Turismo tercermundista para turistas estadounidenses
Memorias del subdesarrollo cubano
Por Ernesto Pérez Chang | LA HABANA, Cuba | Según los medios de prensa oficialistas, el gobierno cubano confía en que una normalización de las relaciones con los Estados Unidos desate una explosión de turismo norteamericano hacia la isla.
Según análisis de especialistas del sector, se espera que las cifras de visitantes superen varias veces los niveles históricamente conseguidos y que las instalaciones hoteleras y los servicios ofertados no sean suficientes o, peor aún, no respondan a los estándares de calidad que exigen los clientes estadounidenses. De modo que, lejos de disfrutar de las “bondades del Caribe”, debido al panorama desastroso de nuestra economía, terminarían practicando una especie de “aventura de supervivencia extrema” que ni siquiera encontrarían en las otras naciones más pobres del planeta.
Aunque no sufren las penurias que deben enfrentar a diario los ciudadanos de a pie, los extranjeros que visitan la isla también se ven afectados por varios fenómenos económicos, políticos y sociales exclusivos de los entornos totalitarios. Por ejemplo, las leyes que reprimen y condenan las libertades de expresión y de asociación afectan por igual a cubanos y foráneos. Durante su estancia en Cuba, los visitantes habrán de abstenerse de opinar públicamente y evitarán acercamientos con sujetos políticamente sospechosos.
Junto a este absurdo, se erige una interminable lista de irracionalidades y paradojas que pudieran tornar las vacaciones en un verdadero infierno: demoras y atropellos de todo tipo en los puntos de control de los aeropuertos, maniobras de extorsión y chantaje convertidas en práctica habitual por parte de los oficiales de aduana, dificultades e imposibilidades para trasladarse dentro del país, diferencias abismales entre la calidad de los servicios y los precios no solo en la hotelería y en la gastronomía sino en todos los aspectos, infinidad de problemas para comunicarse con el exterior, entre otras “pinceladas” de “cubanía” que abarcan desde el asedio casi generalizado a los turistas, incluso dentro de los propios hoteles donde se alojan, hasta el contagio de cualquier enfermedad debido a la falta de higiene que impera en todas partes.
Tanto en La Habana como en otras provincias, se ha hecho habitual ver a grupos de turistas fatigados, sedientos, peregrinando de comercio en comercio en busca de botellas de agua. Cuando logran encontrarlas, las llevan por decenas, como quien se prepara a enfrentar un cataclismo.
Lo mismo sucede con los artículos de primera necesidad. Un buen tiempo de sus vacaciones deben dedicarlo a hacer filas en las tiendas para abastecerse de medicamentos, productos de aseo o de ropa interior; también para adquirir una tarjeta de prepago para acceder a internet o una línea telefónica móvil que más tarde deberán desechar o regalar porque les resultara inservible en sus países y, a veces, hasta en el nuestro.
A la hora del almuerzo o de la cena, se les puede ver haciendo filas en las “paladares” y pizzerías porque han descubierto que en todo, pero sobre todo en cuanto a los precios, el país funciona en varias dimensiones y que el alimento que consumen en moneda nacional proviene, por el milagro del mercado negro, del mismo lugar donde ellos pagan precios exorbitantes solo por el hecho de ser extranjeros y, en Cuba, esa clasificación siempre connota “dinero abundante y fácil”.
Sin embargo, todo parece no ser tan adverso para quien decide hacer turismo en Cuba. Hay detalles grises de nuestra realidad que apenas lo afectan y que más tarde, en la comodidad de la habitación o ya en el vuelo de retorno, pudieran hacerlo sentir como protegido por los dioses. Lejos del exclusivo circuito de cayos y playas azules donde pudieran hallar las “bondades” del socialismo, la isla ofrece a los visitantes las mejores y más raras fotos de sus vidas.
Tales imágenes son imposibles de captar en otras latitudes porque las nuestras llevan la impronta de lo anacrónico y de las cosas que están a punto de extinguirse: calles en el mismísimo centro de la capital abarrotadas de edificios destruidos donde centenares de familias intentan sobrevivir; enjambres de muchachas y muchachos, casi niñas y niños, vendiendo sus cuerpos por menos de lo que les costaría una botella de refresco en Nueva York o Madrid; autos antiguos desvencijados donde las personas con más recursos viajan mientras irradian una sospechosa e inexplicable “felicidad”; hombres y mujeres que reflejan el hambre y la desesperanza en sus rostros y aun así continúan en silencio y aguantando como si aspiraran en conjunto a una perversa inclusión en el Guinness World Records Book, todo eso bajo letreros del Partido Comunista dando vivas al socialismo, a la revolución y a Fidel. Esos parecen ser nuestros más auténticos productos turísticos. Ernesto Pérez Chang