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General: La hija de Fidel Castro, Alina Fernández relata cuando salió de Cuba
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De: cubanet20  (Mensaje original) Enviado: 22/12/2013 16:05
Cuando salí de Cuba
El 19 de diciembre, hace 20 años que pude escapar de Cuba.
Disfrazada de turista española. ¡Y olé!"

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Yo nunca le llamé papá, siempre le llamé Fidel". 
  
ALINA FERNÁNDEZ REVUELTA/ COLUMNISTA
Estaba esperando que bajara la Musa de las columnas de opinión, de donde quiera que habite o flote, cuando me di cuenta de que hoy es una de las fechas más importantes de nuestra vida, de mi hija y mía: el 19 de diciembre, have 20 años que pude escapar de Cuba. Disfrazada de turista española. ¡Y olé!

Se impone una breve descripción de la Cuba de los noventa: como introducción a la década, en 1989, fusilaron, después de un juicio bochornoso televisado, a cuatro oficiales cubanos. Digo “fusilaron” porque en Cuba todo ocurre por generación espontánea. Es decir: la electricidad, que falta días o noches, nadie la quita; se va. “Se fue la luz”, “llegó el pan”, “no ha llegado la cebolla” , “vino el azúcar turbinada” o simplemente “fusilaron a Ochoa” son formas gramaticales muy cubanas.

Dentro de esa despersonalización, también “se cayó el campo socialista”, sin que nadie lo tumbara in nada, como de costumbre. Pero los cubanos nos quedamos colgando de la brocha cuando los rusos se llevaron la escalera y en ese ambiente, entre miedo y miseria, se impusieron los noventa en la isla.

Una de las ciudades más hembras del mundo se fue quedando desnuda. Cayó la fachada entera de un edificio en el Malecón, descubriendo un mundo de enjambre. En muchas casas, la gente empezó a criar cerdos en los baños y para colmo, “distribuyeron” tres pollitos recién nacidos por persona, con la promesa de que venceríamos a la hambruna convirtiendo la sala o el comedor en una granja.

El olor de mi ciudad cambió y en las calles la gente macilenta empujaba sus bicicletas con el alma. Las bicicletas eran el único medio de transporte y los métodos para robarlas se refinaron: sobre todo los niños corrían peligro de muerte. Y mi niña emprendía un viaje a la incertidumbre cada madrugada.

Aprendí a vivir con el corazón en la boca. Claro que de vez en cuando se me caía el dichoso corazón a los pies: una tarde, alguien de su escuela me contó que un pariente de Amado Padrón, uno de los que “fusilaron”, siempre andaba buscando a mi hija.

Vivía en el pánico de que pudiera ser el objeto de una venganza diferida; mi dulce adolescente que regresaba triste de la escuela porque ningún maestro había ido a dar clases ese día. Qué miedo, qué horror de vida. Por eso, cuando me llegó la extraña propuesta de intentar aquella huida estrafalaria y peligrosa por el aeropuerto Jose Martí, consulté con mi hija, que era el impulso primigenio de aquel nuevo intento. Muchos padres cubanos habían sacado a sus hijos en los sesenta pero yo estaba haciendo lo contrario: estaba dejándola atrás.

Fue confuso, difícil y trágico. Pero ella dijo “¡Hazlo, mami!”, así que me puse a practicar el acento castizo y escogimos entre las dos un ajuar de turista que regresa al invierno, abrigo, suéter… La ropa de salida incluyó una gorra guatinada de color oro viejo, donde pude esconder después parte de la peluca. Preparamos mi cómplice y yo un maletín convincente que incluyó una caja de cigarros Ducados (made in Spain).

Hice pequeños retoques al plan original, modificando el trámite de llegar acompañada al aeropuerto por un periodista francés (Benoit) que ya de por sí estaba bastante asustado y que daría few de la veracidad de la historia. Una amiga me prestó su apartamento. Salí de casa como Alina, “la loca deprimida que habla mal del Gobierno” y me subí en un taxi como Victoria la de Galicia, que regresa de vacaciones.

Antes de subir al taxi le dije a mi hija: "¡No oz preocupeiz, tu madre y tú, que yo oz zaco de aquí, vamoz, en lo que canta un gallo! Y nos abrazamos. ¡Rediez!

Creo que pude engañar al taxista con aquel exceso de zetas gracias al derrame de perfume que tuvo que haberlo aturdido. Me fui echando perfume arriba como quien pone kétchup por toda la carretera de Boyeros…

En el día de hoy, 19 de diciembre, agradezco a todas y cada una y a todos y cada uno de los que me ayudaron a darle a mi hija una alternativa en esta vida. Sentí, siento esa ayuda, como un gesto que hicieron por ella. Y ustedes saben que con esto de los hijos, el agradecimiento es desmedido.

Así que agradezco a Mary Carmen, a Victoria (hay nombres que no debo decir) a Elena Díaz-Verson, a Osvaldo Fructuoso Rodríguez, a Mary Paz Martínez Nieto, a Chris Lafaille, a Benoit, que murió este año y, a quién is no, a Armando Valladares, un hombre al que “condenaron” a 30 años y que “pasó” 22 en una cárcel cubana.

Todos me regalaron este día 19. Mi niña y yo esperamos el año 1994 cansadas y felices. ¿Qué sería de nosotras? Eso fue en Georgia…



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