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General: Para los nostálgicos como yo, que sueñan con Santa María del Mar
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: administrador2  (Mensaje original) Enviado: 09/10/2014 14:25
Estoy mirando al cielo, mirando al mar…
playas-de-este-500x400.jpg (500×400)
El paso de los años y el afán del régimen cubano por erosionar todo lo
anterior a 1959, hacen que muchos paisajes sean hoy día solo un recuerdo
  
            Por Luis Cino Álvarez | Desde La Habana, Cuba |  Cubanet
Recientemente, luego de una ardua travesía en una guagua de la ruta 400 (Virgen del Camino-Guanabo), logré llegar a Santa María del Mar. Lo lamenté: la playa sigue siendo bella, pero deprime de tanto abandono.
  
Santa María del Mar y Boca Ciega me evocan muchos buenos recuerdos.
  
De niño, en esas playas, aprendí a nadar como un pez. Mis maestros fueron mi padre y Raúl, el marido de Graciela, mi tía por línea paterna.
 
Desde que era muy pequeño y hasta que se fueron a los Estados Unidos en 1972, pasaba mis vacaciones en casa de mis tíos Graciela y Raúl. Vivían en una linda casita que apenas tenía vecinos, en la loma de Santa María, a 100 metros de la Vía Blanca, a más de dos kilómetro del mar y a menos de uno del puente sobre el río Itabo, donde también nadaba y pasé varios sustos.
 
Raúl Piñeiro, mi tío, era un excelente dermatólogo que había atendido la soriasis de Che Guevara, pero que tenía frecuentes encontronazos porque, luego del entusiasmo inicial por la revolución de los barbudos, no había modo de que asimilara el comunismo. Era flaco y tenía la piel curtida por el sol. Le encantaba la fotografía, leer, pescar y nadar. Le chiflaban las canciones del Benny, Manzanero y Frank Sinatra. No recuerdo haberlo visto demasiado bravo muchas veces.
 
En casa de mis tíos pasé los momentos más felices de mi niñez y mi adolescencia. Sobre todo cuando allá por 1970 me enamoré perdidamente de Raquelita. Sus padres, la hermosa Raquel y el doctor Dobla, que parecía el doble de Humphrey Bogart, vivían en Lawton, pero pasaban casi todo el verano, o al menos los fines de semana, en la casa que tenían en Santa María, cerca de la de mis tíos.
 
No llegamos a ser novios como tales –ya se sabe cómo son esas cosas cuando se tiene 14 años- , pero nos gustaba andar juntos: nadar, tostarnos al sol, oír música, caminar entre los pinos, tomados de la mano.
 
A ella le daba pena usar aparatos dentales y quería cantar como Massiel, pero su voz era aguda y desafinaba. Yo deseaba ser más alto y menos tímido.
 
Reíamos por cualquier cosa y soñábamos. Ella quería ser científica, yo escritor. Al final, nuestros sueños se cumplieron, aunque no precisamente de la forma en que hubiéramos querido. Alguien me contó que Raquelita trabaja en la NASA. Ella, que no sabe de mí desde los tiempos del Pre Universitario “Cepero Bonilla” debe suponer que testarudo como soy, me las arreglo para escribir.
 
Una vieja canción que se oye a lo lejos me saca de mis cavilaciones: “Estoy mirando al cielo, mirando al mar”, dice. Y estoy en Santa María otra vez. Pero como nuestras vidas, aquellas playas también cambiaron. Para peor. Ya no parecen las mismas.
 
Los pinos que no eran tales, sino casuarinas, ya no existen. Mi Cayito ahora es una playa para gays, policías chantajistas y maleantes. Para caminar entre la basura diseminada por la orilla, hay que subir y bajar dunas de arena cubiertas de yerba, que se extienden hasta la calle y sepultan sus bordes. El puente de madera que unía Boca Ciega y Santa María, de tan derruido, ya no soporta el paso de vehículos. Ahora para llegar a Santa María, hay que apearse de la guagua en la Vía Blanca, en la cafetería El Trébol, y caminar casi dos kilómetros loma abajo por lo que alguien bautizó pomposamente como la Avenida de las Banderas. Y seguir caminando, siguiendo la costa, si quieres llegar a Boca Ciega…
 
Dicen que no se debe volver a los lugares donde una vez fuiste feliz. Les puedo asegurar que es cierto.
 



 
Cubanet
 


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