Reírnos de nosotros y de nuestros dioses es
la forma mejor de aceptar que no somos ni patronos ni esclavos
El papa Francisco comienza a quitarse la careta
JUAN ARIAS
Francisco, el papa carismático, es un amante del fútbol. Tiene hasta el equipo de su corazón. Sin embargo, en el momento en que la noticia del mundo estaba anclada en la tragedia perpetrada contra los periodistas del semanario humorístico francés Charlie Hebdo, se le escapó un autogol.
La escena ha recorrido el mundo. En el avión que lo conducía hacia Las Filipinas, el tercer país con mayor número de católicos del mundo, al comentar con los periodistas a bordo el sangriento atentado contra la libertad de expresión que ha helado el alma de millones de demócratas del mundo, tuvo un resbalón.
Es verdad que fue tajante al afirmar: “Matar en nombre de Dios es una aberración”. E hizo bien en subrayar que tanto la libertad de expresión como la libertad religiosa “son derechos humanos fundamentales”. Derechos que la Iglesia Católica no sólo se olvidó a veces de protagonizar sino que condenó a muerte a los que no pensaban como ella.
Donde Francisco, uno de los papas que más acude a los textos del evangelio para inspirar su carismático pontificado a favor de los pobres y de la paz, tuvo un lapsus de memoria, fue al comentar con un periodista que si alguien insulta a su madre “puede esperar un puñetazo”. El Evangelio condena el antiguo “ojo por ojo y diente por diente”.
No estaba hablando el papa ex catedra, ni en una encíclica. Fue una confidencia con lenguaje popular en un clima de distensión, sin mayores pretensiones teológicas. Sin embargo, aquel “puñetazo” en boca de un papa y de un papa pacifista como Francisco y en aquel momento, ha chocado a los amantes de la libertad.
Libertad de expresión no significa libertad de insulto o calumnia
Fue un autogol inoportuno porque en el momento de tensión y de violencia terrorista que atemoriza al Planeta, responder a una hipotética ofensa sea a tu madre o a tu religión con otra violencia, es imposible no interpretar sus palabras como algún tipo de justificación de la violencia perpetrada contra los periodistas de Charlie Hebdo por los terroristas islámicos.
Ningún hombre religioso o ateo que respete que la libertad de expresión es un valor sagrado, al igual que la vida, puede admitir que la sátira, por dura que sea contra cualquier institución de poder- y las religiones lo son- pueda ser silenciada con las armas.
Lleva razón el papa cuando advierte que libertad de expresión no significa libertad de insulto o calumnia. En esos casos, sin embargo, deben actuar los tribunales de justicia. Nadie tiene el derecho de tomarse la justicia por su mano. La libertad de expresión como bien ha subrayado, Antonio Caño, director de este diario, no acepta preguntas ni distingos, que es como decir que es sagrada.
La única distinción posible es que una cosa es hacer humor sobre una religión, la que sea, y otra contra las personas concretas. Nadie aceptaría que se tomasen a chacota a los islámicos, la gran mayoria pacíficos, o a los cristianos, budistas o judíos. Las personas son sagradas como su derecho a vivir. Los símbolos, mitos o dioses pueden ser objeto de sátira. De lo contrario tendríamos que admitir que Dios no sabe reír.
Quién ama hasta las vísceras a su equipo de fútbol, puede gustar o no de que se ironice sobre él, pero tiene que admitirlo en aras de la libertad de expresión. Lo que nadie tiene derecho es de abrir la cabeza de un hincha del equipo adversario porque no le guste el tuyo.
Nadie está obligado a creer en ningún Dios. Y todo creyente tiene derecho a que se respete su fe, como deben de ser respetadas las creencias de ateos y agnósticos.
En algunos pueblos de España durante la dictadura de Franco algunos apedreaban los templos protestantes y a sus fieles. He ahí un ejemplo de lo que no se puede hacer. Quizás fue esto lo que quiso decir el papa Francisco, quien esta vez no estuvo afortunado en sus palabras.
El perdón tiene siempre algo de sublime, que supera lo humano
El que como él tanto ama los dichos de Jesús de Nazaret, en vez de caer en el populismo de recordar que si alguien insulta a tu madre es normal que le metas un puñetazo, podría haber recordado las palabras del evangelio de Mateo (5,39) cuando Jesús dice: “Sabéis que se dijo : Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo que no enfrentéis al que os ataca, al contrario, al que te abofetee en la mejilla derecha, preséntale también la otra”.
No sólo Jesús, sino todos los grandes líderes de las mayores religiones del mundo y hasta los mayores pacifistas del planeta como Gandhi, Luther King o Mandela, comprendieron que el único camino para combatir la violencia no es la de responder con un puñetazo o un tiro de revólver cuando te sientes ofendido, sino que sólo el perdón y hasta la locura evangélica de poner la otra mejilla puede ser capaz de parar las manos asesinas y el odio a la libertad.
Si la violencia engendra violencia, sólo el perdón será capaz de hacer enmudecer las armas. El perdón tiene siempre algo de sublime, que supera lo humano, pero que lleva en su sangre el DNA del milagro de sabernos aceptar con nuestras diferencias.
¿Y por qué no reírnos de nosotros y hasta de nuestros dioses, de nuestros mitos?, que es la forma mejor de aceptar que no somos ni patronos ni esclavos?
Querer matar la sátira, hasta la más sagrada, sería como admitir que sin los dioses, sin caer de rodillas ante ellos, sin la libertad de ser capaces de exigirles cuentas, no seriamos verdaderamente libres.
El humor nos vacuna contra la tentación larvada de aceptar que seguimos siendo esclavos. La sátira desnuda a los dioses o a los que se creen tales, de su falsa omnipotencia.