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General: María Féliz hubiera cumplido cien años este 8 de abril del 2014
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Respuesta  Mensaje 1 de 4 en el tema 
De: cubanet201  (Mensaje original) Enviado: 08/04/2014 05:08
María Félix, 100 años de «una mujer con corazón de hombre»
Tuvo cuatro maridos e incontables amoríos.Era ingeniosa y cortante.
 
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A María Félix también se la conocía como «la mujer sin alma»
María Félix nació un día como hoy 8 de abril de 1914 y muere en el día de su cumpleaños 8 de abril del 2002.
                 Por Andrés Amorósa
      Definen los americanos un género cinematográfico como «más grande que la vida» (bigger than life). Algunos singulares personajes consiguen forjar así su biografía. Uno de ellos, sin duda, es María Félix, la bellísima actriz mexicana, de cuyo nacimiento se cumplen 100 años el 8 de abril (y doce de su muerte, en la misma fecha). La llamaban «María Bonita», por la canción que le dedicó Agustín Lara; también, «La doña», como intérprete del personaje creado por Rómulo Gallegos;«La mujer sin alma» y «La devoradora», por el título de sus películas; los franceses, sin más, «la plus belle femme du monde». Separar su biografía de su leyenda es inútil. Lo resume certeramente Octavio Paz: «Nació dos veces: sus padres la engendraron y, después,ella se inventó a sí misma; nació como un relámpago que desgarra las sombras». Pero conviene recordar algunos datos: nació en Álamos, Sonora. Su madre, Josefa Güereña, era hija de españoles. Se crió en el campo, con 11 hermanos, con los que compartía juegos de muchachos. Se sentía tan unida a su hermano Pablo que sus padres los separaron, enviándolo a él a un colegio militar, donde murió en circunstancias misteriosas. Fue reina de la belleza en Guadalajara.
  
A partir de 1942, rodó 42 películas: en México, con el Indio Fernández, «Enamorada», «Río escondido» y «Maclovia»; junto a Jorge Negrete, Pedro Armendáriz, Pedro Infante y Dolores del Río («La cucaracha»). En España, con Sáenz de Heredia y Bardem (la Niña Chole en las «Sonatas» de Valle Inclán). En Francia, con Jean Renoir(«French Can-Can»). Se casó cuatro veces; tuvo más amores A muchos deslumbró su belleza. Escribió Jean Cocteau: «Es tan intensa su hermosura que duele». Pero ella reivindicaba que no era su único mérito: «No es suficiente ser bonita: hay que saberlo ser...». Fue considerada «mexicana del mundo»: «A los mexicanos les he convenido mucho: creen que todas las mexicanas son como yo...». Se negó a trabajar en Hollywood, para no hacer los papeles de india que le ofrecían: «Las indias las hago en mi país. En el extranjero, sólo encarno a reinas».
 
Cuatro matrimonios
Se casó, muy joven, con Enrique Álvarez. Él era demasiado celoso: entraban en el cine cuando ya había comenzado la proyección, para que nadie la viera; no quería ir con ella a los toros. Con él tuvo a su hijo Enrique Álvarez Félix, al que adoró hasta su muerte, en 1996. Cuando la pareja se separó, el padre raptó al niño. Ella le devolvió la moneda, raptándolo, cuando contrajo matrimonio con Agustín Lara, «el Flaco de oro», en 1945.
 
De jovencilla, le había dicho a sus amigas: «Un día me voy a casar con este señor que canta tan bonito». Y cuando lo conoció: «Me lo voy a conquistar esta noche». Él tenía ya 48 años, su familia se había arruinado en la Revolución, trabajó como pianista en un burdel: de allí sacó una cicatriz en la cara, por un botellazo. Se hizo popular en la radio: «Estoy casado con un micrófono». Se enamoró locamente de María. Como regalo de bodas, le escribió «María Bonita»: «Acuérdate de Acapulco, / de aquellas noches, / María Bonita, María del alma». Con su ingenuo erotismo retórico: «Tu cuerpo, del mar juguete, / nave al garete...». También le dedicaron canciones Juan Gabriel («María de todas las Marías»), José Alfredo Jiménez («Ella»), Cuco Sánchez («Doña»)...
 
Su boda con Agustín Lara fue un clamor popular. Ella defendía su elección: «Toda la gente lo veía feo. Pero, en la intimidad, ganaba a cualquiera». El matrimonio duró sólo un par de años. Lo dejó por sus infidelidades, después de un intento de matarlo... Muchos cantantes siguieron cantando este bolero. Cuando María asistía al recital, se la dedicaban y ella, de pie, recibía el homenaje... En su primera película, «El peñón de las ánimas», había conocido a Jorge Negrete, el gran mito varonil mexicano. Su primer encuentro fue desastroso: «Yo no quiero trabajar en el cine y menos si hay en él tipos tan majaderos como usted». Pero él estaba loco por ella. Se casaron en 1952, pero él murió un año después. En 1956 se casó de nuevo con Alex Berger, que le proporcionó tranquilidad y una gran posición económica. Vivieron juntos, en Francia y en México, durante 18 años, hasta que él murió. Fue su matrimonio más duradero.
 
Otros hombres
Desde 1981, fue pareja del joven artista Antoine Tzapuff, que pintaba escena indígenas. Pero hubo más hombres en su vida. Por ejemplo, el actor argentino Carlos Thompson, con el que llegó a anunciar su boda, antes de romper el compromiso. O el millonario Jorge Pasqual, que le enviaba avionetas cargadas de flores (ella le pedía que cambiara sus regalos por sacos de arroz y maíz, para repartirlos a los indios). Una vez que María perdió su equipaje, en Nueva York, él hizo que abrieran, para ella, los almacenes Sak’s. La pintora Leonor Fini le presentó al joven escritor francés Jean Cau, secretario de Sartre, tan amigo luego de España y de la Tauromaquia (con Jaime Ostos y su cuadrilla viajó un verano entero, para escribir su libro «Las orejas y el rabo»). Ella no accedió a su petición de matrimonio.
 
Su relación con Luis Miguel Dominguín la he resumido en mi biografía del torero. En 1951, la prensa internacional los localizó a la puerta de un hotel de París; él llevaba una espectacular capa española. Al año siguiente, el 12 de diciembre, día de la Virgen de Guadalupe, toreó Luis Miguel en México, en un ambiente muy hostil, por el viejo pleito del convenio taurino hispano-mexicano, la rivalidad con Arruza y hasta cuestiones políticas, por la presencia de muchos españoles del exilio. Al diestro le gustaba provocar a sus enemigos y declaró: «¡A mi lado, Hernán Cortés es un caniche». ¡Imagínese cómo lo recibió el público! Tiempo atrás, ella se había sentido obligada a declarar que jamás sería la amante de un enemigo de México. Vestido de rosa y oro, el diestro, muy serio, se dirigió a la barrera que ocupaba «La doña» y le brindó, en voz alta: «Por nuestros recuerdos». En el tendido, sonó una voz popular: «¡María, lídiame de sobrero!». Luego, cortó las orejas y salió en hombros. Un amigo de Luis Miguel me contó que su relación con María Félix había sido «más larga, intensa y trascendente» de lo que suele creerse. Años después, en la intimidad, él seguía hablando de la bellísima actriz.
 
Más novelesca todavía es su relación con Diego Rivera y Frida Kahlo: «Los quise mucho, fueron mis amigos pero ni Frida ni Diego me parecen pintores. ¡Les falta!...». Diego estaba loco por María, la consideraba «un ser monstruosamente perfecto», le pidió matrimonio; Frida también le rogó que se casara con él. María no quiso. Él la pintó muchas veces. Una de ellas, en su gloriosa desnudez, en un cuadro que conservaba en su casa la actriz. Una vez, ella llamó a un obrero y le hizo que, con yeso, borrara, en el cuadro, algunas partes de su cuerpo...
 
Una gran diva
María Félix llegó a ser amiga de Eva Perón, Jean Genet, Salvador Dalí, Gérard Philippe, Yves Montand... Coleccionaba porcelanas, muebles, pinturas, joyas («a mí, las únicas perlas que me han hecho llorar son las falsas»), serpientes de cascabel. La vistieron Cocó Chanel, Givenchy, Yves Saint Laurent, Balenciaga. Hermès le confeccionó todo lo relacionado con su cuadra de caballos, que tenía en Chantilly. Usaba abrigos, diseñados por ella misma, de pantera, cibelina, chinchilla... Se hizo una falda con una capa pluvial: «Mi cintura es del tamaño del cuello de un cura». En su madurez, sus declaraciones eran una mina para los periodistas del mundo entero. Hablaba con libertad de todos los temas. Delante de la estatua de un desnudo masculino, en el Museo de Antropología, afirmó: « La escultura habla por sí sola. Hay civilizaciones que tienen de más». No opinaba lo mismo de la actual: «Ya no hay hombres como los de antes: Zapata, Pancho Villa... Se ha perdido mucho. Como algunos hombres no se ponen los pantalones, nosotras nos los vamos a poner».
 
Cortaba tajantemente a los periodistas que la incomodaban. Por ejemplo, a uno que le preguntó por su edad: «He estado muy ocupada viviendo mi vida, no he tenido tiempo de contarla». O al que le interrogó si era lesbiana: «Si todos los hombres fueran como usted tendría que serlo». Defendía la libertad, en el amor: «Lo que hacen las gentes de la cintura para abajo son sus historias, no las mías». Ella había practicado esa libertad: «Yo siempre escogí a mis hombres... Sólo he sido una mujer con corazón de hombre».
 
No era nada humilde: «¡Estoy hasta arriba de la cabeza de los pendejos! La vida me hizo y, probablemente, me hizo muy bien». A un entrevistador televisivo le espetó algo que podría haber dicho la Gloria Swanson de «El crepúsculo de los dioses»: «No me creo la Divina Garza... ¡Yo soy la Divina Garza!»
 
No era vanidad sino orgullo: pero conocía su propio valor: «La vida de una artista es sueño; si no es sueño, no es nada». Eso fue ella, para muchísimas personas, en el mundo entero: un inalcanzable sueño. Se lo cantó «el Flaco de oro», como regalo de boda: «Porque te sientes idolatrada... María Bonita»
 


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Respuesta  Mensaje 2 de 4 en el tema 
De: cubanet201 Enviado: 08/04/2014 05:09


Respuesta  Mensaje 3 de 4 en el tema 
De: guajiro cubano Enviado: 08/04/2014 23:03
María Félix, la leyenda
Decidida, seductora y temperamental. Encandiló a Jorge Negrete y al compositor Agustín Lara
México se rinde a la gran diva en el centenario de su nacimiento

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                 VÍCTOR NÚÑEZ JAIME
   María Félix —María Bonita, La Doña— estaba en España para asistir al homenaje que le brindarían en el Primer Festival de Cine de Madrid. Eran las ocho de la mañana cuando sonó el teléfono de la suite del hotel Ritz: “¡Me pedían que pagara el desayuno! Tengo dinero para pagar, pero… ¡¿qué desorganización es esta?!”, soltó con su voz grave y honda ante un centenar de periodistas, dejando claro su temperamento durante la rueda de prensa que ofreció la tarde del 7 de abril de 1997.

Había pasado medio siglo desde que la gran diva del cine mexicano —que cumpliría 100 años el próximo martes— visitó por primera vez este país. En el verano de 1947 vio en primera fila de la plaza de toros de Linares cómo un toro de casi media tonelada acabó con la vida de su amigo Manolete. Luego, bajo la dirección de Rafael Gil, protagonizó Mare Nostrum, la primera de las seis películas que realizó en España. Para entonces, buena parte del público hispano ya se había rendido ante la imponente belleza de “la mexicana” que un lustro antes se había adueñado de las pantallas cinematográficas.

María era una veinteañera, recién llegada a la ciudad de México, cuando se topó en la calle con el director de cine Fernando Palacios. “¿Le gustaría hacer cine, señorita?”, le preguntó. “Si me da la gana, lo haré. Pero cuando yo quiera. Y será por la puerta grande”, contestó ella. La puerta grande no tardó en abrirse, y en 1942 estelarizó El peñón de las ánimas al lado de Jorge Negrete. Pero el éxito le llegaría con Doña Bárbara, basada en la novela del venezolano Rómulo Gallegos, un personaje que, a partir de entonces, interpretaría delante y fuera de las cámaras. Dura, altanera, dominante, hembra-macha, “María Félix nació dos veces: sus padres la engendraron y ella, después, se inventó a sí misma”, dijo un día Octavio Paz.

Con la fama empezó la sucesión de hombres en su vida. “Yo los escogí a todos. Por eso los podía dejar cuando quería. ¿Luchar por un hombre? ¡Hay tantos!”, se ufanaba. Se casó cuatro veces, pero sus amores más sonados fueron los que mantuvo con “el charro cantor” Jorge Negrete y con el compositor Agustín Lara, quien le hizo “un himno”. Cuentan que, una madrugada, Lara llamó al cantante Pedro Vargas y al violinista Eulalio Uranga para que le ayudaran a interpretar “una canción divinamente cursi” que le acaba de escribir a su mujer. Mandó pedir también un piano blanco, y en el jardín de la mansión de la diva, los tres comenzaron la serenata: “Acuérdate de Acapulco / de aquellas noches / María bonita, María del alma…”.

“Los dejaba cuando quería. ¿Luchar por un hombre? ¡Hay tantos!”, decía
El romanticismo de Agustín Lara, sin embargo, era eclipsado por los celos. “¿Cómo no tenerlos —decía— si es mía, pero todo el mundo se fija en ella? ¿Cómo no tenerlos —agregaba lleno de inseguridad— si yo soy más feo que muchos de sus pretendientes?”. Una noche, iracundo, cogió una pistola, entró en la habitación conyugal, donde María se estaba maquillando, y le disparó. Falló y, por un instante, la actriz se aterró. “¡Flaco cabrón!” le gritó, y le echó de casa.

Hizo 47 películas entre México, España, Italia y Francia, pero nunca cedió a la tentación de Hollywood. “Solo me ofrecían papeles de india. ¡Y yo no nací para llevar canastas!”, sostenía. Dejó los platós cinematográficos en 1970 y se dedicó a vivir de su leyenda. Cada tanto iba a los programas de televisión para desparramar sin tapujos sus recuerdos. Recorría festivales internacionales de cine y pasaba algunos meses del año en su casa de París. La mañana del 8 de abril de 2002, el cante Juan Gabriel (quien le había compuesto otro “himno”, María de las Marías) la llamó por teléfono para felicitarla por su 88º cumpleaños. “La Doña todavía no se ha despertado”, le dijo el mayordomo. La Doña ya estaba muerta. Nació y murió el mismo día, como si lo hubiese planeado.

Meses después, cuando se supo que le había dejado todas sus propiedades y dinero a su joven asistente, Luis Martínez de Anda, y nada a sus hermanos, estos pidieron que se exhumara el cadáver “para comprobar que María no fue envenenada”. Los forenses la sacaron de la tumba en directo para la televisión y no tardaron en decir que “murió por una insuficiencia cardiaca”. Sus familiares dejaron de hacer ruido y el heredero comenzó a subastar los muebles, los cuadros, los vestidos y las joyas de la diva. Muchos de esos objetos fueron comprados por fans. “El próximo martes inauguraremos un museo, cerca del aeropuerto del DF, donde todo el que lo desee podrá ver el patrimonio que hemos podido rescatar con nuestros propios recursos”, dice Alejandro Martínez Cadena, presidente del Club de Admiradores de María Félix. La lujosa casa donde La Doña vivió durante casi 50 años, en el elegante barrio de Polanco de la capital mexicana, fue derruida el pasado mes de marzo. Hoy es un descampado de unos 500 metros cuadrados y pronto será un edificio de pisos caros y ostentosos.
 

Respuesta  Mensaje 4 de 4 en el tema 
De: cubanet201 Enviado: 10/04/2014 18:25
María Félix en su centenario: porte y gesto de una Doña
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Cien años de una mujer que todavía perdura en el arte y la memoria de muchos hombres
  
                     Carlos Olivares Baró | México DF | Cuba Encuentro
    María de los Ángeles Félix Güereña (Álamos, Sonora, 8 de abril, 1914 - Ciudad de México, 8 de abril, 2002), María Félix —La Doña, María Bonita— se dio el lujo de morir el día de su cumpleaños 88. Nació en las esencias del miércoles; murió en la eternidad atribulada del lunes. El cine, no la hizo célebre: la pantalla grande la inventó.

Hay que verla en Río escondido, Maclovia, Camelia, Enamorada, El monje blanco, Doña Diabla, La noche del sábado, La escondida,Flor de mayo, La cucaracha, Que Dios me perdone, Una mujer cualquiera...: ella es encarnación y trama: deseo extraviado: fugacidad vibrante en las ostentaciones de la luz.
 
Cuarenta y siete películas de María en sets de México, España, Francia, Italia y Argentina. Pero hay que verla en Doña Barbara (Fernando de Fuentes, 1943): el personaje de Rómulo Gallego cobra toda su anchura: insaciable devoradora de hombres. Mímesis: los arcos desviados de las cejas de Doña Bárbara encuentran cobijos en el porte y en los gestos de María. “No es que me crea la divina garza: soy la divina garza”, lo repetía altanera y encantadora a los reporteros de espectáculo.
 
En La diosa arrodillada (Roberto Gavaldón, 1947), Arturo de Córdova sucumbe frente a su belleza. Melodrama en el que la altiva modelo que representa —cauces de una destructiva relación amorosa— conforma una instigadora encarnación de la codicia erótica: uno de los grandes momentos del cine mexicano. Uno de los grandes instantes de la catadura inmemorial de La Doña.
 
Dos veces visitó a La Habana: octubre de 1949 y el verano de 1955. En su primer viaje se alojó en el Hotel Nacional, los cronista relatan que en cada salida a las calles del Vedado un escuadrón de policías la escoltaba. Alguien, en la esquina de 23 y L, le jaloneó el vestido azul de lino adornado con flores rojas: “No, me lo van a rasgar, miren que me lo mandé hacer para ustedes”, exclamó la sonorense.
 
En su segunda visita arribó al aeropuerto de Rancho Boyeros toda de blanco: una sonrisa de diosa consentida dibujaba su rostro. Habló de Jorge Negrete, quien había fallecido dos años atrás. “Jorge (Negrete) y yo queríamos venir juntos, pero fue imposible”, declaró para la Revista Bohemia. Se alojó en el Hotel Comodoro de Miramar: una tarde se fue a los montículos de la playa, varios policías la custodiaban. Iba descalza, el pelo negro suelto y un abanico ancho de Veracruz en su mano derecha. “Que tonta soy: traer un abanico donde hay tanta brisa”, dijo entre risas.
 
En Radio Centro (Cine Yara de hoy) se exhibía French Can-Can, el musical de Jean Renoir que protagonizó con Jean Gabin. Por la noche asistió el cabaret Montmartre de 23 y P (Restaurante Moscú en el castrismo). No quiso ir a Tropicana: “Prefiero pasar por el cine en el que está mi película francesa, quiero ver mi nombre en la marquesina, y a los cubanos entrando a verla”, pidió la Doña.
 
“Cuba me interesa, me gusta su gente, su clima. La Habana es una ciudad idílica. En Acapulco intenté seguirle los pasos a Ninón (Sevilla), fue imposible: esa manera de bailar viene en la sangre. Sé que en Cuba me siguen por mis películas. En mis dos visitas recibí mucha muestra de afectos. Qué pena la situación actual”, comentó María Félix, a quien esto escribe, en 1998.
 
Cien años de una mujer que fue propensión en la memoria de muchos varones. “Yo bajé a los infiernos y hablé con el diablo”, declaró después de la filmación de Doña Bárbara. El personaje femenino del narrador venezolano parece responderle: “Yo también”. El asombro caló sus ademanes. ¿Quién es María Félix?: Eso sólo lo sabe la sordina refulgente de las cámaras.
 
 
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      Fuente:  Cuba Encuentro
 


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