Cuba: apurando las balsas y los billetes de avión Es la trama siniestra que encierra una autocracia, que al ciudadano común no le permite razonar que
existen caminos legales para cambiar el estado de cosas. Entonces ve la solución en escapar por el mar
Con esos números en contra, cualquier persona racional buscaría otra opción para escapar de
la miseria socializada y el futuro entre signos de interrogación instaurado hace 56 años por los caudillos isleños.
Por Iván García - Especial para el Diario las Americas Es como una ruleta rusa o escapar de una prisión de alta seguridad al estilo de Alcatraz. Aunque la posibilidad de ser atrapados o morir asusta, los cubanos se siguen jugando su futuro aferrados a una balsa o un billete de avión a Quito.
Según las estadísticas, al menos ocho de cada diez balseros son capturados por la Guardia Costera de Estados Unidos. Y se presume que uno de cada tres es almuerzo de tiburones en el peligroso Estrecho de la Florida.
Con esos números en contra, cualquier persona racional buscaría otra opción para escapar de la miseria socializada y el futuro entre signos de interrogación instaurado hace 56 años por los caudillos isleños.
Pero la gente en Cuba lo sigue intentando. Por mar o por aire. La leyenda tejida por los balseros es de vieja data. Huir de la isla es el auténtico ‘performance’ de los cubanos de a pie que en apariencia aplauden al estrafalario Gobierno de los hermanos Castro.
La meticulosa planificación, creatividad para construir una chalupa y la travesía azarosa, lidiando contra toda clase de peligros y la vigilancia costera, son para enmarcar en letras góticas.
El inventario de fugas es amplio. Se han escapado cubanos en el tren de aterrizaje de un avión, un camión transformado en barcaza, una tabla de surf o una caja de DHL.
Los hay más violentos y expeditos. Y secuestran una embarcación o un avión a punta de pistola. El número de balseros cubanos hacia Estados Unidos aumentó en un 75% entre 2013 y 2014. De 2,129 a 3,722 hasta el pasado mes de octubre, según un estimado de la Guardia Costera de Estados Unidos.
Los que son atrapados por escampavías estadounidenses navegan con suerte. Otros yacen en el fondo del Estrecho de la Florida, un mar infestado de tiburones y turbulencias.
Probablemente algún día, cuando se cotejen las cifras de los residentes en Cuba y cubanos radicados en Estados Unidos, se conozca la cifra exacta de fallecidos en uno de los camposantos marinos más grandes del mundo.
Aquéllos que tienen la suerte de residir en una nación democrática, se preguntan cómo es posible asumir una actitud heroica o suicida para escapar de un país, cuando resultaría más simple no ir a votar, declarar una huelga de brazos caídos o protestar masivamente en las calles hasta que caiga un mal gobierno.
Es la trama siniestra que encierra una autocracia, que al ciudadano común no le permite razonar que existen caminos legales para cambiar el estado de cosas. Entonces ve la solución en escapar por el mar.
El régimen de Castro aborda el tema con una ligereza que raya en el cinismo. Hasta 1993 encarcelaban a quienes atrapaban en intentos de fugas. Por impedir las huidas marinas han llegado al crimen.
El 13 de julio de 1994 es una fecha para no olvidar. Intentando detener a un remolcador en el puerto de La Habana, las autoridades mataron a 41 personas, diez de las cuales eran niños.
La casta gobernante de ancianos culpa de criminal a la Ley de Ajuste Cubano y a los balseros marinos o aéreos los cataloga de 'emigrantes económicos'.
Desde luego, la gente huye de la Isla debido a la anarquía económica, falta de futuro y pocas opciones de prosperar. Esto se comprueba cuando se conversa con los que se lanzan al mar en una balsa: ninguno aprueba la gestión de su gobierno.
Ahora, al antiguo enemigo de la Guerra Fría, que provocó que Fidel Castro edificara medio millón de refugios antiaéreos, equipara al más impresionante ejército de América Latina con un millón de hombres en armas, 4 submarinos, 270 aviones MIG, una fábrica de minas terrestres y AKM y 3 mil tanques T-62, se le estrecha la mano.
El gesto es aprobado por la mayoría de los cubanos, excepto un segmento de opositores, que argumenta que el presidente Obama ha otorgado mucho a cambio de muy poco. Otros que ven con cierto desdén la nueva etapa son los futuros balseros.
Y apuran sus planes. Queman las naves. Venden su casa, un auto o joyas para comprar un boleto rumbo a Quito e iniciar desde el meridiano ecuatoriano un periplo azaroso por varios países centroamericanos hasta llegar a la frontera de Estados Unidos.
En 2014, 15 mil cubanos entraron desde México a Estados Unidos. Este año, por el temor de que la Ley de Ajuste tenga sus días contados, la cifra puede ser superada.
Un pasaje en una balsa con motor y GPS cuesta entre 400 y 600 dólares. Incluso más. Entre la gente joven, planificar fugas por el mar es un tema en boga, como hablar de Cristiano Ronaldo o Messi.
Junto al tabaco, el ron y las mulatas, las balsas también forman parte del paisaje cubano, son el personaje del año.
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