Un dueño de una “paladar” me dijo que a él eso de los Derechos Humanos no le interesa.
Él es un comerciante y con el esperado millón de turistas americanos le irá mejor
El olor del $dinero
Por Rafael Alcides | La Habana, Cuba |
En La Habana de los últimos días siguen creciendo la ilusión y la desesperanza. La ilusión, en el público: el cual ya ha empezado a pintar y arreglar sus casas con vistas a la invasión pacífica del país por los americanos del porvenir. Pues, según se oye decir con mucha autoridad, sin que nadie sepa de dónde pudo haber salido ese dato, ya a fines de abril los tendremos aquí arribando en oleadas de un millón por semana y , claro, ni los hoteles del Estado ni las “paladares” (restaurantes criollos) existentes en la actualidad tienen capacidad para asimilarlos.
Un conocido del barrio, jubilado que vive con su mujer y un hijo médico en un apartamentico de dos habitaciones en bajos y con puerta a la calle, ya ha empezado a adecuarlo para su explotación. Le ha hecho una entrada independiente por el lateral que da a un pasillo, y en el patio le ha improvisado un cuartico con ducha, lavamanos e inodoro, y ahora anda detrás de un bidet y de un aparato de aire acondicionado y un refrigerado pequeño, de medio uso estas tres piezas, pues el dinerito que le mandaron de Miami no le da para más y todavía le faltan un par de camas gemelas para sustituir el box spring que heredara de una hermana que emigró hace veinte años y que mientras no llegue el primer americano a alquilar seguirá siendo la cama de su hijo.
El gobierno, por supuesto, podría pretender no ceder, aprovecharse del efecto negativo para la lucha por la democracia que en lo psicológico causaría en la población el futuro bienestar, y ni ratificar los Pactos de los Derechos Humanos de la ONU ni, mucho menos, oír hablar de elecciones.
Compadecido de mí, un conocido de mis hijas, exitoso dueño de una “paladar” que estaba arreglando sus papeles para irse del país cuando apareció la apertura del capitalismo tipo bonsai diseñado por Murillo, me dijo, que a él eso de la democracia y los Derechos Humanos no le interesa, que él no es político ni ha soñado con escribir en los periódicos, que él es un comerciante y le ha ido bien, y con el esperado millón de americanos metidos aquí todas las semanas, le irá mejor. Hacer dinero es lo de él. Y a esos efectos, ya ha comenzado a fomentar una segunda “paladar”.
De ahí la tristeza de la oposición en el mejor sentido de la palabra, o desconsuelo. Da pena, pero también es inevitable. El olor del dinero suele volver conservadores hasta a los ultra radicales de ayer –como se vio en la URSS de los últimos días–, reacción ésta mucho más temible en un país como el nuestro donde el setenta por ciento de la población ha aprendido a vivir sin democracia por haber nacido ya sin ella y por ser un país donde además se ha sobrevivido rapiñando aquí y allá, soñando tener cosas, poder uno vivir como los primos de Miami. Peligrosa alianza indirecta con el gobierno que no sería fácil romper.
Aumenta la desesperanza de la oposición el silencio del gobierno, su inmovilidad aparente. Aparente porque no ha dejado de hacer cambios, de trasladar a manos de “cooperativas no agropecuarias” (y por extensión, cabe que Granma un día nos hablara de “médicos no veterinarios”, “marinos no mercantes”, “artistas no porno”, “militares no jubilados”) hasta acueductos de poblaciones de medio pelo, e inclusive, cosa ayer no soñada, acaba de aparecer una ley de inversiones con espacio para el natural (es decir el cubano residente en la Isla) en firmas mixtas con extranjeros o en solitario, lo cual, sin decirlo, anula, hace obsoleto, el flamante y muy cultivado diseño botánico de Murillo.
Ahora bien, repito, ahora bien, y este es el gran enigma: ¿se hacen estos cambios con vistas a abrirle paso a la democracia, o por el contrario se hacen como parte de la instalación del método chino en que la oposición pesimista supone al gobierno ya metido hasta la cintura en su afán de continuismo? Sólo el porvenir lo sabe.
Ajena a estos a estos “vientos no de cuaresma”, cada día más ilusionada, La Habana sigue remozándose; cuando los carpinteros no consiguen madera compran escaparates viejos, mesas, puertas, pero siguen recibiendo pedidos y entregando muebles a los dueños de casas o de paladares que se preparan para asimilar al millón de americanos de todas las semanas. Quienes cultivan flores, aumentan sus siembras, día a día los albañiles son más caros, y un poderoso espíritu de renovación campea, como dirían los románticos, por doquier.
Eso sí, de las elecciones oigo hablar cada vez menos.