Hembras y varones se sacan las cejas
“Leandro, quiero que me planches el cabello y me hagas un corte así como el tuyo. Y no te preocupes, tengo con qué pagarte.”
El aludido, al escuchar de pago, comenzó a sacar los implementos de trabajo. Mi vecino le pregunta: “¿Puedes?”
“Claro que si… Aprendí peluquería con mi madre, desde los 12 años y siempre me ha gustado. Este me lo hice yo.” Le responde, mientras le muestra detalles de su corte.
Dispuesto a trabajar sobre el gusto de su amigo, le dice:“Siéntate aquí, que ya empiezo”.
Mi mamá y yo, sentados en el portal de nuestra casa, escuchábamos la conversación desde el garaje de la vivienda contigua.
Mientras Leandro trata de ponerse a la moda con el nuevo tipo de pelado trans-atrevido, olvidando que Servando, su padre siempre ha rechazado, lo cual evidencia cuando aparece en la improvisada peluquería y pregunta: “¿El pelado que traes no es de mujer? Nunca he estado de acuerdo con esa moda”.
Los muchachos no responden. Pero Servando continúa, en tono ofensivo:
“Hembras y varones se sacan las cejas, se ponen aretes, se afeitan, se pintan el pelo; eso es cosa de mujeres y tiene nombre, en mi tiempo era mariconería”.
Los chicos continúan en su empeño, haciendo caso omiso; mas, mi madre, que no puedo contenerse, le contestó en alta voz, desde el portal de casa.
“Mi esposo desde los 30 años se teñía el cabello, se arreglaba las cejas, se afeitaba el cuerpo y era tremendo macho, más que muchos llenos de pelos” con una clara alusión a Servando. Y como quien ha sido tocado por un resorte, continúa:
“Tu has tenido siete mujeres y todas te han sido infieles en tu propia cama. ¿Será que eres muy macho?…”
Las modas de los maquillajes, el afeitado o depilación del cuerpo, el teñido y cortes de pelo, entre otros tratamientos de belleza, son cíclicos y vienen desde las civilizaciones egipcias, griega y romana entre otras. No es solo un fenómeno de la actualidad, sino que siempre, en mayor o menor medida, han estado en la dinámica social.
Ellas no definen al hombre o a la mujer, responden a códigos culturales y climatológicos, u otros.
Pero es innegable que, por general, quienes las rechazan con vehemencia casi enfermiza, esconden sus debilidades detrás de esas fobias, que los hacen infelices toda la vida.