Dos salsas tan baratas y básicas en el mundo entero, como el kétchup y la mostaza,
para los cubanos de la Isla son un lujo. Los mas pequeños de la casa ni siquiera las conocen
Cuba rompe relaciones con el kétchup y la mostaza
Por Lourdes Gómez García | La Habana |
Me cuenta una amiga que hace unos días quiso brindarle a su vecinito de ocho años un pan con salchicha. Al preguntarle si quería que le echara kétchup, el niño respondió que no sabía lo que era eso. “Una cosa roja que se le echa al pan”, le dijo mi amiga. Pero el vecinito seguía sin saber. Intentó entonces con la mostaza, “una cosa amarilla para untarle a los panes por dentro”. El niño puso cara de quien piensa, “ahora sí que ésta se volvió loca”. Mi amiga, cuyo esposo trabaja en Turismo, con el tiempo había perdido la noción de que el kétchup es un lujo en una casa cubana. Creo que si le hubiera brindado unos pepinillos el muchacho habría salido corriendo.
Eso me hace recordar otra anécdota. Hace unos ocho años cuando mi tío estaba preso por motivos políticos en la provincia de Sancti Spíritus, la visita era programada cada 21 días. En esas ocasiones trataba de llevar un almuerzo lo mejorcito posible cuyo protagonista, por mi comodidad y a la vez para agrado de mi tío, solía ser un arroz amarillo. Para que fuera “con todos los hierros” hasta comprábamos una latica de petit pois para agregárselo. Lo que quedaba del almuerzo mi tío lo compartía con sus colegas de encierro, que dicho sea de paso, eran en su mayoría muchachos jóvenes cumpliendo penas por drogas o sacrificio de ganado.
La primera vez que fue a compartir lo que quedó del almuerzo, los muchachos no podían entender cómo le habían echado chícharos a un arroz amarillo. Hubo que explicarles con detalle qué era aquello, porque no lo podían concebir. Me imagino que hubo quien se los sacó y todo para no estropear el sabor de tan popular plato.
Cuando hago estos dos cuentos me siento como si tuviera una maestría en ingredientes culinarios, a pesar de no saber qué son los espárragos, pimientos morrones, alcaparras, nueces, avellanas, dátiles, higos, champiñones, trufas, habas limas y alcachofas que menciona Nitza Villapol en su libro de cocina que escribió en los años 50’s.
Tampoco conozco los anones, nísperos, ciruelas, marañones y caimitos que, según las leyendas, se cultivaban en Cuba. Por lo menos estoy al tanto de qué son el aceite de oliva, la mantequilla, leche condensada, pasas y aceitunas. No puedo decir lo mismo de familias que viven en el interior del país. Las más nuevas generaciones corren el peligro de no conocer las naranjas y otros cítricos; a veces, ni las papas.
Ahora me cuentan que en la cafetería estatal Frankfurt, que queda en 23 y 16, en el Vedado, y está dedicada exclusivamente a la venta de perros calientes, los propios vendedores durante semanas tuvieron que comprar cada día de su bolsillo un galón de kétchup. Éste se vende a 3 cuadras de distancia en pesos cubanos. Tuvieron que realizar tal inversión para poder cumplir con los planes de venta, pues el mayor atractivo del lugar es que para aliñar el feo pan y la mediocre salchicha, en cada mesa sitúan –aunque adulterado- un pomo de mostaza y otro de kétchup a fin de que los comensales se los sirvan “a su gusto”. Cuando faltan éstos, la oferta carece de atractivo.
Que una dependencia estatal dedicada exclusivamente a la venta de perros calientes tenga tan graves dificultades para mantener sus características tradicionales más elementales, hace sospechar que muy posiblemente los días de esa tabla de salvación popular estén contados. Afortunadamente, el lugar al menos cumplió con una misión de utilidad para con los niños y jóvenes del barrio: llegaron a conocer uno de los alimentos más populares y casuales del mundo. Incluso, gracias a esta cafetería, ya muchas familias cubanas pueden jactarse de que sus niños conocen qué cosa es el kétchup y qué cosa es la mostaza.
Mientras en Cuba no hay kétchup y mostaza... todos los años en el Coney Island
de New York se celebra el 4 de julio con el concurso de quien come más perros calientes...