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General: EL SUSURRO DE LOS ARTISTAS CUBANOS
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: cubanet201  (Mensaje original) Enviado: 03/01/2015 18:18
Tania Bruguera deja en evidencia la condición privilegiada de los
artistas en Cuba y a su vez hace uso de ese privilegio  para convertirlo, así sea de manera
simbólica, en derecho para el resto de la sociedad. Es difícil dar con un insulto mejor calculado.
  
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Omara Portuondo
*Más que cantante,  es defensora de la dictadura  más vieja de Las Américas..
Omara Portuondo, una cantante que disfruta de todo privilegio en Cuba 
no por su voz, sino por ser portadora y representante de la Dictadura de los Castro.
 
      POR ENRIQUE DEL RISCO | Diario de Cuba
De todas las reacciones ante el remake frustrado de la performance El susurro de Tatlin de la artista Tania Bruguera el pasado 30 de diciembre la más llamativa ha sido sin dudas la de sus colegas de la Isla: un silencio público que —lejos de la usual abulia ante cuestiones de actualidad— encubre un obstinado malestar. Cuando cabía esperar al menos algún gesto de solidaridad gremial con una colega que ha sido detenida tres veces en 48 horas todo lo que nos llegan son precisamente susurros.
  
A la par del desentendimiento aparente en los pasillos del universo cubano se da rienda suelta a un sin número de maledicencias dictadas en buena parte por ese sentimiento que en todo el mundo se conoce como envidia artística. Aparecer en la portada de importantes medios internacionales y recibir respaldo de unas cuantas instituciones universalmente reconocidas por no hacer nada (porque en este caso si somos estrictos el performance ha corrido a cargo del Estado que ha enviado tres veces consecutivas a la artista a centros de detención) debe resultar frustrante para muchos artistas que se levantan todos los días con el deseo de encontrar nuevas ideas con qué deslumbrar al público y los críticos.
 
Más endémica y compleja de explicar es la reacción de aquellos que han tomado el proyecto de la Bruguera como un ataque contra el estamento artístico como un todo. Lo que viene a decir el susurro del gremio es que Tania Bruguera es la gran aguafiestas de las celebraciones que se habían orquestado a raíz del anuncio de normalización de las relaciones diplomáticas entre Cuba y EEUU.
 
Sus buenas razones tiene uno de los estamentos más prósperos de la sociedad cubana en las últimas décadas. A las facilidades para la exportación de su obra prácticamente sin intermediarios, a su acceso a los mercados internacionales se le añade su cuasi monopolio del espacio de la crítica social que en otros lugares deberían compartir con el resto de la sociedad civil. Lo que en otras sociedades sería un derecho —el de la libertad de expresión— al alcance de cualquier ciudadano en Cuba es un privilegio circunscrito a los artistas y a los funcionarios del régimen sin que necesariamente debamos confundir a unos con otros. Esas facilidades se le han otorgado a partir del acuerdo tácito de que aquello que constituya crítica social o incluso política no rebase los terrenos de lo que se considera el hecho artístico.
 
La Cuba actual es por tanto, para los artistas que han aprendido a jugar las reglas de juego, el mejor de los mundos posibles. Solo faltaba el acceso abierto al mercado norteamericano del arte para que de la realidad casi perfecta se entrara de lleno en el paraíso. El susurro de Tatlin en la Plaza de la Revolución, una obra que en cualquier rincón del mundo pasaría desapercibida por redundante, en Cuba —como era previsible— es toda una provocación al régimen político pero para el gremio de los artistas constituye un peligroso reto.
 
Extender el privilegio de la libertad de expresión artística a la condición de derecho accesible para cualquier ciudadano sin ser artista no solo agrede la ilusión de que bastaba el gesto de Obama para acceder a coleccionistas ávidos por un arte al que hasta ahora solo podían acceder de manera limitada. El susurro de Tatlin deja en evidencia la condición privilegiada de los artistas en Cuba y a su vez hace uso de ese privilegio para convertirlo, así sea de manera simbólica, en derecho para el resto de la sociedad. Visto así es difícil dar con un insulto mejor calculado.
 
No es extraño que de todas las reacciones hasta el momento desde el gremio en la Isla, la más clara y articulada provenga de Lázaro Saavedra, quien en su condición artista y de educador ha ejercido un impresionante magisterio artístico y ético durante décadas. Sí sorprende que su lectura precoz del evento intente reducirlo a "golpe mediático", a nueva adición al currículum de Tania Bruguera, como si toda obra no tiene como uno de sus destinos engrosar el currículum de los artistas, como  si la libertad artística fuera ajena al destino de la libertad de una sociedad.
 
Si algo resulta al mismo tiempo provocador y seductor en esta edición de El susurro de Tatlin, más allá de la sensibilidad delicadísima de la policía política local, es su manera tan elemental de poner en escena no ya la ausencia de derechos civiles en la Isla sino el compromiso del artista con el sentido de su obra y con el contexto en que se instala y la tensión a que puede llegar la relación entre arte y política, sus posibilidades y también sus limitaciones.
 
El susurro de Tatlin o La perreta de Tania, como quiera llamársele, no conquistará nuevos derechos para los cubanos pero les cura —a nivel simbólico al menos— de todas las distracciones actuales sobre su ausencia. Concuerdo con Lázaro Saavedra en que "todo arte político comienza pensándose ilusoriamente más como política que como arte para al final terminar como siempre, siendo más arte que política", o sea, que resulta más gesto ilusorio y simbólico que actuación directa sobre lo real. Lo que salva a esta performance de la mera irresponsabilidad artística es el modo en que la artista ha manifestado su responsabilidad con el resto de las personas implicadas en este y el que haya puesto repetidamente en riesgo su libertad con tal de asegurarse que fueran liberados los detenidos en el proceso.
 
Por otra parte la "vía inteligente, evadiendo la censura o estructuras formales de control social" que le sugiere Lázaro Saavedra a Tania Bruguera es, ni más ni menos, la fórmula que ha permitido la existencia de un arte más o menos crítico en un sistema represivo sin conseguir un especial avance en los derechos civiles. Ese es el tipo de sutilezas que quedan obsoletas ante el gesto frontal de Bruguera. Esta performance marcará un cambio si no en la situación de los derechos civiles en el país, sí en el modo en que se concibe la relación en el enrarecido ambiente cubano entre arte, política y libertad de expresión, un cambio que es lógico que descoloque a los artistas acostumbrados a operar de acuerdo a las antiguas reglas de juego, cuando la mera ironía adquiría la condición de aventura redentora
 
Es útil que estas objeciones provengan de alguien de la honestidad, el talento y el valor de Lázaro Saavedra porque nos obliga a buscar explicaciones bastante más profundas y complejas que el miedo, la envidia, el interés o la complicidad con el régimen. Y es que los cubanos, como gente que ha vivido oprimida toda su existencia, añoramos la libertad y los derechos sin tener una idea muy clara de lo que significan y hablamos de ellos como un ciego hablaría de los colores: podemos definirlos a la perfección a nivel conceptual pero siempre nos faltará la inmediatez decisiva del que los ha percibido a plena luz.
 
Es desde esas tinieblas que Lázaro se pregunta "¿Son los derechos civiles uno de los tantos medios para hacer arte o es el arte un medio para luchar por los derechos civiles?", cuando está claro que se puede tener arte sin derechos o derechos sin recurrir al arte pero no podemos renunciar a uno en nombre de los otros ni viceversa sin renunciar a parte de nuestra humanidad. El susurro de Tatlin o el de los artistas cubanos pone en evidencia tanto la naturaleza represiva del régimen de la Isla como las impotencias del arte frente a este pero también es un modo de recordarles al artista cubano esa parte de sí que han mantenido en silencio durante décadas, esa que lo hace descender del pedestal de los elegidos para convertirlo en nada menos que todo un ciudadano.  
 


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