Página principal  |  Contacto  

Correo electrónico:

Contraseña:

Registrarse ahora!

¿Has olvidado tu contraseña?

Cuba Eterna
 
Novedades
  Únete ahora
  Panel de mensajes 
  Galería de imágenes 
 Archivos y documentos 
 Encuestas y Test 
  Lista de Participantes
 BANDERA DE CUBA 
 MALECÓN Habanero 
 *BANDERA GAY 
 EL ORIGEN DEL ORGULLO GAY 
 ALAN TURING 
 HARVEY MILK 
 JUSTIN FASHANU FUTBOLISTA GAY 
 MATTHEW SHEPARD MÁRTIR GAY 
 OSCAR WILDE 
 REINALDO ARENAS 
 ORGULLO GAY 
 GAYS EN CUBA 
 LA UMAP EN CUBA 
 CUBA CURIOSIDADES 
 DESI ARNAZ 
 ANA DE ARMAS 
 ROSITA FORNÉS 
 HISTORIA-SALSA 
 CELIA CRUZ 
 GLORIA ESTEFAN 
 WILLY CHIRINO 
 LEONORA REGA 
 MORAIMA SECADA 
 MARTA STRADA 
 ELENA BURKE 
 LA LUPE 
 RECORDANDO LA LUPE 
 OLGA GUILLOT 
 FOTOS LA GUILLOT 
 REINAS DE CUBA 
 GEORGIA GÁLVEZ 
 LUISA MARIA GÜELL 
 RAQUEL OLMEDO 
 MEME SOLÍS 
 MEME EN MIAMI 
 FARAH MARIA 
 ERNESTO LECUONA 
 BOLA DE NIEVE 
 RITA MONTANER 
 BENNY MORÉ 
 MAGGIE CARLÉS 
 Generación sacrificada 
 José Lezama Lima y Virgilio Piñera 
 Caballero de Paris 
 SABIA USTED? 
 NUEVA YORK 
 ROCÍO JURADO 
 ELTON JOHN 
 STEVE GRAND 
 SUSY LEMAN 
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
 
 
  Herramientas
 
General: Testimonio de Rubén un evangélico gay
Elegir otro panel de mensajes
Tema anterior  Tema siguiente
Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: SOY LIBRE  (Mensaje original) Enviado: 13/01/2014 17:24
Rubén y la Iglesia Evangélica Bautista
luizo_vega+crucific (500×331)
  Nunca he dejado de sentir a mi lado la presencia de Dios, su aliento, y su apoyo, cuidándome.

Me llamo Rubén y estuve acudiendo a una iglesia evangélica bautista durante, más o menos, veintidós años.
 
Desde que era un niño la iglesia representó para mí una especie de familia espiritual, donde  te acogían y enseñaban lo que era hacer el bien, aprendiendo del ejemplo de la vida de Jesús y sus enseñanzas, así como las demás historias del Viejo testamento.       
 
Ya desde niño lo cuestionaba todo, y me hacía preguntas y más preguntas como: ¿Por qué no aparecen los dinosaurios en el Génesis? ó ¿Por qué la Biblia no dice nada de los extraterrestres?  Solían decirme que si tenía dudas acerca de todo, era por que el diablo andaba detrás de mi, y que debía tener más cuidado. Recuerdo que pregunté también sobre cosas, como los fantasmas y espíritus, e incluso acerca de la reencarnación. Alguna vez, me mandaron callar, como si al preguntar estuviera blasfemando. Ya de mayor supe que seguramente reaccionaban con ira y se avergonzaban porque carecían de respuesta alguna.
 
Crecí y creo que siempre fui un cristiano entregado, que participaba en la alabanza, ayudaba a recoger y contar el diezmo, e incluso di algún sermón desde el púlpito.
 
Finalmente acepté a Jesús como algo real en mi vida a los quince años. Ocurrió un verano, en un retiro de jóvenes. Fue entonces cuando decidí aceptar mi fe como una realidad, cuando comprendí el sacrificio de Cristo en la cruz, y cuando vi que había llegado la hora de bautizarme como cristiano que sabía lo que hacía.
 
Para entonces, haría un par de años que yo ya estaba sospechando acerca de mi orientación sexual. Desde niño me había sentido diferente, quiero decir que jugaba más con las niñas que con los niños, y esas cosas que anunciaban ya lo que ocurriría después.
 
Cuando me  bauticé yo era un chico extremadamente tímido, que apenas se relacionaba con nadie de su edad, entregado a leer, dibujar,… y con un miedo horrible a que alguien conociera su pecaminoso secreto. Pero se me había enseñado desde el principio que Jesús defendía a los más marginados, y que me querría siempre, de todas formas y a pesar de todo. O eso era lo que la iglesia me había inculcado.
 
Mis padres sabían que yo era “raro”, no diferente ni especial, y yo sabía que hubieran querido que su hijo fuera mejor y más “normal”. Menos sentimental, menos artista, menos sensible. Es decir,  me sentía constantemente como una decepción para todos, excepto para Jesús, claro.
 
Había llevado pues una infancia y adolescencia apartado de todo y de todos los pecados, pues no me relacionaba, y sólo salía a la calle para comprar, para ir a la biblioteca, o al colegio.
 
Para mí la tentación era fácil de evitar, y había investigado que la homosexualidad sólo era pecado si se practicaba, con lo cual por entonces mi alma se hallaba a salvo. Cuando supe que seguramente y sin remedio iba a ser homosexual, sentí una gran vergüenza y me pregunté por qué Dios permitía que me sucediera aquello a mí que era un cristiano fiel. De alguna manera, pensaba o confiaba que cuando me bautizara, el agua purificadora del baptisterio haría que mi vida volviese a comenzar, y aquello se me habría pasado. Oraba para que sucediera un milagro que me curara. Por supuesto, nada semejante ocurrió.
 
Con veintiún años tuve una crisis muy fuerte. Estuve en tratamiento psiquiátrico, y me fue imposible seguir estudiando y hacer una vida normal. Debido a la medicación que tomé no recuerdo mucho de aquella época, pero supongo que sentía que el pecado me rodeaba por ser como era, y me veía condenado irremisiblemente. Creo que no distinguía entre al realidad y la fantasía, y también creía oír voces. Estuve enfermo unos cinco meses, y después, poco a poco, me fui recuperando. Siempre me he preguntado por qué Dios me abandonó a aquel estado. Nunca lo comprendí. Pero fue entonces cuando empecé a ver los puntos débiles y la falibilidad de una iglesia que se suponía que me ayudaría. Creía en la iglesia como en personas buenas, que debían ofrecer confianza, cuidado y apoyo. Bien, durante lo meses que estuve tan mal, la iglesia no me visitó, y ni siquiera llamó para interesarse por mí. La Iglesia empezaría ya a decepcionarme a partir de entonces.
 
Tras este episodio, yo ya no sentía nada, ninguna ilusión. Acudía los domingos, y oía los sermones como alguien que escucha lo mismo repetido una y otra vez. Se trataba del mismo mensaje de siempre, expresado quizá con otras palabras, pero yo necesitaba oír nuevas palabras de aliento. Sentía que aquello no podía serlo todo, y que Dios tenía la intención de enseñarme algo más. En realidad las pruebas estaban por llegar.
 
Además, como ya he dicho, la Iglesia ya me había defraudado, ya no era perfecta. Un domingo me sentía muy miserable, y me negué a tomar la Santa Cena (el pan y el vino). Algunos hermanos se ofendieron, pero no me importó. Supongo que me sentía indigno por estar allí.
 
Veía al mundo con una mirada triste, las personas que pasaban por mi vida eran grises, y ya no tenía esperanza alguna. Me conformé a seguir así.  Pensaba ya que nadie me amaría, que nunca haría el amor, que nunca nadie (ningún hombre) me besaría.
 
Algo me empujó a empezar a hacer preguntas. Aunque no era cierto comenté que conocía gente homosexual, y que no me parecían malas personas corrompidas y viciosas, y que al fin y al cabo se estaban amando unas a otras. Mis hermanos me miraron como con asco por relacionarme con gente así. Me sorprendió que gente que no conocía a homosexuales, que no había conocido personalmente a ni tan sólo uno de ellos, ya los condenase de entrada. Me alegré, porque sabía que yo no era, ni nunca sería tan cerrado de mente. En la superficie dura de mi Iglesia ya empezaban a apreciarse grietas y grandes defectos, y lo peor era que ya ni siquiera me parecía tan increíble.
 
En fin, yo me sabía ya de memoria los versículos en los que se condenaba a los homosexuales (Romanos me aterrorizaba), y había algo que no cuadraba o encajaba. No podía aceptar tal castigo hacia mi persona, y me rebelaba en silencio. Ya había visto que mis hermanos condenaban a los gays y lesbianas, y sus razones para hacerlo no me convencían. Decidí hablar con un pastor.
 
Nuestra iglesia era pequeña y no tenía pastor propio, por lo que venía de vez en cuando uno de otra más grande. Serenamente le pedí un momento, y confidencialmente le conté mi historia. Esto fue lo que me dijo“Tu lado femenino se ha desarrollado más que tu lado masculino.”
 
Le dije que yo no había elegido en ningún momento ser así, que por qué debía ser castigado si no había tenido opción, pues yo creía que cuando se peca es por que se elige hacerlo, y dicha acción conlleva cierta maldad consciente. También pregunté si yo, desde niño había llevado dentro ese pecado. Me respondió: “Los niños, al nacer, heredan los pecados de sus padres.”
 
Ahí ya me quedé atónito, y vi una terrible contradicción. Pues se me había enseñado que el bebé nace puro y sin pecado ni mancha alguna. El pastor me dio una especie de solución:“No te preocupes, serás sanado por la Luz.”
 
Yo no entendí muy bien qué quería decir con eso de la Luz, pero cuando alguien te dice algo así te tranquiliza un poco.
 
En otra ocasión, no recuerdo quién me lo dijo, también oí que el pecado ya empezaba en la mente, es decir, sólo con el pensamiento ya uno podía pecar. Yo no creía, ni creo, que el pensamiento se pueda controlar, ni el deseo o la atracción.
 
Pensé que si esto era cierto, el pecado ya estaba en mí sin ni siquiera haber practicado el sexo con un hombre. Durante un tiempo me hice esta terrible y fatal pregunta; ¿Para qué seguir viviendo entonces? ¿Por qué no morir ya? Sentí que ahí el mal me susurraba al oído, y que la idea del suicidio aparecía como una posible salida para poner fin al sufrimiento. Si el diablo me ha hablado alguna vez, fue en aquellos momentos y con semejantes ideas. Nunca más acepté hacer caso de algo así.
 
Al cabo de un tiempo decidí hacer otro intento. Quedé para tomar un café con una chica de la iglesia. Yo había elegido a esta persona por que suponía que era la persona más comprensiva y sin prejuicios de la congregación. Esto fue lo que me dijo: “Rubén, no digas nada en la iglesia. No está preparada.”
 
Me quedé callado, y no la forcé más. Años después supe que esta chica tenía un hermano gay, que vivía con su pareja, y que ya cuando hablé con ella él ya no aparecía por la iglesia.
 
Era evidente para mí la desinformación e ignorancia de mis hermanos. Pero yo llevaba a Jesús en mi corazón, poseía el espíritu santo, y su voz me decía que siguiera buscando, que aquellas opiniones no se fundaban en ningún conocimiento verdadero.
 
Sin embargo, la imagen que yo había tenido de la Iglesia hacía tiempo que ya había empezado a tambalearse. Y la pregunta que yo me hacía era ¿Por qué hablan así de algo que no conocen ni han experimentado? Por supuesto, hacerlo era el camino fácil. Yo me sentía mal, pero pensaba que mis hermanos cada vez se parecían más a los fariseos del nuevo testamento.
 
Aún hoy creo que las personas con las mejores intenciones también pueden hacer daño, aunque ellas lo desconozcan. Eso es obrar inconscientemente y es peligroso. Yo perdonaba lo que oía por que parecía ser que me lo decían por mi bien. Y me hallaba solo, muy solo en todo este asunto.
 
En 2001, con veintidós años, y en total secreto, conocí a la asociación de homosexuales de mi ciudad. Y entonces pensé “Los caminos del Señor son inescrutables”. Estas personas me escuchaban, no me juzgaban, y en su mirada no había ninguna repugnancia. Aunque quizá no me comprendiesen del todo, respetaban lo que oían. Aún sin entender, pues muchos no eran creyentes, me mostraban su apoyo. Pero qué alivio me supuso poder por fin hablar con libertad.
 
Cuanto más me relacionaba con mis nuevos amigos gays y lesbianas, más me alejaba de la iglesia. Empezaron a preocuparse, pero ningún hermano se ofreció tampoco a hablar conmigo sobre qué me estaba pasando. Y ya no me importaba. Yo necesitaba hablar, desahogarme y ser escuchado, y lo había conseguido.
 
Pasó un año y yo cada vez iba menos a la iglesia. No obstante, no quería dejar de ir del todo. Un domingo fui con mi madre. El pastor se subió al púlpito, y anunció que esa mañana su sermón no iba ser agradable para algunos, pero que sentía que Dios quería que él hablara con dureza. El sermón lo titulaba “Los olvidados, o perdidos de Dios”. Iba hablando, y en algún momento me miró desde arriba. Me di cuenta demasiado tarde de a quién iban especialmente dirigidas sus palabras. Me horroricé cuando vi que en su discurso mezclaba a los homosexuales con las mujeres que ejercían la prostitución, y con las personas que se entregaban a la bebida y a las drogas.
 
Esa mañana, sentado en aquel banco, lloré en silencio, paralizado por aquel ataque al que estaba siendo sometido. Yo no podía girar la cara, o levantarme e irme, pues todos me mirarían, y me delataría a mí mismo. Lo más doloroso fue que mi madre estaba a mi lado izquierdo, y que al llorar yo no podía coger su mano. Ella opinaba lo mismo que todos allí, de hecho yo ya había dicho a mi familia que era homosexual, y la reacción de mi madre había sido la propia de un miembro de aquella iglesia.
 
Aguanté hasta el final, y cuando la gente vio que había llorado fingí que el sermón me había emocionado. No pensé ni por un momento que el pastor hubiera traicionado mi confianza al contarle mi secreto.
 
Salí a la calle agotado, y sintiéndome muy débil. Me alejé y tuve que llamar por teléfono a una amiga para poder desahogarme. Ese fue el último día que acudí a la iglesia.
 
Me fui a Madrid, y mi vida ha cambiado completamente. Pero cuando apenas llevaba unos meses viviendo allí, ingenuo de mí, pensé visitar otra iglesia. Sólo fui una vez y me fue suficiente. El resultado allí fue muy diferente; En esta iglesia, en medio del sermón, salió el tema del desfile del Orgullo gay. Y la congregación reaccionó de una forma que yo nunca hubiera esperado; Empezaron a reír, y afirmaron que aquellas personas no eran ni hombres ni mujeres. Una parte de mí me hizo sentirme como un intruso, otra se alegró por que yo no era como los que me rodeaban. Vi que allí se practicaba abierta y orgullosamente la homofobia y la discriminación.
 
Estas experiencias me han bastado para no volver a intentar visitar ninguna iglesia evangélica. Y sólo por la actitud de estas personas ignorantes he podido apreciar que Jesús nunca habló por sus labios.
 
Una vez en la que regresé a mi ciudad, acudí con mi madre a mi antigua iglesia. El pastor me preguntó aparte sí seguía pensando igual. Yo me había hecho mucho más fuerte y mi respuesta le sorprendió:
 
“Me he enamorado por primera vez. Y al hacerlo comprendo más el mensaje de Dios. Ahora sé lo que es amar a alguien de verdad, y dejar de pensar en uno mismo. De alguna forma es como si ahora, y por lo que me está pasando, conociera más a Jesús.”
 
Estaba claro que yo hablaba de mis sentimientos hacia un “hombre”. El pastor ocultó su horror, y educadamente no contestó nada.
 
En otra ocasión hablé con la mujer de este pastor, y al terminar de explicarle mis argumentos y opiniones, ella, también con suma educación me sugirió: “El diablo puede utilizar a personas para meterte esas ideas en la cabeza.”
 
Y ya la última vez en que hablé con ambos, el pastor me dejó claro lo siguiente: “¿No pretenderás que la iglesia “cambie” para vosotros?” A lo que yo respondí: “No, pero existen ya muchas iglesias que no comparten vuestras opiniones. Quizá deba buscar mi lugar en una de ellas.”
 
Aquí se ve claramente los pasos que yo ya había dado, cuánto había cambiado, y lo fuerte que me encontraba como para hablar así.
 
Desde entonces he vivido mi fe en soledad. Orando y confiando, viendo las señales y enseñanzas que Dios me va mostrando día a día.
 
Recuerdo el tiempo en que de niño fui a la iglesia como una época inocente y feliz, hasta que todo empezó a cambiar, como luego ocurrió. Ya nunca fue lo mismo ni guardo la misma imagen de ella.
 
Pienso que la Iglesia carece de muchas respuestas, y que por esta ignorancia no presentó la actitud adecuada para mi caso y situación. Veo incoherencias y lagunas en su mensaje de amor. Veo que juzga y condena sin pensar en si es quién verdaderamente debe hacerlo. Entiendo que algunas personas que se hayan sentido en mi lugar hayan recurrido al suicidio. La verdad, no me sorprende en absoluto.
 
Yo aprendí de niño a reconocer a Jesús como un amigo leal y comprensivo, que me defendía, que me decía “Yo te quiero”. Según esta iglesia Jesús nunca estuvo a mi lado, o de mi parte.
 
Mi opinión es que no se debe hablar con ligereza sobre ciertos temas, y siempre se debe hablar o aconsejar desde el conocimiento, la compasión y la empatía. Tratando de ayudar y no de aportar más dolor.
 
Ser homosexual me ha enseñado a ser más abierto de mente, más tolerante, y me ha hecho ver que es necesario despojarse de los prejuicios y a no precipitarse a la hora de juzgar. También a ver que existen grandes y buenas personas donde otros dicen que no es posible.
 
Nunca más me he vuelto a identificar con ninguna Iglesia. Nunca he dejado de sentir a mi lado la presencia de Dios, su aliento, y su apoyo, cuidándome.
 


Primer  Anterior  2 a 2 de 2  Siguiente   Último  
Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: SOY LIBRE Enviado: 13/01/2014 17:28
Ruben no es el unico que puede dar testimonio sobre su vida en las iglesias, son millones de personas en todo el mundo que han pasado por esto y siguen pasando...


 
©2024 - Gabitos - Todos los derechos reservados