¿Cubanos de ultramar?
Sentirse cubano de “afuera” está de moda.
Sólo basta tener la ciudadanía de Argentina, España, Noruega o cualquier otro país para declararse extranjero
Víctor Manuel Domínguez | La Habana |
No importa si el cubano reside de forma definitiva o temporal en otra nación, la visitó por 15 días o 24 horas, o nada más la recorrió en un mapa. Su estatus es otro.
Elizabeth Gracial, una joven cubana casada por “amor” con un septuagenario ciudadano argentino, aunque vive frente a las ruinas del teatro Campoamor, aquí en La Habana, y sólo vio su interior cuando entró a recoger pedazos de ladrillos para levantar la barbacoa de su casa, dice adorar el Colón bonaerense.
Como si fuera poco, después de una temporada en Buenos Aires de casi 20 días, habla en lunfardo, no deja de escuchar a León Gieco y Fito Páez, y a sus amiguitas de oficio las llama minas, al bodeguero pibe, y al borracho guitarrero del solar le dice payador. También bota el pucho y no el cigarro.
De igual forma se comporta Armando Montecelo, un mulato que dice ser descendiente de un abuelo catalán, aunque del origen de su abuela no habla. Acogido a la ciudadanía española por la ley de nietos dictada en el país ibérico, camina entre la mugre del bulevar San Rafael, de la capital, como si fuera por la Rambla barcelonesa. Dice “voz”, gilipollas, y usa boina gallega.
Aunque nunca visitó la madre patria por falta de dinero, alega recibir unos 40 Euros que le permiten comprar una lata de aceite de oliva, y sonarse una fabada con chorizo andaluz uno que otro fin de semana. No da para más.
Otro que se considera “gaito”, y es vecino de Calabazar, sin haber corrido nunca delante de un bici taxi entre los baches y escombros de la capital, o visto un miura de lidia si no en películas como Palomo Linares, habla de ruedos, toros y corridas de San Fermín, en Pamplona, cual un nacido allá.
Por otra parte, cosechadores de ajo, vendedores de maní, albañiles por cuenta propia, ex comunistas que rentan su auto Lada, reparadores de colchones, verduleros y otros especímenes del “empresariado” emergente nacional surgido de las ruinas del país, si obtienen una visa, se sienten en el más allá.
Hay que ver cuando uno de estos vagabundos mentales logra que le otorguen la VISA para entrar a los Estados Unidos por cinco años. Ni un título de Harvard, el Premio Nobel de la Paz, un lienzo de Goya o la salvación de una aldea somalí, tienen mayor importancia que un pasaporte acuñado para viajar.
Viven en un limbo en medio de la ruina nacional. Sus poses de pudientes pati por el suelo, les mantienen respingadas la nariz por miedo a la contaminación socio-ambiental. Son unos pobres diablos de salón. Los nuevos ricos detrás del carrito de fritas o de los timbiriches clandestinos de ropa reciclada.
No bajan de sus nubes de advenedizos aunque duerman con un ojo abierto y otro cerrado por miedo a que los aplaste el techo del cuarto del solar. No les alcance el salario para un mes. Tengan que prostituirse o hacer genuflexiones como un japonés. Si tienen otra ciudadanía, se sienten cubanos de ultramar.