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General: Las víctimas del clero siguen clamando justicia
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Respuesta  Mensaje 1 de 3 en el tema 
De: cubanet201  (Mensaje original) Enviado: 23/02/2014 15:49
Las víctimas del clero tienen el perdón pero claman justicia
Reclaman que los sacerdotes y sus encubridores se sometan a un tribunal civil
 
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Joaquín Aguilar
 
INÉS SANTAEULALIA / México /   EL PAÍS
El pasado 16 de enero la ONU firmó un momento histórico al obligar al Vaticano a responder sobre la pederastia en el seno de la Iglesia. Fue la primera vez que un organismo civil se atrevió a interrogar a la Santa Sede. Los portavoces de Roma respondieron con evasivas y sin datos concretos a las preguntas directas e incisivas de los miembros del Comité sobre los Derechos del Niño en Ginebra, que emitieron un durísimo informe en el que acusan al Vaticano de proteger a los sacerdotes pederastas y de exponer a los niños ante los abusadores. El documento exige a Roma que entregue a los curas criminales a la justicia común.
 
Las organizaciones de víctimas de todo el mundo han celebrado la actuación de Naciones Unidas, pero el dolor individual no se cura con un informe. Quienes han sufrido los abusos sexuales de una persona a la que reconocían como guía espiritual arrastran años de silencio, sentimiento de culpa y horas de terapia. Los que se atrevieron a denunciar han sido, en su gran mayoría, ignorados o presionados por las propias autoridades de la Iglesia en su afán de evitar un escándalo.
 
Las víctimas luchan para que se juzgue no solo a los pederastas, sino a quienes protegieron a los criminales. El silenciamiento de los casos ha funcionado como una especie de tortura psicológica para ellos. El secreto ha sido una norma impuesta en la Iglesia desde hace décadas. Ya en 1962 una instrucción obligaba a todos sus miembros a guardar silencio sobre los casos de abusos bajo pena de excomunión y, aunque el documento sufrió varias modificaciones, la esencia se mantuvo incluso en la revisión del año 2001.
 
Las denuncias fueron resueltas con traslados de pederastas de un país a otro o, sobre todo en EE UU, con millones de dólares para comprar el silencio de las víctimas. En otros casos, la presión de las autoridades de la Iglesia y el miedo al señalamiento fueron suficientes, por lo que aún hoy es difícil hacer una valoración exacta del número de casos que se han producido en todo el mundo. El Vaticano, que sí ha reconocido y lamentado el escándalo de la pederastia en sus filas, se ha negado hasta ahora a dar datos concretos que ayuden a cuantificar la magnitud del problema.
 
Este periódico ha buscado a varias víctimas que han vencido el miedo a dar la cara. Los localizados son todos hombres. La mayoría de las víctimas fueron niños, aunque también hay mujeres. Cuentan cómo se han sentido todos estos años y cómo se sienten ahora que Naciones Unidas ha reconocido el problema. Para ellos el daño sufrido es irreversible, pero la meta de su lucha es que se encarcele a los responsables y a quienes los protegieron. Lo único que podría volver a hacerles creer en la justicia. “La única forma en la que la Iglesia se va a limpiar es que el Vaticano sea juzgado por un tribunal exterior”, insiste Joaquín Aguilar, agredido sexualmente por un cura a los 13 años. Graham Wilmer lo consiguió 31 años después, tras encontrar a su abusador y recopilar decenas de cartas en las que lo reconocía todo. Su caso no prosperó, pero ayudó a sanarle. Miguel Hurtado, que vivió los abusos de un sacerdote a los 16, no consiguió recurrir a la justicia. Su caso había prescrito. Ahora, 15 años después cuenta que casi tan dañino como esos maltratos fue que la Iglesia encubriera a su agresor. Mark Crawford, que sufrió agresiones sexuales de un cura cercano a su familia desde los 13 hasta los 20 años cree que la Iglesia está estancada en el ocultamiento. “Sigue escondiendo a pederastas”, alerta.


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Respuesta  Mensaje 2 de 3 en el tema 
De: cubanet201 Enviado: 24/02/2014 18:05
“Quisieron darme dinero a cambio de mi silencio”
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                                                                           Mark Crawford
EVA SAIZ / Washington
Para Mark Crawford la pesadilla comenzó hace 37 años en el vagón de un tren nocturno camino a Colorado. Tenía 13 años cuando el padre Kenneth Martin, sacerdote de la parroquia de San Andrés en Bayonne, Nueva Jersey, y amigo íntimo de la familia, abusó de él. Desde entonces, y durante siete años, el cura repitió sus prácticas incesantemente varios días a la semana.

El calvario de acusaciones, silencios, connivencias y frustraciones en el que se tornó su vida desde entonces es un calco de las denuncias que contiene el informe sobre abusos a menores en el seno de la Iglesia católica que Naciones Unidas dio a conocer a comienzos de este mes. “Un día le confesé todo al diácono de mi parroquia, quien me dirigió al obispo que debería haber informado a la policía, como le obligaba la ley. En lugar de eso, me dijo que fuera a un psicoterapeuta, que, en realidad, era el responsable de los sacerdotes de la diócesis. A quien abusó de mí lo ascendieron a secretario personal del obispo Theodor McCarrick, a pesar de saber lo que me había hecho”, relata Crawford en conversación telefónica desde Newark.

Crawford, que ahora tiene 59 años y es gerente de una compañía aérea, además de director de SNAP (La red de víctimas de abusos de sacerdotes, en inglés) en el Estado de Nueva Jersey, cree que el informe de la ONU es “importante y necesario” pero está absolutamente convencido de que no va a servir para reformar a la institución católica. “La Iglesia no va a cambiar, lo estamos viendo ahora, sigue escondiendo a los pederastas, sigue mintiendo y manteniendo a los predadores cerca de los niños”, sostiene.

Decidido a buscar justicia, Crawford acudió a un abogado. “Ellos quisieron darme dinero a cambio de mi silencio. Siempre lo rechacé. Al final llegamos a un acuerdo que no implicaba mi confidencialidad, pero sí contemplaba la promesa de que él [Crawford jamás cita por su nombre a su agresor sexual] sería expulsado de la Iglesia”, relata. La diócesis de Newark no cumplió su parte. Martin siguió en activo hasta 2002, cuando se retiró del sacerdocio, justo en el momento en que estallaron los escándalos de abusos sexuales en ese Estado. Aunque ya no puede oficiar, Martin sigue siendo miembro de la Iglesia católica y es funcionario de la Administración de Nueva Jersey.
“Me dijeron que mi caso no entraba dentro de la jurisdicción ordinaria y por eso nunca lo denuncié”, se lamenta Crawford. Su escepticismo se extiende a la petición del informe de la ONU de que la Iglesia entregue a la justicia civil a los curas sospechosos de pederastia. “El informe de mi caso se perdió durante las investigaciones de 2002, solo quedaba una hoja y en ella no se relataba la extensión de mis abusos. Si los documentos que guarda la Iglesia en sus archivos no son precisos, ¿cómo se puede acudir a los tribunales?”, se pregunta.

Crawford ha conseguido convivir con el estigma de ser una víctima de la pederastia de la Iglesia católica. Su hermano menor, que también sufrió abusos sexuales por parte de Martin, no pudo sobreponerse. “Tiene muchos problemas psicológicos, nunca lo ha superado, está destruido”, dice.
 
Fuente:   EL PAÍS

Respuesta  Mensaje 3 de 3 en el tema 
De: administrador2 Enviado: 25/02/2014 14:53
“El Papa Francisco tiene que limpiar la casa”
El colombiano que logró el sueño americano y lo convirtió en película

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Fabio Herrera
  POR ELIZABETH REYES L.  / Bogotá 
 Hoy tiene 65 años y los abusos ocurrieron cuando apenas tenía siete en Cumbal, un pequeño pueblo en la frontera entre Colombia y Ecuador. Primero fue el párroco Román Solarte –que ya murió y sus crímenes quedaron en la impunidad– y luego su drama seguiría con dos sacerdotes franciscanos que llegaban de localidades vecinas. Pero Fabio Herrera no sería la única víctima de estos últimos. Todo ocurría los sábados en la noche, explica, cuando los sacerdotes, que estaban de paso, reunían a un grupo de niños amigos, los emborrachaban y luego los violaban.
 
“Mis padres eran católicos, como la mayoría de colombianos, y yo la verdad no sabía si lo que pasaba estaba mal o bien. Me creía en buenas manos y cerca de Dios”, relata en conversación telefónica desde Chicago, donde vive desde hace 45 años.
 
Herrera se guardó su dolor y se refugió en el alcohol desde los 12 años hasta que emigró a Estados Unidos a los 19. Allá se casó con una mexicana que sería la primera en enterarse. Recibió tratamiento psicológico hasta que pudo entender que era un sobreviviente de sacerdotes pederastas.
 
En 1996, “cuando la Iglesia Católica comenzó a pagar millonadas a todas las víctimas”, dice, escribió Over and over again, un libro que fue llevado al cine por el director uruguayo Ricardo Islas en 2010. Fabio, que es hoy un empresario de éxito, tuvo el valor de rodar algunas de las escenas en la iglesia de su natal Cumbal. “Escribir fue la manera de ayudarme a mí mismo”, afirma.
 
Desde hace cuatro años es miembro de SNAP (siglas, en inglés, de la red de víctimas de abusos de sacerdotes, cuya sede principal es Chicago) y siente que el explosivo informe de la ONU contra estos crímenes de la Iglesia es “acertado” y que aquellos que los cometieron tienen que pagarlo de alguna manera. Sin embargo, “una víctima es una víctima y ya no se puede hacer nada, pero sí prevenir y trabajar por el bienestar de los niños”, dice.
 
Para Herrera, la ONU simplemente está diciendo la verdad en su informe presentado a inicios de febrero. “Una verdad oculta que tenían entre México y Estados Unidos, oculta por obispos, arzobispos, inclusive el Papa, simplemente por no castigar o por cubrir a la Iglesia Católica diciendo que es bondadosa en todos los aspectos”, dice. Para este colombiano, lo justo sería que el Papa mismo saliera a denunciar de inmediato y dejara de cubrirlos. “El Papa debe pensar en sanar la Iglesia Católica para que la gente vuelva a creer. Debe limpiar la casa en ese sentido [la pederastia]”, agrega.
 
A pesar de un calvario tan prolongado y sin justicia, Fabio dice que no está en contra de la religión católica y que seguramente va a morir siendo católico, pero otra cosa son sus líderes. Ahora quiere abrir una sede de SNAP-Colombia y el plan es iniciar con conferencias que reúnan poco a poco a las víctimas, pero reconoce que es muy difícil porque en el país suramericano hay una gran mayoría católica que se niega a enfrentar la realidad de la pederastia. “Todavía creen en los sacerdotes, en que pobrecitos, no tienen la culpa porque están cerca de Dios”. El rechaza con firmeza esas creencias. “Los sacerdotes son humanos y como humanos deben pagar las consecuencias por los crímenes cometidos”, concluye.
 
El colombiano que logró el sueño americano y lo convirtió en película
Víctima de abuso y pobreza, salió a EE. UU. y lo recibió la tragedia. Ahora sabe qué es triunfar.
 
El bullicio de las sirenas de los carros de bomberos y de policía aturdía la cuadra, mientras el polvo se seguía levantando entre la confusión del barrio. La fuga de gas en un apartamento de Palatine, un suburbio cercano a la ciudad de Chicago, ocasionó la explosión.
 
Rescatistas agitaban las manos al interior de la vivienda para disipar el humo, pero el llanto de un bebé en el techo de una edificación contigua llamó la atención. Al escarbar entre escombros hallaron a la criatura de 22 meses, que había volado por la ventana y aterrizó en el tejado vecino sin aparentes lesiones.
 
Fabio Herrera, padre del menor, se llevó la peor parte. El accidente le produjo lesiones en su espalda, piernas y cabeza que lo dejaron moribundo y en cuidados intensivos por varias semanas. Su esposa, Yolanda, una mexicana agraciada que Fabio conoció en Chicago, había salido ilesa. Era el segundo milagro en medio del trágico hecho.
 
La explosión no solo copó las páginas de diarios y se robó la atención de noticieros en Estados Unidos, sino que años después inspiraría una producción cinematográfica cargada de vértigo y construida a partir de hechos reales.
 
El accidente, ocurrido en 1976, era un capítulo más en la historia del señor Herrera, un colombiano a quien el drama se le ha atravesado una y otra vez.
 
Del abuso y el alcohol al éxito en el exterior
 
Pero la historia de este hombre que llegó a Chicago en  1968 inició en Cumbal (Nariño), su pueblo natal. El viaje lo emprendió a sus 20 años para escaparle a la pobreza, al alcohol y a la memoria.
 
En su mente habían quedado dibujadas las veces que le arrebataron su inocencia. Apenas con 7 años, fue víctima del abuso sexual, y hoy, con 64, no olvida el rostro de los dos sacerdotes que con sonrisa mórbida le transmitían ese miedo propio de la ocasión.
 
El abuso del que fue víctima por parte de los dos religiosos, sumado a la muerte de su padre cuando cumplió 9 años, no le daba espacio para sentirse tranquilo.
 
Decidió entonces refugiarse en el licor. "Empecé a tomar a los 12. En mi pueblo era el único medio de diversión. Me volví un alcohólico", cuenta Fabio, que de forma recurrente encontraba cómo tomarse un trago, aunque no hubiera con qué pagarlo.
 
En su mente también reposa el recuerdo de su viaje a pie hacia Ecuador para ver a su padre antes de que muriera. "Lo internaron en un hospital en un pueblo fronterizo del Ecuador. Caminé varios días para verlo. Me quiso abrazar y no pudo, a los dos días murió".
 
Con la vida que llevaba a cuestas, y por el amor que le profesaba a su madre, decidió rehacer su vida. Se la jugó por la visa estadounidense, que solo consiguió en Bogotá, luego de once intentos en Cali, donde hizo el trámite sin tener suerte.
 
Aterrizó en Chicago endeudado por el costoso pasaje y desconociendo la dimensión de la ciudad, distinta en todo a su pueblo natal.
 
"Conseguí trabajo en una fábrica de metal y aluminio. Mientras barría veía cómo fabricaban piezas para vehículos y armamento. Estados Unidos combatía en Vietnam en ese tiempo y yo observaba las piezas con las que construían las bombas", recuerda.
 
De la escoba pasó a operador de máquinas en la misma fábrica, hasta que esa fatídica noche se dejó sorprender por la fuga de gas que cambió su destino. La larga convalecencia le dio tiempo para estudiar inglés y terminar el bachillerato que había dejado inconcluso en Colombia. De ahí en adelante, Fabio Herrera se chocó de frente con el éxito.
 
Una larga carrera
 
Cuando llegó a barrer a Chicago no pensó que años después tendría un título profesional, una maestría, dos doctorados, sería el autor de dos libros, de una película y una vida empresarial que lo puso en lo más alto, además de la oportunidad de enviar a su madre a vivir a Pasto en una casa propia.
 
Su primera gran alegría se la dio una llamada. "¿Yo? ¿Gerente de recursos humanos?", le preguntó desconcertado y sin poder creerlo al presidente de la fábrica para la que había trabajado por años como aseador y luego como operario.
 
"Barriendo me ganaba 75 dólares la semana. Con mi nuevo cargo el sueldo era de 425 dólares la semana y a cargo tenía a 250 empleados", dice. Mientras se vestía de gerente, adelantaba sus estudios universitarios en administración de empresas en la universidad de North Park, gracias a una beca. Ya graduado, fue gerente de recursos humanos de una compañía de dulces que le permitió un sueldo de 1.200 dólares semanales.
 
Pero ahí no paraba. Fue director ejecutivo de la Cámara de Comercio en Chicago, decano de mercadotecnia en la Universidad San Agustín e inició su propio proyecto educativo en informática con 15 alumnos, en 1996, que culminó en 2005 con más de 1.800 estudiantes en cuatro sedes en Chicago.
 
De repente, el pasado le hizo mella y comenzó a sentir un sinsabor. "Estando en la Cámara de Comercio tenía que atender reuniones de mucha etiqueta. En almuerzos con altos ejecutivos comencé a sentir culpabilidad, vergüenza. Mi autoestima comenzó a bajar", cuenta Fabio.
 
Sus recuerdos le pasaron factura y optó por la escritura a través de su primer libro, que tituló 'Over and over again', y en español, 'Cuando el abuso se vuelve adicción'. El relato, donde plasma su vida y sensaciones cautivó a Ricardo Islas, un director de cine uruguayo que convenció a Fabio para que llevara el libro a la pantalla grande.
 
La producción, de bajo presupuesto -apenas de 400 mil dólares-, fue otro trofeo que levantó a punta de tiempo y dinero, y que finalmente pudo proyectar en Pasto, Chicago y Los Ángeles.
 
Hoy, Fabio Herrera busca cómo exhibirla en toda Colombia mientras piensa en su siguiente rodaje, basado en un segundo libro que ya tiene listo. Su deseo a través de la película es ayudar a hispanos a salir del anonimato y alcanzar sueños a través de la actuación y la industria cinematográfica.
 
Cuando se le pregunta qué tan factible es la realización de este último proyecto, su voz delata una confianza en sí mismo que permite creer que la película será otro más de sus logros.


 
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