Tirarse al mar contaminado desde el Malecón
la única forma de escapar del calor de agosto en La Habana
Ni soñar con una piscina. A la playa en guagua (omnibus), un reto.
Por Víctor Ariel González | La Habana, Cuba |
La historia, dicen, se repite este año: niños y adolescentes que están en plena etapa de vacaciones se zambullen en las aguas frente al malecón habanero. Ignoran el peligro de resbalar sobre las rocas y no les importa la contaminación. La diversión podría costarles caro, ¿pero acaso tienen otra forma de pasarlo bien?
La respuesta, en caso afirmativo, sonaría a un “sí” demasiado tímido. Los niños y adolescentes en Cuba no saben cómo pasarlo verdaderamente bien durante el verano, mientras transcurren dos meses seguidos de vacaciones y entonces sobra tiempo para todo: la playa, las excursiones, los parques de diversiones, las fiestas del barrio, la televisión o el cine de estreno. En fin, las actividades que parecen realizar en el resto del mundo –o al menos, del mundo que sale en las películas o las series que ponen en TV– los niños y adolescentes que están de vacaciones.
De vuelta a la Cuba real, esas actividades no son precisamente de las que disfruta la inmensa mayoría de los cubanos menores de edad. Para empezar, del tiempo que deberían tener para divertirse, ellos emplean una cantidad nada despreciable tan solo intentado averiguar qué se puede hacer para no morir de aburrimiento antes del curso escolar siguiente. Si consiguen dar con algo, es muy posible que no sea saludable, cuando no mortalmente peligroso.
Así es como se les ocurre una de esas escapadas veraniegas, llenas de ejercicio y competencia sana (agradézcase que no de drogas ni de violencia) a la costa, por ejemplo. ¿Y cuál es la orilla de mar que más cerca le queda a los adolescentes y niños de los barrios de Centro Habana o Vedado? Las playas del este constituyen un reto por el transporte, y las del oeste, aunque relativamente cercanas, ofrecen la roca cortante con erizos incluidos. “Ya pa’ eso me tiro aquí mismo, en el Malecón”, cuenta Raiko, un adolescente que terminó su secundaria el curso pasado y le encanta bañarse allí de vez en cuando, junto a varios amigos de su cuadra.
No importan las señales que prohíben nadar, o que la policía suela poner multas a algún que otro “marea’o”. Raiko es continuador de una larga tradición capitalina y penada por la ley: niños y adolescentes, bañistas urbanos del Malecón.
Como otros de su edad, Raiko no está para ir a los museos de siempre o para leerse libro alguno. No desea didactismo: prefiere consumir entretenimiento puro. Pero no tiene dinero para pagar el acceso a una piscina que funcione, ¡y ni pensar en un fin de semana en Varadero! En cambio, su ciudad no posee casi parques de diversiones, en el barrio no se hacen fiestas ya, la televisión no hay quien la pase y, para colmo de males, le cerraron las salas 3D. Con el panorama vacacional que muestra La Habana, lo menos que encuentra Raiko en las aguas que bañan la llamada Avenida del Golfo es peligro. Pareciera que el mar es una vía de escape espiritual desde edades tempranas, tornándose escape físico a medida que se madura.
No sólo los habaneros carecen de medios para vacacionar medianamente bien. Al interior de Cuba la situación es, increíblemente, todavía peor. A los niños en los campos cubanos no se les ocurren ideas menos peligrosas que bañarse a orillas de una ciudad, como hacen Raiko y demás mataperros habituales.
La respuesta de las autoridades para terminar con los baños en el Malecón es la misma que hasta hoy no ha dado resultados: el control, el regaño, la prohibición. Por ello se repite hasta el cansancio un reportaje en el noticiero donde condenan ese tipo de recreación y llaman la atención de los padres, muchos de los cuales están trabajando mientras sus hijos descansan del período lectivo. Ciertamente hay motivos para tomar precauciones porque ya han ocurrido accidentes muy lamentables; pero una vez más, la duda sobre si prohibir es la solución óptima “sale a flote”. Los del discurso oficial se han olvidado de poner en algún párrafo al menos una opción real para divertirse.
Una piscina a lo cuban