En cierta casa de Gibara falta una tarja que diga, aquí nació, lloro y río por
primera vez Guillermo Cabrera Infante, escritor y periodista. Premio Cervantes 1997
Las paredes ya no son de madera, sino de ladrillos. “Carne al corte”, dice un
anuncio, escrito con tiza sobre un cartón, en la pared de la casa natal de Guillermo Cabrera Infante
Por Alberto Méndez Castelló | Holgín, Cuba | Cuba Eterna
“Carne al corte”, dice un anuncio, escrito con tiza sobre un cartón donde, en cierto domicilio de la calle Independencia, debería levantarse una tarja.
Sobre mármol, bronce, o vaya usted a saber sobre qué material más consistente que el endeble reclamo de un carnicero, debió especificarse: “Aquí nació Guillermo Cabrera Infante, escritor y periodista. Premio Cervantes 1997”.
Pero no. En este sitio nada recuerda que aquí lloró y río por vez primera una de las voces más encumbradas de la literatura en lengua española. Y no lo puedo creer. Porque dicen que ya no es un “censurado”. Y vuelvo sobre mis pasos.
“¿Pudiera indicarme cómo llegar a la casa natal de Cabrera Infante?”, pregunté al viejo historiador de Gibara, Antonio Lemus Nicolau. “Es en la calle Independencia, pero todavía no tengo el número”, dijo el viejo.
Pisando la tierra natal del autor
Cuba, una isla de apenas once millones de habitantes, ha sido distinguida con tres Premios Cervantes: Alejo Carpentier (1977), Dulce María Loynaz (1992) y Guillermo Cabrera Infante (1997), ¿y todavía la historia oficial “ignora” el sitio exacto donde nació Guillermo?, me pregunto.
Es martes, y recuerdo el refrán que me alerta cuando debo emprender tareas perentorias en días como este: “Ni te cases ni te embarques”. Casado estoy y en camino casi siempre.
Acabo de llegar a Gibara armado de Cuerpos divinos, “una de las obras más autobiográficas de Guillermo Cabrera Infante”, según dice Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores en las solapas, y en la Biblioteca Municipal, junto a la parroquia de San Fulgencio, pregunto por Tres tristes tigres.
“¡Cabrera Infante…!”, exclama una turista puertorriqueña que, en una mesa cercana, consulta un catálogo. “No, no tenemos nada de él”, me dice una bibliotecaria, mencionando cierto ensayo sobre Guillermo mientras acota en un susurro: “Como estaba prohibido…”.
Pero el ensayo de marras, premiado por la comisaría cultural del propio régimen, tampoco aparece en la cuna del escritor, con todo y decir la nomenclatura que, su carente presencia en Cuba, es obra y gracia del propio Cabrera Infante y de su familia.
Calle Independencia arriba, precisamente en la calle natal de Guillermo, tiene su asiento la única librería que existe en Gibara. Enarbolando Cuerpos divinos pregunto a la librera qué puede ofrecerme de este autor. “¿Dónde publica él, en Letras Cubanas?”, pregunta la librera. “No precisamente”, digo.
La librera me asegura que lleva dieciocho años en aquel lugar y, que jamás, ha vendido ni ha tenido un libro de tal autor en sus manos: “Este es el primero”, dice.
La casa de los Cabrera Infante
Marina Reynaldo Infante, de 84 años, es prima hermana de Guillermo y Saba Cabrera Infante, está con una crisis de su hipoglicemia y pide a su hija Greta Figueredo que me atienda.
“Zoila, la mamá de Guillermo era tía de mi mamá. Mucho tiempo después de ellos irse a La Habana, continuaron viniendo a visitar a la familia que quedó aquí”, dice Greta, presentándome a los actuales inquilinos de la vivienda que fuera propiedad de los Cabrera Infante, ahora subdividida en tres domicilios.
“Tengo carne de lomo, de paleta, de pierna, lo que usted quiera”, me dice con el tono arrollador del vendedor dinámico Ismael Buzzi Leyva, tomándome por un presunto comprador, y llevándome hasta el centro de la casa, abre el refrigerador, mostrándome su mercancía.
Las paredes ya no son de madera, sino de ladrillos. Pero el piso es el mismo e imagino al chiquillo Guillermo Cabrera Infante correteando por aquí. Es el número 140 de la calle Independencia, Gibara.
“Muchas personas pasan por aquí, preguntando por él (Guillermo). Esta casa y la de al lado eran una sola, que fue donde él nació”, dice Isabel Hidalgo Pérez, la esposa de Ismael, pensionado por una enfermedad cardiovascular, que, para sobrevivir, “de vez en cuando vende alguna carne de cerdo”.
Parroquia de San Fulgencio en Gibara. Al lado la Biblioteca Municipal donde el reportero no encontró ni uno de los libros de Cabrera Infante
“Le agradezco mi afición a la lectura a Guillermo. Una vez vino, porque después de ir a vivir a La Habana, ellos siguieron viniendo a Gibara, en esta casa vivían su abuela y su bisabuela, y me regaló los libros de cuentos de su niñez; recuerdo un álbum de Blanca Nieves y los siete enanitos, uno de esos que se completaban con postalitas”, dice Marta Medina Hernández, de 74 años de edad, residente en Independencia 142, la parte de la casa de los ancestros de Guillermo Cabrera Infante que aún conserva, milagrosamente luego del paso del huracán Ike, su estructura de madera.
“Pero ya esto se está cayendo”, asegura Marta, señalando las vigas de acero que sustituirán los últimos vestigios de la memoria natal material de Guillermo Cabrera Infante en Gibara.
Para entonces, el régimen, en complicidad con el tiempo, creerán haber completado su obra: puro olvido. Craso error. Con todo y su premeditación y alevosía, las pequeñeces de las dictaduras no llegan al talón de un escritor grande. Sin torceduras ni hipocresías llegará el día en que Guillermo tenga su sitio en Gibara y en Cuba, como afortunadamente tiene hoy, para orgullo de los cubanos que saben querer, en el resto del mundo.
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ACERCA DEL AUTOR
Alberto Méndez Castelló (Puerto Padre, Oriente, Cuba 1956) Licenciado en Derecho y en Ciencias penales, graduado de nivel superior en Dirección Operativa. Aunque oficial del Ministerio del Interior desde muy joven, incongruencias profesionales con su pensamiento ético le hicieron abandonar por decisión propia esa institución en 1989 para dedicarse a la agricultura, la literatura y el periodismo. Nominado al Premio de Novela “Plaza Mayor 2003” en San Juan Puerto Rico, y al Internacional de Cuentos “ Max Aub 2006” en Valencia, España. Todas las fotos pertenecen al autor
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Guillermo Cabrera Infante