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General: Celia Cruz detrás del escenario: bondad y humanidad
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: cubanet201  (Mensaje original) Enviado: 18/05/2014 19:52
Celia Cruz detrás del escenario: bondad y humanidad
a_cruz_2.jpg (482×599)
                         POR DANIEL SHOER ROTH
En perfume de grandeza, cubierta por la gloria terrenal, Celia Cruz recibió una apoteósica y final despedida en Miami hace más de una década. La felicidad que espléndidamente había distribuido, con su prodigiosa voz de trueno y libre espíritu de raigal cubanía, era el viviente recuerdo de una multitud. Mordiéndose las lágrimas, en una fila infinita de amor, sus admiradores aguardaron por besar su féretro envuelto en la bandera de la estrella solitaria y el triángulo de sangre.
  
Lloraba un pueblo por su rimbombante guarachera –evocando su talento, carisma, patriotismo y luminosidad–. Muchos exiliados narraban anécdotas personales con Celia. Otros aún más afortunados, afligidos por una sensación de orfandad desnuda, atesoraban una historia de amistad. Entre estos últimos, se encontraba un alma noble que enfrentaba el reto de la discapacidad mental. Se llamaba Tony Arteaga.
  
Hacia finales de la década de 1970, Celia le obsequió el día más feliz de su vida. Sí, el más feliz. En el camerino del Centro Español de Miami, la Reina de la Salsa se alistaba para una presentación. El verde pistacho de su vestido de seda combinaba con el azul maya que engalanaba sus párpados. Y su optimista sentido del humor reverdecía la alegría de los que compartían su entorno.
 
–Celia, allá afuera hay un bobito que te quiere saludar –le informó un guardia de seguridad.
 
–Ese no es ningún bobito –aclaró Celia disgustada con el comentario–. El tiene su nombre; se llama Tony y es mi amigo. Dile que pase.
 
Poco antes de comenzar el espectáculo, el auditorio oscuro y las emociones de pie, un reflector iluminó la mesa donde se encontraba Tony junto con su familia.
 
–Tony, por favor ponte de pie –anunció una voz sin previo aviso–. Les presentamos al agente publicitario de Celia en Holanda.
 
“Así era ella: linda, sencilla, inteligente; con un corazón lleno de ternura”, relata la hermana de Tony, Coralia González León, cuyo conmovedor testimonio forma parte de la exhibición de el Nuevo Herald en la feria Cuba Nostalgia, consagrada este año a Celia Cruz. “Ella fue un ángel para Tony y Tony fue un ángel para ella”.
 
Por su mágica capacidad de incorporar a sus seguidores en sus triunfos y glorias, por su sincretismo cultural, por su dicharachera simpleza, por su sonrisa a flor de piel, Celia fue el epítome de cubanía popular y el alma de la canción cubana.
 
FLORECE LA AMISTAD
 
La infancia de Tony se vio truncada en Cuba por las desventuras del azar.
 
Como su tercer cumpleaños se asomaba en el calendario, para enseñarle a soplar las velitas, su padre experimentó con una caja de fósforos, según el relato de la familia. Esa noche lo ingresaron al hospital porque experimentaba problemas respiratorios severos. Urgía someterlo a una traqueostomía. Desconsolada, la madre se arrodilló en el suelo raso y elevó su cuita a San José; era el día de su fiesta en el calendario litúrgico. No hubo necesidad de operarlo –salió del centro médico risueño y travieso–. Cursando segundo grado, años después, los administradores escolares citaron a sus padres con un informe indeseado: el pequeño no procesaba las matemáticas. Debían cambiarlo a una escuela para niños con necesidades especiales. Los médicos le diagnosticaron “déficit mental parcial”.
 
Tony creció con síndrome de obsesión. Los periódicos, las máquinas de escribir, el correo postal y la radio de Onda Corta eran sagrados. También estaba aferrado a una melodiosa voz que atravesaba heridas y lograba que “sus penas se fueran cantando”.
 
Exiliado a los 24 años, separado de su barrio y cultura, desgajado de su patria y sediento de consuelo –como miles de los desterrados que encontraron a su entrañable Cuba en la voz de una refulgente negra de un barrio pobre habanero que resguardaba el sol de “Cubita la Bella” en sus cuerdas vocales–, Tony rogó a su vecino en Hialeah, un popular locutor de radio, que le presentara a su venerada Celia. Su viejo sueño se cristalizó –y se construyeron los cimientos del cariño incondicional, del afecto puro.
 
Dos almas separadas por los talentos y triunfos se fusionaron en el corazón por la admiración de una y la bondad de otra.
 
“Le gustó tanto el tontito y al tontito le gustó tanto Celia que hicieron una química de amor madre e hijo”, narra González rodeada de fotografías y postales de Celia dedicadas a su hermano, fallecido en 2008. “A pesar de su discapacidad ella lo distinguió, lo quiso; eso no lo hace nadie”.
 
Celia gentilmente le ofreció su número de teléfono y él, obsesivo e inocente, nunca se cansó de marcarlo. Su madre, Leonor Pacheco, también quería encontrarse cara a cara con la Guarachera de Cuba.
 
–Voy a ir a conocer a Mima Leonor, pero no se lo digas a los vecinos –le advirtió un día la estrella–. No tengo guardaespaldas.
 
Acompañada por su esposo Pedro, apareció de incógnita en un humilde efficiency en Hialeah con una caja de talco perfumado Channel, regalo que desde entonces envió a la madre en sus cumpleaños. Regocijado, Tony salió a comprar una colada para brindar por la distinguida visita.
 
–¡Celia Cruz está en mi apartamento! –reveló a los clientes de la cafetería.
 
Como era tradición, se le burlaron en la cara.
 
‘QUÍMBARA’ LLEGA A HOLANDA
 
Tony también “padecía” de diexismo –la afición de escuchar y contactar emisoras internacionales que transmiten por la banda de radiofrecuencias Onda Corta.
 
Para estas emisoras, él era un fanático en Miami que les pedía reproducir canciones de su ídolo Celia Cruz. En una ocasión, contactó a Radio Nederland; recién había salido al mercado el álbum Celia & Johnny, coproducción con Johnny Pacheco, que incluía la canción Químbara, uno de los mejores temas de la guaracha y la rumba. Tony compró el disco de vinilo y lo envió a Tom Meyer, conductor de un programa de música latina que invitó a Celia a Amsterdam.
 
Fue en Holanda cuando Celia descubrió que su admirador en Hialeah le había abierto las puertas en esa estación. “Querido Tony –le escribió–, acordamos Tom y yo enviarte esta postal juntos. Saludos a Mima Leonor de Pedro y míos, Cariños. Celia”.
 
Amante de los materiales impresos, Tony era un acumulador compulsivo: guardaba cosas excesivamente en su habitación y no dejaba que nadie las moviera. Característica que lo transformó en un excelente archivador de la información publicada sobre Celia en los medios. Apegado también al servicio de correos, encontró una enorme satisfacción visitando la oficina postal para enviarle a la mujer que encarnaba la rectitud y la comprensión los artículos desglosados que resaltaban su descollante carrera artística.
 
En 1997, la multifacética Celia hizo su segunda incursión en una telenovela con el papel de Macaria en la producción El alma no tiene color cuyo tema, el racismo, no fue ajeno en la vida real de su juventud. Durante las grabaciones en México, al parecer, uno de sus aretes hirió inadvertidamente al actor Carlos Cámara. Tony leyó la información, le envió el recorte de prensa y se alarmó por su salud.
 
Consciente de su mente lenta, no obstante amorosa, la Reina consiguió tiempo para esclarecerle el suceso en una carta. Aprovechó la tinta para recordarle: “Tony, a mí nunca se me olvida que tu cumpleaños es agosto 18 ¿Okey? Salúdame a Coralia y familia y a tu primo Abilio. Pedro también te saluda y ésta tu amiga Celia”.

 

 


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De: cubanet201 Enviado: 21/05/2014 14:06



 
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