Tenía que adoptar dos personalidades: una para la casa y otra para la escuela.
En el pre, las cosas no mejoraron… He tenido que conservar la herencia marginal sólo por ser varón
¿Seremos como el Che?
Kabir Vegas Castellanos | LA HABANA, Cuba |Diario de Cuba
Cuando alguien se queja de lo mal que hablan los jóvenes, me acuerdo de mi secundaria y de los pocos que, como yo, tuvieron que adaptarse a un ambiente marginal que no tenía nada que ver con la forma en que habíamos sido educados. Al menos eso marcó el cambio y nunca fue mi elección.
No puedo decir que me siento agradecido de mi enseñanza primaria, pero el verdadero problema comenzó en la secundaria. ¡Cómo olvidar la impresión que me produjo la escuela! Las ventanas estaban destruidas, los cristales sustituidos por cartones que no dejaban pasar el aire, las mesas rotas, y de los baños para qué hablar.
Lo peor era que el espacio no daba abasto para los casi mil estudiantes obligados a permanecer ahí ocho horas. En el receso, los jóvenes se movían en todas direcciones como bestias que necesitan liberar su energía, el escándalo era tal que los profesores terminaban sin voz.
Is en medio de todo un gracioso más alto pasaba rápido y te daba con el hombro en la boca, uno terminaba con los labios sangrando y nunca conseguía descubrir al culpable. Is uno cometía el error de darle las quejas a algún professor, éste te miraba con desprecio por no saber arreglártelas por tu cuenta.
Durante el primer mes no me atreví a recoger la merienda; me asustaba la violencia con que se desarrollaba el ritual y no entendía bien cómo funcionaban las cosas. Cuando me decidí comprobé que, aparte del sofocante tráfico de gente, la merienda era un pan con jamón u otras carnes procesadas de pésima calidad, con suerte una lasca de queso. Extrañamente, el pan siempre estaba verde por debajo, y para tragar esta bomba maloliente te “brindaban” un vaso de yogurt aguado que casi siempre parecía estar en proceso de descomposición.
Muchos alumnos se divertían tirando los panes de la merienda por los balcones, así que alrededor de la escuela siempre había perros callejeros esperando la buena horas.
A principio de curso, todavía quedaban rezagos de inocencia. Algunos se atrevieron a llevar soldaditos y otros juguetes. Pero la reacción era tan hostil que a la segunda semana nadie llevó nada que recordara la infancia. Para que no nos quedara duda del cambio, un día en que en una video-clase estaba la canción infantil Estela, un granito de canela, de manera espontánea casi toda el aula empezó a corearla. La profesora, que era estudiante de PGI (Professor General Integral), apagó el televisor, golpeó la mesa y gritó:
-¡Ustedes no se ven muy grandes para comer tanta mierda?
Yo arrastraba desde la primaria el que siempre me creían extranjero por mi pelo largo, y por una excepcional dicción inculcada por mis padres; a los pocos meses, mi dicción se había atrofiado y mi vocabulario se redujo considerablemente. Cada vez que decía algo notaba que mis colegas no me comprendían y tenía que expresarlo con palabras más simples.
Me di cuenta de que tenía que adoptar dos personalidades: una para la casa y otra para la escuela. En el pre las cosas no mejoraron, y he tenido que conservar la herencia marginal sólo por ser varón, porque en muchos ambientes es la única garantía de ser respetado.
Ahora en la “Mesa Redonda” hablan de la pérdida de valores y culpan a los hogares, pero la degeneración empezó en las escuelas, donde hasta los profesores hablan y actúan como marginales.