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General: LA ODISEA CRISTIANA DE DIEGO
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: cubanet201  (Mensaje original) Enviado: 01/02/2015 17:37
El Papa recibe por primera a un transexual tras recibir
su carta donde le pedía ayuda y amparo tras cuestionarse su fe
  
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La odisea cristiana de Diego
 
                 Por Manuel Viejo | Plasencia, España |  EL PAÍS
Diego nació niña. Vino al mundo hace 47 años en Plasencia (Cáceres) pero con un cuerpo opuesto al suyo, incompatible, rival e incluso enemigo. Torso de otra en la mentalidad de otro: transexual. Hace ocho años que decidió operarse. Afirma que recibió insultos y que una mañana un sacerdote de su ciudad le dijo: “Eres la hija del diablo”. Ese día no fue a trabajar. Volver a nacer y recibir insultos supuso que se replanteara su fe cristiana, muy arraigada en su familia. Harto, decidió escribir una carta al Papa para preguntarle si, todavía, había hueco para él en la casa del Señor. El 8 de diciembre, el papa Francisco le llamó por teléfono. Y, el sábado pasado, junto a su pareja, lo recibió. “La conversación en el Vaticano quedará entre nosotros. Es un secreto que guardaré para siempre”, cuenta sonriente desde un rincón de una cafetería, con vistas a la Plaza Mayor, en esta localidad de 45.000 habitantes.
  
A los “siete u ocho años” Diego Neria Lejárraga notaba que su mente no casaba con su cuerpo. A los 11, el director del colegio privado en el que estudiaba lo llamó a su despacho y le dijo: “No puedes seguir aquí”. Y se fue. A los 12, mientras su cuerpo se desarrollaba, cambió de escuela, de profesores y de amigos. “He tenido claro cómo soy desde bien pequeño. Yo jugaba con mi Madelman y me vestía como cualquier chico de mi edad… Pero escondiendo mis pechos como podía”.
  
Las personas transexuales, según el último estudio de la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Transexuales y Bisexuales (FELGTB), son una minoría poco conocida; se les relaciona más con el espectáculo y la pornografía que con los problemas de exclusión social que viven. En la mayoría de los países en los que se ha estudiado, se observa una incidencia que oscila entre los 0,14 y el 0,26 casos por cada 100.000 habitantes y año. Además, este mismo informe apunta que la media de edad a la que se es consciente de la propia transexualidad se sitúa en 10,8 años y, sin embargo, no se comunica a terceras personas hasta los 18.
  
En el caso de Diego, su familia le apoyó rápido, pese a que hubo una “breve época” en la que pensaron que era una “tontuna” propia de la edad. “Y no, no era”, subraya. Su entorno más cercano lo ayudó tanto que “casi siempre” se emociona al recordarlo. Como ahora. En su familia lo ampararon de manera incondicional: su padre, un ingeniero ya jubilado; su madre, una ama de casa que colaboraba con el diario Hoy —periódico que contó en primicia la reunión con el Papa—; y su hermana, enfermera que ha hecho posible que ahora Diego sea tío, gracias a una sobrina a la que adora. Sin embargo, a día de hoy, todavía tiene “algún que otro” pariente cercano que lo considera “una lacra para la familia”.
 
Pero el problema para Diego no estaba en el salón de su casa. Su vía crucis se hallaba en la calle. Un día se le acercó un vecino y le dijo: “Ven si tienes lo que hay que tener, que sé que no lo tienes”. Su madre, con la que sentía una química muy especial, tenía miedo a este rechazo social que podría sufrir su hijo y, más aún, en el caso de que éste decidiera operarse. Un día llegó y le susurró: “Hijo, como bien sabes, estoy enferma del riñón y voy a durar poco, solo te pido que no te sometas a ninguna intervención quirúrgica mientras yo esté viva”. Diego lo respetó. “Y lo haría mil veces por ella”. En 2006 su madre murió y fue entonces cuando, a sus 40 años, emprendió el proceso de reasignación de género en una clínica privada de Madrid.
 
- ¿Qué sintió cuándo vio crecer su barba?
 
- Una alegría inmensa. Fui a ver a mi médico y le dije que quería más pelos. Él me sonrío y me contestó: “Espérate y ya verás, que te vas a hartar”.
 
A Diego el cambio de voz le vino a los 40 años. “Recuerdo el primer gallo. ¡Madre mía, qué alegría!”. Según la FELGTB, el 88% de los transexuales se ha sometido a tratamiento hormonal, muchos sin control médico; el 55,6% a intervenciones quirúrgicas menores y solo el 15% a la reconstrucción genital. Diego recuerda que, justo antes de la reasignación de género y, tras cenar con su expareja en un restaurante de Madrid, acudió al baño de señoras al ver que el de señores estaba repleto. “Se me acercó una señora con un bastón y me dijo: ‘¡Qué haces aquí, depravado!”.
 
En su caso, después de la reasignación de género, todo fue muy rápido. Los trámites para obtener el nuevo carné de identidad con su nombre duraron tres meses, aunque según la Ley de Género de 2007 este proceso puede demorarse hasta los dos años. “Cuando lo palpé fue un momento único”.
 
Ya era oficialmente Diego. Eso supuso que iniciara los cambios de nombre con su compañía telefónica, con su entidad eléctrica… hasta su tarjeta de trabajo de la Agencia de Información y Control Alimentarios de Madrid. A los pocos días, recogió de su buzón la primera carta con su nombre de verdad, se compró un bañador para nadar por primera vez en una piscina pública y, “por fin”, se gustó en el espejo.
 
- ¿Volvería a vivir la vida que ha vivido?
 
- No. He sufrido mucho.
 
Pese a que no lo conocían, para la FELGTB y para la Fundación Triángulo de Extremadura Diego es un ejemplo a seguir. En su ciudad, la noticia discurrió por todas las casas y sus dos catedrales han sido objetivos de las cámaras de la CNN estos días. Su alcalde, Fernando Pizarro (PP), se enorgullece. Diego dice que ahora está en el mejor momento de su vida, y que, entre otros sueños pendientes, le gustaría casarse, escribir un libro y ser hermano de la Hermandad de la Macarena de Sevilla.
 
- ¿Qué pensaría su madre ahora?
 
- Todo esto que me ha pasado ha sido gracias a ella. Creo que el día en que me muera me recibirá allá con los brazos abiertos y me dirá: “Qué guapo estás, qué orgullosa estoy, a lo mejor teníamos que haber hecho esto juntos y antes”.



 


 Fuente EL PAÍS


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