Lesbianas y gays cubanos ya pueden casarse… en Miami
Luego de una intensa lucha legal con gran resistencia por parte de autoridades de La Florida, este martes 6 de enero comenzaron a realizarse los matrimonios entre personas homosexuales en el estado norteamericano más próximo geográfica y sentimentalmente a nuestro país, lo cual beneficia a la amplia comunidad cubana que vive en Miami.
Es una buena noticia para mis compatriotas lesbianas y gays en los Estados Unidos, a quienes felicito y deseo muchos éxitos en su vida en pareja, ahora con un respaldo jurídico que les ampara patrimonialmente en caso de fallecimiento de uno de sus miembros, para el ejercicio de sus facultades maternas y paternas, en los beneficios del seguro de salud en el trabajo y para otros reconocimientos sociales de su vínculo familiar.
No fue fácil lograrlo. El juez federal que en agosto pasado anuló la prohibición del matrimonio homosexual en Florida por inconstitucional tuvo que enfrentar un pedido de emergencia hecho por las autoridades estaduales para mantener en suspenso su decisión, esperar a que en diciembre último la Corte Suprema de los Estados Unidos anunciara que no bloquearía los matrimonios del mismo sexo en ese territorio, e incluso luego, neutralizar un intento de una asociación judicial para restringir la aplicación del fallo a solo el condado donde se presentó la primera demanda.
Pero al fin lo consiguieron, y para beneplácito también de quienes hacemos activismo por los derechos sexuales en Cuba, La Florida pasó a ser el estado 36 de la unión que legaliza a las parejas homosexuales.
Resulta muy pronto para vaticinar o evaluar qué impacto cultural y político podría tener este acontecimiento sobre el resto de la población y la sociedad cubanas, pero sin dudas la posibilidad del matrimonio igualitario entre nuestra gente que vive allá también puede y debe contribuir a impulsar todo lo que hacemos para conseguir mayores avances en el reconocimiento de los derechos de lesbianas, gays, bisexuales, trans e intersex en la Isla.
Lamentablemente, muchas personas homosexuales cubanas emigraron a los Estados Unidos, incluso contra su voluntad en los años 80, por la homofobia y discriminación que sufrieron en nuestro país, y no solamente por razones económicas o políticas. No pocas de ellas hoy viajan a Cuba con frecuencia, e incluso participan cada año en las Jornadas Cubanas contra la Homofobia, alrededor de la celebración del 17 de mayo como Día Internacional de Lucha contra la Homofobia y la Transfobia, para brindar su apoyo y manifestar su satisfacción por los cambios positivos que aquí acontecen en materia de educación y políticas sociales inclusivas hacia la comunidad LGBTI.
Además, por lo que conozco a través de numerosas amistades y lecturas atentas, no creo que la comunidad cubana en Miami sea como tendencia ni más ni menos prejuiciosa en materia de diversidad sexual que nuestra ciudadanía. Los intensos y fluidos contactos entre la población de la Isla y la emigración en los Estados Unidos, cada vez con un interés más marcado en favor del restablecimiento de relaciones pacíficas y respetuosas entre los gobiernos de ambos países, también podrían conducir a un aprendizaje recíproco en cuanto al respeto a la libre orientación sexual e identidad de género.
Ese intercambio podría resultar definitivamente una muy buena influencia para quienes en nuestro pueblo y entre determinados decisores del Estado y el gobierno todavía vacilan, se resisten al conocimiento científico o entorpecen los procesos desde sus prejuicios, frente a la necesidad imperiosa de modernizar nuestras leyes también en aspectos sociales, como puede ser aprobar un nuevo Código de Familia que reconozca jurídicamente a las parejas homosexuales, legislar en torno a la identidad de género, penalizar la discriminación por homofobia u otros motivos y hasta ampliar el concepto de matrimonio cuando actualicemos la Constitución.
Y mientras eso sucede, ya sabemos —y nos complace— que al menos las lesbianas y los gays cubanos pueden casarse, aunque sea en Miami.