Años atrás, a nadie del gremio le sorprendía ver amanecer
los libros de Heberto Padilla, Lezama Lima, Virgilio Piñera y otros, en la basura
Los libros de un autor prohibido
Rafael Alcides Pérez | La Habana | Semanas atrás, coincidiendo con mi entrada en la lista de los poetas cubanos prohibidos por el régimen, recibí una visita sorprendente. Era un conocido del barrio, hombre de cierta edad con el que nunca antes había hablado pero que siempre me ha saludado con especial deferencia. Venía a “hacerme entrega”, así dijo, de un paquete de libros, todos de mi autoría.
Los traía en una bolsa de nylon, con el papel metálico de colores de lo que había sido un paquete y la cinta roja que cubriera el paquete. Libros, razonaba aquel hombre gentil, que acaso alguien le llevaba de regalo a alguien y dio la casualidad que al pasar frente a su casa se le cayeran en la acera. Como menos un título, los demás habían sido publicados decenas de años antes (uno de ellos pasaba del medio siglo), calculaba que no debía yo andar abundante de ejemplares, y él por su parte los tenía todos, toditos, sin que le faltara ni un título; pues se daba también la casualidad de que aquel gentil hombre que me hablaba muy bajito por encima de la verja del jardín era un lector voraz de poesía; de la mía y de la de todo el mundo. Por eso había considerado un deber el traérmelos a casa.
Conmovido con tanta gentileza, lo invité a pasar, para hacerle café, pero me dejó con la verja abierta. Andaba de prisa, propuso dejarlo para otro día y se alejó acera abajo con la majestad del soldado que regresa del frente cargado de medallas.
Ángel Gómez, detective que entre crimen y crimen va develando en mi trilogía inédita El Cisne Nacional la historia cubana desde el incendio de Bayamo hasta el 31 de diciembre de 1958, suele decir que “la casualidad existe, pero por casualidad”, y se dan en esos libros del paquete demasiadas casualidades. Para empezar, cabe que siete de ellos, publicados en Cuba entre 1961 y 1993, los tenga el gentil vecino, pero no el octavo. Voy a explicarlo. El octavo es GMT, una antología que me fuera publicada en Sevilla en 1909 por Renacimiento y de la cual sólo entraron en el país doce ejemplares, doce, pues su editor, Abelardo Linares, no estaba seguro de que las autoridades de la Feria Internacional del Libro de la Habana se la autorizaran.
Luego entonces, para que dicho título estuviera en el paquete y lo tenga además nuestro gentil hombre, debió de darse otra muy rara casualidad, la mayor de todas, la casualidad de que él, el gentil, y el dueño del paquete perdido, se encuentren entre las doce personas que llegaron al stand de Renacimiento en La Cabaña a tiempo y con las divisas del caso para adquirirlo. O que ambos -otra vez la casualidad- lo hayan comprado en España o alguien se los mandara.
Ya en otro tiempo, cuando Gastón Baquero y Cabrera Infante, y años después cuando Heberto Padilla, Lezama Lima y Virgilio Piñera, y después cuando Manuel Díaz Martínez y Raúl Rivero y María Elena Cruz Varela, y José Lorenzo y Norberto Fuentes –por no alargar la lista– fueron nombres que ni pronunciarlos era bueno, a nadie del gremio le sorprendía ver amanecer los libros de estos autores en la basura. En un latón de basura tendría yo en 1963 la suerte de encontrar la antología Diez poetas (todos de Orígenes) del entonces tenido por contrarrevolucionario, y por si fuera poco católico irredento, Cintio Vitier, calzada con una dedicatoria de puño y letra del autor a Herminia y Lino (Novás Calvo) fechada en junio de 1948. Nadie querría pasar el sofocón de que le fueran a encontrar algo así, si a medianoche llegaran a registrarle.
Fueron miedos a los que nunca sucumbió, un amigo mío. Sin mencionarlo por su nombre, he referido la anécdota en otra oportunidad. Lector insaciable de Trotski, de Carlos Alberto Montaner y de cuanto autor satanizado le caiga en sus manos, se protege a este amigo con un método muy curioso. Cuanto mejor halle el libro, más críticas serán sus observaciones en los márgenes, todas escritas con letra clara y precisa. Cuando lo termina, además del ideario de un devoto marxista, hallaremos en esas observaciones malas palabras e insultos suficientes para componer un nuevo diccionario de la injuria.
Sabré por eso mismo entender y disculpar a quienes a partir de ahora tiren a la basura mis libros. Los tiempos ya no son los de antes, es verdad; hoy el lector se atreve a tener libros hasta de Reinaldo Arenas. Aunque no sé si anotados con astucia, pues si hablar mal del gobierno ante una malanga de cinco pesos podría tomarse como cosa de un mal momento, un rapto de ira, digamos; tener los textos del enemigo en casa podría entenderse de otro modo. Claro, al contrario de los libros de Arenas, la poesía no está de moda, las ediciones de este género son cada vez menores; de hecho casi para el consumo de poetas, críticos y profesores, o sea, profesionales que por razones de su actividad laboral no deberían temer en el caso de un registro la tenencia de libros de poetas prohibidos de antes o de ahora. Pero aun así, y es aquí donde los libros de un autor prohibido no podrían sustraerse a su destino en la basura, es inevitable que los precavidos con experiencia del pasado, directa o heredada, se digan, con toda razón, que, cambiantes como suelen ser las circunstancias, evitar es lo prudente, lo aconsejable.
Con todo, habitante de un mundo donde por maravilloso a diario la realidad hace caso omiso de la lógica, tal vez me olvide de la máxima del escéptico Ángel Gómez y de corazón le conceda el beneficio de la duda a aquel hombre tan gentil que llegó a casa un domingo a media mañana con una jaba de libros y, varonilmente, sacándolos uno a uno, puesto de perfil, me los fue entregando delante de la presidenta del Comité la cual, disimulaba desde la acera de enfrente, fingiendo barrer hojas secas.
ACERCA DEL AUTOR Rafael Alcides Pérez Nacido en Bayamo, en el oriente de Cuba, el 9 de junio de 1933.Cursó la primera enseñanza en su ciudad natal y el bachillerato en el Instituto de Segunda Enseñanza de Holguín y en las Escuelas Pías de La Habana (1946-1949). Realizó estudios de química industrial en la Escuela de Artes y Oficios de La Habana (1950). Viajó a México (1955), Estados Unidos (1956 y 1959), Argentina, Chile, Uruguay y Venezuela (1961). Fue productor, director y escritor de radio; durante varios años dio a conocer a los poetas cubanos a través del programa «En su lugar la poesía». Colaborador de Unión, Casa de las Américas y La Gaceta de Cuba. En 1965 obtuvo mención en el Concurso Casa de las Américas por su novela Contracastro.
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