Los aplasta el contraste
entre el desarrollo de Miami y las ruinosas y oscuras calles de La Habana.
Cubana llega a La Habana procedente de Miami
Cuando regresan, ya no son los mismos
León Padrón Azcuy | Desde La Habana |
Antes de partir definitivamente de su Isla, la mayoría de los cubanos prometió a la familia que se quedaba, enviarle un dinerito que le permitiera arreglar el techo, vestirse, o simplemente comer. Algunos olvidaron. Pero muchos cumplieron. Los hay que sorprendieron apareciéndose en la Isla, cargados de regalos. Para estos, el amor a la familia se mantuvo intacto. Pero el barrio, la casa donde vivían, cambiaron irremediablemente ante sus ojos. Y, hasta ellos mismos, ya son otros.
Los cubanos que residen en Miami (o van de visita) y regresan a casa, apenas pisan el aeropuerto José Martí, los asalta el contraste entre la modernidad que dejaron afuera y La Habana bombardeada por medio siglo de abandono; rascacielos contra edificios derruídos; impecables avenidas iluminadas frente a calles oscuras ahuecadas, sucias, pestilentes.
Juan Alberto Menéndez Soto, tras cuatro intentos de salida “ilegal” en balsa, logró llegar a Estados Unidos en donde le dieron abrigo como refugiado. Luego de varios años de adaptación, y de reunir unos ahorritos, decidió este 2014 darse un saltico a la barriada de Luyanó. Para el ansiado momento, Mary su madre y su padrastro Manuel Osorio, más conocido por Manolito el Gordo, habían recibido con antelación una aceptable suma de dólares que les envió el hijo, para mejorar la casa.
“Embaldosamos toda la cocina, nos dijo Manolito, echamos piso nuevo en toda la casa y pintamos, pusimos inodoro nuevo y lavamanos, juegos de llaves, ducha y calentador en el baño, todo comprado en las tiendas dolarizadas y así y todo, al día siguiente de su llegada Juan Alberto decidió hospedarse en un Hotel”.
Y prosiguió el Gordo: durante la semana que estuvo el muchacho en Cuba, se empeñó en comer en restaurantes y cafeterías; no sé si porque sentía lástima por nosotros, o porque la comida que cocinamos el primer día no le gustó a pesar de que era muy diferente a la que acostumbramos a comer todos los días”.
Este no es un caso aislado, una señora que vive en una vieja casona de la calle 23 y A en el Vedado, recibió el pasado noviembre a su hija Saskia Reyes procedente de EEUU , “Imagínate, que mi hija estaba horrorizada, se lavaba la boca con agua hervida, se bañaba tres veces al día porque se sentía sucia todo el tiempo, tomaba el agua comprada en dólares y jamás quiso comer en la casa”, declaró.
Están los que van al extranjero por primera vez por un corto tiempo y luego regresan. Oscar, quien es dueño del paladar “El Gusto” ubicado en la calle A y Zapata en el céntrico Vedado, recientemente pudo visitar a su hijo, que pertenece al cuerpo de Marines de los EEUU y reside en Atlanta, Estado de Georgia. “No es lo mismo que te cuenten Miami a que tu lo veas” declaró; cuando llegué al aeropuerto de Miami me di cuenta que el aeropuerto José Martí parece más a una estación de guaguas que un aeropuerto. Pero la peor impresión me la llevé, cuando llegué a mi casa. Toda sucia, sin pintar, sin agua corriente. Tremendo castigo tener que adaptarse de nuevo a esta porquería”.
Dos cubanas conversan en la puerta de su casa durante el apagón
Bárbara Priol vive con su esposo en un apartamentico en el Vedado, tiene sus dos hijos viviendo en Miami y pudo adquirir la ciudadanía española hace algún tiempo, lo que le permitió viajar fuera de Cuba. Con la mano en el corazón nos dice: “La noche que regresé de EEUU por poco me da algo, entrar a mi casa en penumbra por los bombillos ahorradores, pero lo peor fue ver a mi marido comiéndose un pedazo de pan con puré de tomate como si nada, eso todavía me tiene traumatizada” me dijo.
De los cubanos que van a Miami y regresan, pueden recogerse cientos de dramáticas historias.
El downtown de Miami, iluminado