Sobre un campo de sábanas echado como brote de carne en la corriente, flaco, trigueño, sólido y caliente yace el cuerpo de un hombre conquistado.
Cuelga la verga trémula a un costado, coceando aún, menguante, su cabeza. Cada músculo reina en cada artesa por entre frondas y émbolos untados de saliva y de semen y sudores que huelen a resaca y yerbabuena. Hay un ronquido de hornos delatores
en la pieza cazada, que aún se agita tratando de escapar a su condena y a esta cristiana paz de agua bendita.
Alberto Serret
En memoria a mi amigo de mi juventud en La Habana.