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General: El puñetazo inoportuno del papa Francisco
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: cubanet201  (Mensaje original) Enviado: 20/01/2015 15:22
Reírnos de nosotros y de nuestros dioses es
la forma mejor de aceptar que no somos ni patronos ni esclavos
  
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El papa Francisco comienza a quitarse la careta
       JUAN ARIAS
Francisco, el papa carismático, es un amante del fútbol. Tiene hasta el equipo de su corazón. Sin embargo, en el momento en que la noticia del mundo estaba anclada en la tragedia perpetrada contra los periodistas del semanario humorístico francés Charlie Hebdo, se le escapó un autogol.
  
La escena ha recorrido el mundo. En el avión que lo conducía hacia Las Filipinas, el tercer país con mayor número de católicos del mundo, al comentar con los periodistas a bordo el sangriento atentado contra la libertad de expresión que ha helado el alma de millones de demócratas del mundo, tuvo un resbalón.
 
Es verdad que fue tajante al afirmar: “Matar en nombre de Dios es una aberración”. E hizo bien en subrayar que tanto la libertad de expresión como la libertad religiosa “son derechos humanos fundamentales”. Derechos que la Iglesia Católica no sólo se olvidó a veces de protagonizar sino que condenó a muerte a los que no pensaban como ella.
 
Donde Francisco, uno de los papas que más acude a los textos del evangelio para inspirar su carismático pontificado a favor de los pobres y de la paz, tuvo un lapsus de memoria, fue al comentar con un periodista que si alguien insulta a su madre “puede esperar un puñetazo”. El Evangelio condena el antiguo “ojo por ojo y diente por diente”.
 
No estaba hablando el papa ex catedra, ni en una encíclica. Fue una confidencia con lenguaje popular en un clima de distensión, sin mayores pretensiones teológicas. Sin embargo, aquel “puñetazo” en boca de un papa y de un papa pacifista como Francisco y en aquel momento, ha chocado a los amantes de la libertad.
 
Libertad de expresión no significa libertad de insulto o calumnia
Fue un autogol inoportuno porque en el momento de tensión y de violencia terrorista que atemoriza al Planeta, responder a una hipotética ofensa sea a tu madre o a tu religión con otra violencia, es imposible no interpretar sus palabras como algún tipo de justificación de la violencia perpetrada contra los periodistas de Charlie Hebdo por los terroristas islámicos.
 
Ningún hombre religioso o ateo que respete que la libertad de expresión es un valor sagrado, al igual que la vida, puede admitir que la sátira, por dura que sea contra cualquier institución de poder- y las religiones lo son- pueda ser silenciada con las armas.
 
Lleva razón el papa cuando advierte que libertad de expresión no significa libertad de insulto o calumnia. En esos casos, sin embargo, deben actuar los tribunales de justicia. Nadie tiene el derecho de tomarse la justicia por su mano. La libertad de expresión como bien ha subrayado, Antonio Caño, director de este diario, no acepta preguntas ni distingos, que es como decir que es sagrada.
 
La única distinción posible es que una cosa es hacer humor sobre una religión, la que sea, y otra contra las personas concretas. Nadie aceptaría que se tomasen a chacota a los islámicos, la gran mayoria pacíficos, o a los cristianos, budistas o judíos. Las personas son sagradas como su derecho a vivir. Los símbolos, mitos o dioses pueden ser objeto de sátira. De lo contrario tendríamos que admitir que Dios no sabe reír.
 
Quién ama hasta las vísceras a su equipo de fútbol, puede gustar o no de que se ironice sobre él, pero tiene que admitirlo en aras de la libertad de expresión. Lo que nadie tiene derecho es de abrir la cabeza de un hincha del equipo adversario porque no le guste el tuyo.
 
Nadie está obligado a creer en ningún Dios. Y todo creyente tiene derecho a que se respete su fe, como deben de ser respetadas las creencias de ateos y agnósticos.
 
En algunos pueblos de España durante la dictadura de Franco algunos apedreaban los templos protestantes y a sus fieles. He ahí un ejemplo de lo que no se puede hacer. Quizás fue esto lo que quiso decir el papa Francisco, quien esta vez no estuvo afortunado en sus palabras.
 
El perdón tiene siempre algo de sublime, que supera lo humano
El que como él tanto ama los dichos de Jesús de Nazaret, en vez de caer en el populismo de recordar que si alguien insulta a tu madre es normal que le metas un puñetazo, podría haber recordado las palabras del evangelio de Mateo (5,39) cuando Jesús dice: “Sabéis que se dijo : Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo que no enfrentéis al que os ataca, al contrario, al que te abofetee en la mejilla derecha, preséntale también la otra”.
 
No sólo Jesús, sino todos los grandes líderes de las mayores religiones del mundo y hasta los mayores pacifistas del planeta como Gandhi, Luther King o Mandela, comprendieron que el único camino para combatir la violencia no es la de responder con un puñetazo o un tiro de revólver cuando te sientes ofendido, sino que sólo el perdón y hasta la locura evangélica de poner la otra mejilla puede ser capaz de parar las manos asesinas y el odio a la libertad.
 
Si la violencia engendra violencia, sólo el perdón será capaz de hacer enmudecer las armas. El perdón tiene siempre algo de sublime, que supera lo humano, pero que lleva en su sangre el DNA del milagro de sabernos aceptar con nuestras diferencias.
 
¿Y por qué no reírnos de nosotros y hasta de nuestros dioses, de nuestros mitos?, que es la forma mejor de aceptar que no somos ni patronos ni esclavos?
 
Querer matar la sátira, hasta la más sagrada, sería como admitir que sin los dioses, sin caer de rodillas ante ellos, sin la libertad de ser capaces de exigirles cuentas, no seriamos verdaderamente libres.
 
El humor nos vacuna contra la tentación larvada de aceptar que seguimos siendo esclavos. La sátira desnuda a los dioses o a los que se creen tales, de su falsa omnipotencia.
 


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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: cubanet201 Enviado: 20/01/2015 15:26
El Papa, la libertad y los puñetazos
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        Por Gina Montaner  -   

El Nuevo Herald

El atentado terrorista que les costó la vida a doce empleados de la revista satírica Charlie Hebdo ha desatado, una vez más, el eterno debate en torno a la libertad de expresión. Está claro que el mundo se divide entre quienes creen que este derecho tiene límites y quienes lo defienden en todas sus instancias como parte integral de las sociedades abiertas.
  
Sin duda Charlie Hebdo, con sus caricaturas feroces que igual ridiculizan a los políticos o los dogmas de cualquier fe religiosa, no deja indiferente a nadie porque así es la sátira, cuya definición es “discurso o dicho agudo y mordaz que censura o ridiculiza a alguien o a algo.” Un género en el que Aristófanes incursionó en Grecia y en Roma lo explotaron autores como Horacio y Juvenal. A partir del siglo XVII en Francia Molière causa estragos con sus obras satíricas sobre la corrupción, que llegan a prohibirse en los teatros mientras la iglesia católica califica al dramaturgo de “demonio con sangre humana”. Y en la España barroca los poemas satíricos de Quevedo también son objeto de escándalo. Tiempo después, en la Unión Soviética, un escritor como Mijail Bulgákov, que gustaba de la fina ironía, es víctima de la censura estalinista.
 
Sencillamente la sátira, un revulsivo literario, gráfico o escénico, pretende poner de relieve los vicios individuales o colectivos que nos plagan. Y en cada viñeta que publica semanalmente el irreverente equipo de Charlie Hebdo, la burla y la farsa son los recursos de una publicación que se define como “antirracista”, “antirreligiosa” e “izquierdista”. Desde la sátira nada es sagrado y pone a temblar al poder, tanto el que ostentan los políticos como el que ejercen los líderes religiosos. Con la pluma, el pincel o desde un escenario, los puñetazos satíricos son figurados y se trazan con la puya del humor.
 
Otra cosa bien distinta es lo que el Papa Francisco ha dicho, refiriéndose a la masacre perpetrada por radicales religiosos que ha diezmado a la redacción de Charlie Hebdo. A pesar de que Bergoglio condenó el atentado, puso un ejemplo desacertado: “Si el doctor Gasparri (asesor de los viajes papales) dice una mala palabra de mi mamá, puede esperarse un puñetazo. ¡Es normal!”. Si un ciudadano anónimo hubiera divulgado estas declaraciones en las redes sociales, me temo que las autoridades estarían investigando si se trata de una apología al terrorismo.
 
Se equivoca el Papa, por no decir que sus palabras encierran mucho peligro en un momento en el que bulle la Guerra Santa, si cree que un insulto verbal o una parodia se resuelven con una agresión física que puede ser un sonoro bofetón o acabar en un sangriento asesinato. Debería leer la certera reflexión que el periodista español Alberto Prieto publicó en su blog (ADPrietoBlog): “No me gusta Charlie Hebdo, pero sus portadas y viñetas son irrenunciables, y a quien ofendan, que las denuncie”. Si el Papa o los Imanes pretenden ponerle “límites” a la libertad de expresión, que recurran a los tribunales, que es donde las sociedades civilizadas dirimen las diferencias. De hecho, en Charlie Hebdo y otras publicaciones similares es habitual acabar en los juzgados, donde los jueces determinan si se traspasaron los derechos al honor. Si, en efecto, hubo difamación, hay espacio para una multa o retractación por parte del demandado. Lo que está fuera de lugar son los puños o fanáticos ofendidos irrumpiendo en las redacciones armados con Kalashnikovs.
 
En 1930 Bulgákov, autor de la magistral novela El Maestro y Margarita, le escribió al gobierno de Stalin: “La lucha contra la censura, cualquiera que sea, y cualquiera que sea el poder que la detente, representa mi deber de escritor”. De eso se trata cuando defendemos las portadas de Charlie Hebdo. Aunque no nos gusten.
 
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Publicado en  El Nuevo Herald



 
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