeres o ambos sexos. La orientación sexual también se refiere al sentido de identidad de una persona basada en esos elementos, conductas relacionadas, y la pertenencia a una comunidad de personas que comparten esa atracción. Las investigaciones realizadas durante varias décadas han demostrado que la orientación sexual se extiende a lo largo de un continuo, que va desde la atracción exclusiva por el otro sexo hasta la atracción exclusiva por el mismo sexo. Sin embargo, la orientación sexual generalmente se discute en términos de tres categorías: heterosexual (sentir atracción emocional, romántica o sexual por miembros del otro sexo), gay/lesbiana (sentir atracción emocional, romántica o sexual por miembros del mismo sexo) y bisexuales (sentir atracción emocional, romántica o sexual por hombres y mujeres)”. (APA, 2008).
En concreto, la homosexualidad se define como “la tendencia interna y estable a desear afectiva y sexualmente a personas del mismo sexo, con independencia de su manifestación en prácticas sexuales” (Baile Ayensa, J. I., 2008) y es una definición que aclara el error bastante común de equiparar la orientación sexual con las prácticas sexuales. Lo que te hace homosexual no es con quién tienes sexo sino de quién te enamoras (como diría Torrente: “puedes hacerte unas pajillas con un tío pero sin mariconadas”).
Siendo serios y hablando de prácticas sexuales, sabemos (Diamond, 1993) que en culturas donde son habituales las prácticas homosexuales durante la juventud (antes de poder tener acceso a las mujeres), no se encuentra una mayor prevalencia de homosexuales adultos. Y lo mismo sucede en culturas donde existen ritos que incluyen prácticas homosexuales, como en algunos lugares de Papúa Nueva Guinea, donde se sostiene que los hombres jóvenes pueden adquirir sabiduría felando y bebiendo el semen de hombres mayores.
 
En esas poblaciones tampoco encontramos un mayor número de parejas homosexuales adultas sino que este número es muy similar al que podemos encontrar en otras culturas menos tolerantes. Por tanto, no podemos confundir homosexualidad con prácticas sexuales ni con homoerotismo porque la orientación sexual, aunque las incluye, es mucho más amplia que las prácticas sexuales o la atracción erótica y porque, por mucho que las prácticas sexuales estén consentidas en una sociedad, ello no implica que haya más parejas homosexuales en esa sociedad que en otras donde tales prácticas no sean tan bien vistas.
 
      Otro error que se suele cometer es el de considerar que la homosexualidad es algo elegido, aprendido o adquirido. Nada más lejos de la realidad. En la obra citada anteriormente (Balthazart, 2010, pp 167 y siguientes) encontramos una revisión extensa sobre este punto y señala preguntas que las teorías del aprendizaje no pueden explicar sobre la homosexualidad: ¿qué padres heterosexuales enseñan a sus hijos a ser homosexuales? o ¿cómo puede ser más fuerte lo que te enseñe un “supuesto pervertido” en la calle que toda la educación recibida por parte de tus padres? De otra parte, tenemos estudios (Stacey & Biblarz, 2001) demostrando que los hijos de pareja de padres/madres homosexuales suelen ser heterosexuales en un 90% (igual que los criados por parejas heterosexuales) lo que demuestra que, ni siquiera teniendo un modelo de pareja homosexual en tu propia casa, adquieres un comportamiento homosexual: no te vuelves homosexual si no lo eres. Finalmente, es sabido en psicología que toda conducta adquirida puede “desaprenderse” y es bien conocido que no se puede dejar de ser homosexual (Besen, 2003; Seligman 2009). En el inicio de la década de los 2000, hubo una polémica sobre un estudio (Spitzer 2003) donde se concluía que algunos homosexuales podían, al menos gradualmente, modificar su orientación. Sin embargo, la metodología del mismo resultó muy endeble puesto que consistía en recoger las respuestas a un cuestionario telefónico realizado por pacientes de terapias de conversión (para dejar de ser gais) y, además, esos “exgais” eran miembros previamente seleccionados del programa que en ese momento, se dedicaban a labores de “ministerio” con lo que, difícilmente, se les podría considerar una muestra verdaderamente representativa (Drescher & Zucker, 2006). Finalmente, Spitzer tuvo que reconocer su error y corregir sus afirmaciones (Spitzer, 2012 

Casualmente, justo escribiendo este artículo, salta la noticia de que “Exodus” la mayor organización cristiana del mundo dedicada a la “curación de la homosexualidad” cierra sus puertas mientras pide perdón por sus mentiras y todo el daño que han causado a las personas homosexuales en sus 35 años de existencia.       Finalmente, aquellas teorías que afirman que la homosexualidad es algo construido socialmente, se enfrentan a preguntas que no pueden responder. En efecto, la construcción social, te permite comprender por qué vivimos nuestra sexualidad conforme a determinados roles (más arquetípicamente masculino, más camp, etc.) pero no puede explicar cómo es posible que algunas personas elijan conductas “desviadas de la norma” como expresión personal. Aunque se esgriman argumentos relativos a la desobediencia o la reactividad (que habría que ver cómo aplicárselos a los niños de 6 años que ya manifiestan sentirse atraídos por otros niños), dejan sin explicación un fenómeno como el hecho ya mencionado de que el porcentaje de personas homosexuales sea relativamente constante en todas las culturas al margen de lo permisivas o no que éstas sean con la homosexualidad. Como señala Balthazar al respecto de estas teorías: “si la homosexualidad es una construcción cultural, su distribución debería variar en función de la actitud de esa cultura” y esto es algo que no sucede así (Diamond, 1993).
 
Ser gay es innato.
      Si no es algo elegido ni aprendido, entonces la homosexualidad debe ser algo innato. De hecho, a cualquier homosexual que le preguntes, te dirá que siempre ha sido gay al margen de lo mucho o poco que le costase asumir que lo es. Y, si la homosexualidad es innata, debe tener una causa biológica porque todo lo que es innato es biológico. Y, si es biológica, debe poder localizarse en algún lugar de nuestros genes o de nuestros cerebros (no va a estar en el “aura”). Así parece que es. Y estamos empezando a descubrirlo.
El primer lugar al que miró la investigación fueron los niveles hormonales de las personas homosexuales. Se había comprobado que, cuando les inyectas hormonas femeninas, los ratones machos adoptan la postura de lordosis (el culito en pompa) para ser montados por otros machos y que cuando inyectas hormonas masculinas en ratonas, éstas montan a otras hembras. Así que se pensó que los hombres gais debíamos tener menos hormonas masculinas (o más hormonas femeninas) que los hombres heterosexuales. Sin embargo, la comunidad científica salió de ese error tan tempranamente como en los años 70 del siglo pasado (Brodie, Gartrell, Doering & Rhue, 1974) demostrando que los homosexuales tenemos los mismos niveles hormonales en sangre que los heterosexuales.
  
Lastimosamente, algunos médicos de determinados lugares no quisieron darse por enterados y los hay ignorantes con alevosía. Recuerdo una conversación, hace un par de años, con uno de mis pacientes. Me contaba que su familia no aceptaba su homosexualidad y que su madre lo llevó a una clínica en su país (era latinoamericano) para “curarse”. Allí le inyectaron testosterona y, bueno… yo sé que el aumento de testosterona en sangre no te vuelve hetero sino que te sube la libido, por lo cual le pregunté:
-    ¿Y qué te pasó?
-    ¡Ay, calla! Qué desastre: ¡me volví más puta!
¡Qué arte de respuesta! La verdad era que el chico lo había pasado muy mal y estuvimos hablando de ello largo rato porque, para él, fue tremendo sentir que sus deseos sexuales hacia otros hombres, contrariamente a lo que debía suceder según aquel ¿médico? se hacían aún más irrefrenables. Su autoconcepto sufrió muchísimo: ¡era un “vicioso incurable”! y ni qué decir de su autoestima. Por suerte y gracias a que conservaba intactos su sentido del humor y su inteligencia, pudo tomar distancia de aquellos eventos y analizarlos con más perspectiva, cosa que le sirvió para superar el dolor que le causaron (aunque, desgraciadamente, no todos han sido tan afortunados y tan resilientes como este chico). En fin, a lo que íbamos: tu nivel de testosterona en sangre no tiene nada que ver con tu orientación. Entonces, ¿qué pintan las hormonas en todo esto? Pues mucho, pero no cuando ya has nacido, sino en los momentos en los que aún eres un feto. Es difícil realizar estos estudios porque supondrían (a) tomar medidas de los niveles hormonales del feto en diversos puntos de la gestación y (b) esperar a que esos fetos se hayan convertido en hombres adultos para ver cuáles de ellos son gais y comparar cuáles eran sus niveles hormonales cuando fueron fetos (¿te imaginas que follón?) Aún así y siendo difícil hacer estudios directos, podemos establecer hipótesis bastante plausibles ya que tenemos datos que provienen de personas nacidas con intersexualidad donde está demostrado que los niveles hormonales fetales no son los estándares y donde las prevalencias de homosexualidad y bisexualidad son más altas que en el resto de la población (Zucker, Bradley, Oliver, Blake, Fleming & Hood J., 1996; Dittmann, Kappes & Kappes, 1992). Por otra parte, tenemos modelos animales (algunas áreas de nuestros cerebros son más parecidas a las de un carnero de lo que a muchos les gustaría admitir) y también tenemos estudios hechos a partir de medidas antropométricas (de zonas del cuerpo) que correlacionan con los niveles hormonales fetales.
 
Estos últimos estudios son de lo más variopinto y uno de ellos fue especialmente llamativo porque relacionaba la homosexualidad con el tamaño del pene (no, no has leído mal: cuanto más larga, más maricón). La idea que mueve estos estudios es la de que hay unos determinados niveles hormonales fetales que preconfiguran algunas de nuestras áreas cerebrales para que nos sintamos atraídos por otros hombres. Pero resulta que puedes ser gay tanto si tienes poca testosterona en tu cerebro fetal como si tienes mucha. Si tienes poca testosterona fetal es posible que otros comportamientos tuyos sean más próximos a los de los clichés femeninos (Martin & Nguyen, 2004) pero también puede darse el caso contrario. Hay estudios que muestran que los niveles altos de testosterona fetal pueden correlacionar con una orientación homosexual. En el caso tan llamativo del estudio correlacional al que antes me refería, se ponía en relación la longitud del pene con la homosexualidad (Bogaert, A. & Hershberger, S., 1999) demostrando que los gais tenemos el pene más largo que los heterosexuales (¡en serio!). Dos puntualizaciones son pertinentes: en primer lugar, la diferencia era sólo de 0,8 cms, (tampoco empecemos a tirar cohetes) y la segunda puntualización está relacionada con la explicación: ¿cómo es posible que un nivel alto de testosterona ocasione una “feminización” de un área cerebral? La hipótesis que se sugiere es que otra forma de que la porción de tu cerebro correspondiente a la orientación sexual se configure en “modo gay” es que tengas un nivel alto de testosterona fetal, cosa que hace que tu pene sea mayor y que tengas pinta de macho alfa. Ese excedente de testosterona, sin embargo y a la hora de actuar sobre el cerebro, sufrirá un proceso llamado “aromatización” mediante el cual se transformará en estradiol (una hormona femenina) debido a la intervención de una enzima llamada aromatasa. Parece una hipótesis atrayente ya que, juntos, ambos fenómenos (homosexualidad como resultado de un nivel más bajo y homosexualidad como resultado de un nivel más alto de testosterona fetal) explicarían que haya gais más arquetípicamente masculinos y otros con una gestualidad mas femenina. De momento, los estudios, aunque bien encaminados, no son concluyentes (DuPree, Mustanski, Bocklandt, Nievergelt & Hamer, 2004) ¡así que toca seguir esperando para tener una respuesta definitiva!
 
Nos gusta el olor a tigre.
   
La siguiente pregunta que corresponde es ¿cómo actúan estas hormonas fetales? Pues, como ya mencioné antes, parece ser que preconfiguran determinadas áreas de nuestros cerebros para que, por ejemplo, respondan a las feromonas masculinas (Savic, Berglund & Lindström, 2005). Estos investigadores suecos demostraron que tanto las mujeres heterosexuales como los hombres gais respondemos a las feromonas masculinas activándosenos unos núcleos neuronales que tenemos en el hipotálamo (en la base de nuestro cerebro) de los que se sabe -desde hace tiempo- que están implicados en la conducta sexual.
Ampliando un poco y según todo indica, el impacto de la testosterona fetal se da en una serie de núcleos de nuestros cerebros que parecen ser muy buenos candidatos para contener la base neurológica de la orientación sexual. Hasta ahora, el que más apoyo empírico ha recibido en este sentido es el INAH3, que se encuentra en la parte anterior del hipotálamo. El primer investigador en hacer mención a este núcleo fue LeVay (1991) quien publicó en Science un artículo tan rompedor que recibió numerosas críticas. Sin embargo, esas críticas, no pudieron resistir el peso de la evidencia posterior e incluso algunos autores que se mostraron críticos en un inicio, terminaron encontrando resultados similares en sus propias investigaciones y dando la razón a LeVay (Byne, Tobet, Mattiace, Lasco, Kemether, Edgar, Morgello, Buchsbaum & Jones, 2001) concluyendo que la morfología del INAH3 guarda relación con la orientación sexual.
 
      ¿Así de sencillo? Sí: así de sencillo. Pero no es que la homosexualidad sea así de sencilla… ¡la heterosexualidad también lo es! Que a un ser humano le atraigan los hombres o las mujeres (o ambos) es algo muy simple: bien reacciona sintiéndose atraído por su fisonomía y/o por sus feromonas. Y poco más. No te olvides que, para los homosexuales -al igual que les sucede a los heterosexuales con las mujeres- que te guste un determinado tipo de hombre, que seas partidario de un cortejo prolongado o de ir directos a la cama, que quieras formar un hogar, que necesites estar junto a un hombre que tenga determinados valores y un etcétera tan largo como te apetezca, no tiene que ver con tu orientación sexual, sino con tu biografía, con tu educación y las preferencias que has llegado a tener a partir de tus experiencias vitales. Pero aquí, al igual que en el caso de los heterosexuales, no interviene tu orientación sexual sino algo muy diferente: tu personalidad. Y ésta sí que depende de tu biografía. No hay diferentes homosexualidades sino homosexuales con diferentes personalidades del mismo modo que no hay diferentes heterosexualidades sino heterosexuales con diferentes personalidades (el putero, el monógamo, el asceta, el workaholic, el futbolero o el padre de familia, por poner algunos ejemplos). Y es en esa diversidad de personalidad, de planteamientos vitales y de modos de querer vivir tu afectividad donde entran todas las demás áreas del cerebro y que hacen que el universo de las relaciones sentimentales sea mucho más que atracción pura y dura. Pero, insisto, eso ya no es orientación sexual sino personalidad.
      ¿Y qué sabemos de estos núcleos? Que reaccionan a las feromonas y que influyen en nuestra atracción sexual (Roselli, Larkin, Schrunk & Stormshak, 2004). En el caso de los humanos, esto implicaría también con quién queremos mantener un vínculo afectivo Otro dato curioso es que sus dimensiones se asientan hacia los 10-15 años y que, a partir de ahí, se mantienen estables hasta la muerte (Swaab & Hofman, 1988) lo cual concuerda con las edades a las que la orientación sexual se termina de definir. Ahora bien… ¿por qué sucede todo esto? ¿Cómo sucede todo esto?
 
¿Todo está en los genes?
      La investigación se completó, lógicamente, con la investigación genética: si algo es innato, debe estar en los genes de esa persona, ¿no? Pues sí… o no. Bueno, depende. Y, a veces ni es necesario.
En lo referente a los genes se ha hablado e investigado mucho. Hoy mismo, si entras en el buscador científico Scirus (
http://www.scirus.com/), eliges la opción “journals” y escribes “homosexuality gene” en el cajón de búsqueda, obtendrás 1.226 referencias a estudios y publicaciones sobre el tema. Eso nos muestra la cantidad de información que se maneja sobre el asunto. La investigación comenzó allá por los 50 del siglo XX con el trabajo de Kallman (1952). Este autor investigó parejas de gemelos monocigóticos (que comparten todo su ADN) y dicigóticos (que sólo comparten el 50% de su ADN) y calculó la proporción de parejas donde ambos eran gais. En las parejas de hermanos dicigóticos, la proporción era del 42,3%. Sin embargo, en los gemelos monocigóticos, aquellos que compartían toda su información genética, la proporción encontrada fue del 100%. Resultados tan espectaculares no se han vuelto a replicar y eso hacía pensar que, aunque la evidencia a favor del componente genético era clara, debía existir algo más. Otro estudio con hermanos gemelos arrojó resultados significativos aunque no tan amplios. Bailey y Pillard (1991) hallaron una concordancia en homosexualidad del 52% en gemelos monocigóticos, del 22% en gemelos dicigóticos, y del 11% en los hermanos adoptivos de hombres homosexuales, lo cual sigue siendo un resultado que demuestra ampliamente la influencia genética en la homosexualidad.
 
En 1993 Hamer y su equipo, publican en Science un artículo sobre el Xq28, un marcador en el cromosoma X que parece guardar relación con la homosexualidad masculina (no se han encontrado genes similares en la homosexualidad femenina). Este trabajo inició una considerable polémica e investigación posterior, cosa que explica los mil y pico estudios que mencioné antes. En estos momentos y gracias a que cada vez tenemos un conocimiento más profundo de los mecanismos de funcionamiento de los genes, se ha encontrado una respuesta a por qué la concordancia en orientación sexual no es del 100% en gemelos monocigóticos y por qué no se ha encontrado un “gen gay”: la epigenética. En 2012 se publicó un modelo explicativo que daría cuenta de la mayoría de factores encontrados como generadores de la homosexualidad (Rice, Friberg & Gavrilets, 2012). Las cosas, según este modelo, serían más o menos como siguen: (1) el patrimonio genético de la humanidad cuenta con algunos genes -que van pasando de una generación a otra- y que promoverían unos determinados ambientes hormonales fetales. (2) La epigenética (una serie de mecanismos que hacen que determinados genes se manifiesten o que no se manifiesten) es la responsable de que, a lo largo de las sucesivas generaciones, a veces se produzcan niveles más altos o más bajos de los estándares en fetos varones de forma que (3) esos niveles hormonales del periodo fetal preconfigurarán determinadas áreas cerebrales en el modo que ya hemos visto anteriormente.
Es decir: no es que haya un gen gay, lo que hay es una serie de genes que, si se manifiestan (dependiendo de mecanismos epigenéticos), ocasionan determinados niveles hormonales durante el periodo fetal, lo cual, si sucede en unos momentos concretos del periodo de gestación, configuran determinadas áreas cerebrales con orientación homosexual.
 
Incluso se sabe que los genes no son necesarios. Existe una correlación entre el orden de nacimiento y la orientación homosexual en varones de forma que, cuantos más hermanos varones mayores tengas, más probable será que tú seas homosexual. Evidentemente no significa que no puedas ser gay si eres el mayor de tus hermanos (¡aquí estoy yo mismo!) sino que, los varones pequeños de familias con muchos hermanos varones, tienen muchas más probabilidades de ser gais. Bogaert (2006) demostró que el efecto no se debía a haber sido criado en una familia con muchos otros varones “donde la madre mime al benjamín hasta hacerlo gay” pues incluyó en su estudio un grupo control donde se tenía en cuenta la orientación sexual de varones menores adoptados criados en familias con muchos hermanos mayores. En los menores adoptados no se daba este efecto “homosexualizante” así que se concluyó que ello debía guardar relación con el orden de nacimiento. Además, es muy interesante saber que este efecto no se produce si lo que tiene el niño son muchas hermanas mayores. Por estas razones se especula (Blanchard & Klassen, 1997) con la posibilidad de que el útero materno cree anticuerpos para defenderse de un antígeno que secreta el feto masculino (el antígeno H-Y) menguando el poder virilizador de éste. Así, el cerebro no se masculiniza al modo estándar. A más hermanos mayores, más anticuerpos ha generado la madre, más intenso se hace su efecto por acumulación y, por tanto, se da una mayor probabilidad de que se produzca el proceso de feminización (o no masculinización) de ciertas áreas cerebrales.
 
Finalmente vemos que nacer homosexual es un proceso de tal complejidad y donde intervienen tantos factores que, para tranquilidad de los paranoicos de la eugenesia, ni se puede predecir, ni se puede evitar: siempre nacerán homosexuales… ¡por los siglos de los siglos!
 
Mamá naturaleza cuida de nosotros.
      Una de las cuestiones más curiosas que el mundo académico se plantea sobre la homosexualidad es cómo ésta aparenta contradecir la teoría de Darwin: si (en principio) no nos reproducimos, ¿cómo es que los homosexuales no nos extinguimos? Antes de responder que hay gais que han tenido hijos con mujeres, piensa en otras especies donde, los que son homosexuales, nunca se reproducen, como es el caso de los pingüinos. ¿Por qué no deja de haber pingüinos gais si los que hay nunca se reproducen y, de este modo, no pueden legar sus “genes gais”? Por si la pregunta no tuviese suficiente miga, ya hemos visto que, a medida que se investigaba sobre las causas de la homosexualidad, se fueron encontrando más y más evidencias de que la homosexualidad aparecía debido a una serie considerable de diferentes factores (genes, epigenética, hormonas, etc.). La ciencia estaban en ascuas hasta que llegó la sociobiología y ofreció una respuesta: en los seres humanos, así como en otras especies sociales, la homosexualidad garantiza una tasa óptima de reproductividad. Primero porque no todo el mundo se reproduce, ayudando a evitar la sobrepoblación y segundo porque, en caso de fallecimiento de los padres, las crías siempre tendrán unos padres de reserva que se hagan cargo de ellas. Así, cada generación de “cachorritos” humanos tendrá unos padres o madres de reserva que se encargarán de darles una infancia feliz en un hogar protector y cálido. De esta manera, la homosexualidad cumpliría una función en la reproducción de la especie, que se referiría a que las personas homosexuales, a través de conductas altruistas hacia sus congéneres más próximos (hermanos, sobrinos, primos...) consiguen que supervivan sus genes (o los más similares posibles) en entornos donde no conviene que haya muchos descendientes compitiendo” (Bayle Ayensa, 2008, p. 117).
 
O sea que, nada de “estilo de vida”.
Creo que nadie mejor que Jacques Balthazar para cerrar este artículo. En el libro con el que abría, en la página 200 de la edición belga, afirma con claridad: “…datos que sugieren con fuerza que la homosexualidad no es el resultado de la elección de una vida (de un estilo de vida). Es más bien un cambio fenotípico complejo que va mucho más allá del campo de la sexualidad y con toda probabilidad, sugiere la existencia de una base biológica independiente de la voluntad del individuo”. Ninguno de nosotros ha elegido ser homosexual. Muchos sectores homófobos se empeñan en negar este cúmulo de evidencias recurriendo incluso a estudios defectuosos a los que ya me he referido anteriormente y a muchos de nosotros les resulta complicado asumir que somos el resultado de nuestra biología. Otras maravillas de la Humanidad, como la solidaridad, también son el fruto de la biología y tienen su base en nuestro cerebro, en las “neuronas espejo” concretamente, que nos hacen ser capaces de ponernos en el lugar del otro y de sufrir lo que él sufre. Gracias a estas neuronas tenemos sentido de la justicia social y empatía. Hemos creado ONGs y salimos a la calle para defender los derechos colectivos. La fraternidad humana se la debemos a nuestros cerebros. Y la tecnología que te permite leer esto también se la debemos al cerebro. Y las sinfonías de Beethoven, las arias de Puccini o los poemas de Lorca. Nuestro cerebro es prodigioso hasta límites que no sospechábamos hace unas décadas.
 
Así que ya lo sabes: tu corazón está en tu cerebro, tu amor está en tu cerebro, tu sexo está en tu cerebro. Tu mayor órgano sexual es tu cerebro. Úsalo y que nadie te engañe. Ni eres fruto de un trauma ni de un error. Eres algo que la naturaleza previó y que quiere que existas. Y si la naturaleza lo hace, ¿cómo no lo vas a hacer tú? Pues eso mismo: quiérete mucho, maricón.
 
P.D.: Mi propia visión.
      Yo nací con una intersexualidad extrema que hizo que los médicos que asistieron mi parto pensaran que yo era una niña y me asignaran sexo femenino al nacer. Mis padres me educaron en femenino (puedes leer alguna de las entrevistas que me han hecho aquí:
http://cac.drac.com/?p=256). Por esa razón, la primera hipótesis con la que intenté entenderme a mí mismo fue que, a pesar de mi comportamiento evidentemente masculino durante mi infancia, algo “debió haber quedado” y por eso me atraían los hombres. Me hice muchas, muchas, muchas pajas mentales a cuenta de esto y tuve muchos conflictos tratando de vencer “el trauma de mi experiencia para no ser homosexual”. En el momento que empecé a documentarme, a leer informes científicos y estudios serios sobre el tema, pude entender que –por muy fuerte que hubiera sido la experiencia- mi biografía no tenía nada que ver con el hecho de que yo fuese gay. Mi homosexualidad no era el resultado de una educación diferente, ni de una vida traumática, ni de no haberme hecho sentir hombre durante mi infancia. Yo era homosexual porque había nacido con un cerebro homosexual. Y punto. Y no había nada más que añadir. Juro por lo más sagrado de mi vida que, en el momento en que asimilé que, simplemente, había nacido con un cerebro gay, pude entenderme a mí mismo y, en lugar de sentirme como el resultado disfuncional de una vida dura y conflictiva, entendí que no era más que el producto de mi testosterona fetal. Soy maricón desde antes de nacer. Qué tranquilo me quedé.


 
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