|
De: cubanet201 (Mensaje original) |
Enviado: 20/02/2015 18:10 |
Mis recuerdos de Guillermo
“Lo primero que me viene a la mente cuando recuerdo a Guillermo Cabrera Infante, es su
irreverencia, su sentido del humor y esa capacidad de estar a contracorriente desde la modernidad”
Guillermo Cabrera Infante nacio en Cuba, 22 de abril de 1929 - Londres, 21 de febrero de 2005
Orlando Jiménez Leal | Miami Florida
Tengo una visión irreal de cuando lo conocí. En ese momento, el cine, la literatura, la realidad y la ficción, se confundían. Ese día no solo se había materializado en mi oficina el crítico que yo había descubierto hacía algún tiempo leyendo una revista en una barbería (mi barbero también era un fanático de cine) sino que, como si esto fuera poco, estaba acompañado de Ferrucio Cerio, un director de cine italiano, muy de moda, que había dirigido en, La Mujer que inventó el amor, a Silvana Pampanini, en aquella época, mi fijación erótica.
Al comienzo de la revolución Guillermo fundó el magacín literario Lunes, suplemento literario del periódicoRevolución, ya para entonces éramos amigos. Sin duda, Lunes, perseguía el ideal Wagneriano, el gesumtkunstwerk. Y eso exactamente hacía el magacín, se escribía sobre todo: pintura, escultura, literatura, cine, teatro, arquitectura, música. Con la ayuda de un secuaz eficaz, Pablo Armando Fernández, Cabrera Infante, fue esencial en la cohesión del grupo de Lunes. Quizás la única persona capaz de unir personajes tan disimiles como el poeta Baragaño y al escritor Virgilio Piñera.
Muy pronto me hice cargo del departamento fílmico del programa que Lunes tenía en TV. Uno de las emisiones más memorables, fue la puesta en escena de un cuento de Guillermo: Abril es el mes más cruel. Recuerdo de ese rodaje una anécdota curiosa. Filmábamos en la playa de Santa María del Mar. Miriam Gómez era la actriz. Guillermo, que ese día nos acompañaba, me propone filmar a Miriam caminando por la arena hasta llegar al mar. Allí mismo improvisé un travelling shot: ella empezó a caminar, y yo, cámara en mano, a seguirla. De repente, sin avisarme, Miriam echó a correr, y yo, sin pensarlo, me disparé detrás. En la distancia, lo que veía un carro patrullero era a un hombre en calzoncillos que perseguía por la playa a una ninfa media desnuda. No fue fácil explicarles a aquellos policías el porqué un hombre en calzoncillos, con una camarita, corría detrás de una mujer por una playa desierta, mientras otro hombre, vestido de traje, corbata y gafas oscuras, observaba todo aquello con cierta indiferencia
En el carrito deportivo de Guillermo no se paseaba, se iba a algún lugar, o se venía de otro. Aquellas eran noches en movimiento. En el camino sentías La Habana como un gigantesco decorado, y el olor a mar y a petróleo derramado por los barcos en el puerto. Cuando rompía el norte, nos divertía pasar por debajo de las olas cuando chocaban contra el malecón creando un arco de lluvia fina que evitábamos acelerando a toda velocidad. A veces terminábamos tomando un helado en el Anón de Virtudes o en el Carmelo, frente alAuditórium, mientras discutíamos sobre Faulkner, Joyce, Kafka o Borges, que eran los héroes literarios de Guillermo.
A raíz de la prohibición del corto PM.Guillermo tuvo una larga conversación con Alfredo Guevara desde la oficina de Carlos Franqui en el periódico Revolución. A ratos, le pasaba el teléfono a Franqui, y éste, se separaba el auricular del oído en señal de desesperación. Después de decir un par de tonterías (entre otras cosas comparó aPM con el Mein Kamp de Hitler), escuchamos como, una y otra vez, Alfredo Guevara, se había convertido en una máquina de repetir consignas. Como decía Marx (Groucho, no Carlos), “Parecía que lo habían vacunado con aguja de fonógrafo”. No oía razones, ni explicaba las suyas, solo repetía, aquellas consignas como si fuera un guión de hierro.
Aunque en esa época, contrario a lo que hizo después en el futuro, Guillermo, no hablaba del pasado, era obvio que él debe haberse sentido muy incomodo cuando fue consejero en el ICAIC. De repente debe haberse dado cuenta de que estaba trabajando, para el Agiprop. Bromas aparte (o quizás con las bromas incluidas), debe haber pensado que el ICAIC era una especie de Ministerio de Propaganda, sin que hubiera nadie allí con el talento de Ziga Vertov. No solo la historia se repetía dos veces, la primera, ya sabíamos que había sido una tragedia; esta segunda era una farsa grotesca, y, además, trágica, con una pizca de picaresca y chusmería.
Cuando Guillermo se marcha a Bruselas a un puesto diplomático yo vivía en Nueva York, y nos escribimos alguna vez. Finalmente, cuando se exiló en Londres, nos comunicábamos por teléfono con más frecuencia.
En el verano de 1968, yo estaba rodando en Paris y a mi regreso a Nueva York hice una escala en Londres para verlo. En ese momento Guillermo estaba en buena forma y no paramos de reírnos, de hablar de cine, de política, de Cuba, de Cuba como obsesión recurrente. Por otro lado, la vida de Guillermo en Londres era muy inglesa, salvo, cuando, de vez en cuando, Miriam Gómez, excelente cocinera gourmet, llenaba el flat londinense con el aroma de unos deliciosos frijoles negros.
Años más tarde, cuando Guillermo y Miriam viajaban a Nueva York nos veíamos mucho Eran días de wine and roses… Nosotros, mi mujer y yo, casi siempre hacíamos fiestas para celebrar la llegada del verano o del otoño. Como por obra de magia, allí estábamos todos: Padilla, Reinaldo Arenas, Guillermo, Sabá, René Jordán, Rodríguez Monegal, Néstor Almendros, Ramón Suarez. Bebíamos daiquirís. De aperitivo servíamos frituritas de carita o de malanga, y oíamos música cubana de los años treinta y cuarenta, sobre todo a los Lecuona Cubans Boys. ¡Siento tanta nostalgia de esas noches en Nueva York como de las noches en La Habana.
En los últimos años a lo que más temía Guillermo no era la perdida de la memoria inmediata, que era lo que le provocaba los electroshocks, sino el perder su identidad y su pasado, como le sucedió el día que se enloqueció. Todavía recuerdo con horror cuando me lo contó por primera vez: Le ocurrió en Barcelona, justo después de subir a un taxi para dirigirse a una entrevista con su editor. Cuando el chofer le preguntó la dirección a dónde llevarlo, de repente se dio cuenta que no sabía quién era, ni donde estaba, ni adónde iba, ni que hacía allí. Para colmo, empezó a escuchar, en la radio del taxi a un locutor muy serio que con una voz grave decía lo siguiente: el escritor Guillermo Cabrera Infante no escribirá más, el escritor Guillermo Cabrera Infante no escribirá más… y se repetía… eso era a lo que él le tenía realmente pánico.
Poco antes de su muerte volé a Londres, acompañado de mi hija, Mari Claudia, especialmente para verlo. Estaba muy callado y vestía de forma impecable. Había perdido mucho peso y eso le daba un aire de vulnerabilidad que nunca tuvo. Miriam, sirvió unos aperitivos y abrió una botella de La veuve Clicquot para tratar de animarnos. Mi hija (a la que él le tenía mucho cariño) le contaba anécdotas para divertirlo, pero era obvio que todo lo fatigaba y que hacía un gran esfuerzo para tratar de mantener un aire de normalidad. Hablamos, como de costumbre, de cine, de Cuba, de la situación política en España y de lo mucho que había cambiado Gloucester Road desde la última vez que lo visité.
Era tarde en la tarde, y le comenté que teníamos que irnos porque nos esperaban para cenar unas amigas del colegio de Mari Claudia que casualmente se encontraban en Londres. Al rato se levantó de su sillón con lentitud, y nos acompañó hasta la puerta. Mientras caminaba, tambaleó un poco. Al despedirnos, nos abrazamos. Fue entonces que me di cuenta de lo frágil que estaba. GoooOdNiight, dije, imitando un poco el acento británico de Hitchcock. Se sonrió. Nunca más lo volví a ver.
**********
Guillermo Cabrera Infante (Gibara, Cuba, 22 de abril de 1929 - Londres, 21 de febrero de 2005) fue un escritor y guionista cubano, que después de abandonar su país obtuvo la ciudadanía británica, Premio Cervantes 1997.
**********
|
|
|
Primer
Anterior
2 a 4 de 4
Siguiente
Último
|
|
“Conozco La Habana gracias a Cabrera Infante”
Guillermo Cabrera Infante en su casa de Londres
*Lo que nos dijo el filósofo y escritor español
Fernando Savater a 10 años del fallecimiento del autor de Tres Tristes Tigres
Por José Hugo Fernández | La Habana | Madrid | Este 21 de febrero se cumplen 10 años del fallecimiento –en su exilio londinense– del más relevante escritor cubano de nuestros tiempos, Guillermo Cabrera Infante. Sobre su obra ha puntualizado otra celebridad de las letras y la cultura hispánicas, el filósofo y escritor Fernando Savater: “Nunca la Isla ni sobre todo La Habana fueron literariamente celebradas con mayor amor, con más desgarradora nostalgia y con mejor conocimiento”. Justo a modo de un breve homenaje de recordación a ese impar habanero de Gibara, Savater tuvo la gentileza de concedernos la siguiente entrevista para los lectores de Cubanet:
JHF: El desconocimiento del público cubano acerca de la obra de Guillermo Cabrera Infante roza la tragedia de lesa cultura. Muy pocos lo han leído, muchos no han visto jamás un libro suyo, la mayoría (sobre todo entre las nuevas generaciones) no es capaz siquiera de reconocer su rostro en una foto. ¿Qué le gustaría a usted comentar para ese público, especialmente para los jóvenes?
FS: Yo les diría que se pierden un enorme placer. La literatura de Cabrera Infante está llena de humor, de vitalidad, es gozosamente inconfundible. Hasta en sus momentos más melancólicos encuentra un juego o giro de palabras que hace sonreír. Es una literatura adictiva, que uno busca afanosamente con sólo haberla probado una vez.
JHF: Cierto escritor mediocre, que alguna vez fue ministro de cultura en la dictadura fidelista, calificó a Cabrera Infante de “abominable criatura”. Dijo que vivía enfermo de odio y de amargura. Puso en duda la grandeza integral de su obra. Y escribió literalmente sobre él: “Está perdido, no puede entender nada: es un infante difunto, yerto, exánime, separado para siempre de los jugos subterráneos de lo cubano”. ¿A usted, que fue amigo de GCI y que es un profundo conocedor de su literatura, qué valoración le merecen tales criterios sobre el más brillante y, además, el más divertido narrador cubano de nuestros tiempos?
FS: Rara vez un Ministro de Cultura es buen crítico literario (los casos de André Malraux en Francia, César Antonio Molina y Jorge Semprún en España son felices excepciones) pero en una dictadura es metafísicamente imposible que lo sean. El Ministro de Cultura en una dictadura es el inquisidor en jefe, el Torquemada oficial. Nadie fue menos “criatura ministerial” (así llamaba Schopenhauer a esos inquisidores) que Cabrera Infante. Y las “criaturas ministeriales” le detestan, claro, lo que forma parte de su guirnalda de honor.
Fernando Savater
JHF: ¿Considera usted que ya se dijo todo cuanto debe ser dicho sobre Guillermo Cabrera Infante en tanto singular renovador de la prosa en castellano? ¿Cree que su obra merece ser reubicada dentro de la historia de aquella apoteosis creativa (quizá torpemente mancomunada y a veces trivialmente valorada en su conjunto) a la que llamaron Boom de la Literatura latinoamericana?
FS: La obra de G.C.I. seguirá siendo no sólo leída y disfrutada (esto es lo más importante) sino también estudiada y comentada. Es una obra que quedará, en todos los sentidos. Es difícil encuadrarle en ningún grupo salvo por una reverencia a la cronología, porque literariamente no se parece a nadie…voz única y propia, voz milagrosa.
JHF: ¿A lo largo de los más de treinta años que duró su amistad con Cabrera Infante, tuvo usted la ocasión de escuchar algún comentario suyo sobre el dolor que sin duda le ocasionaba no ser leído por su público natural, por el hecho dramático de que los habaneros no tuviesen contacto con sus libros, donde mejor y más sentida y lúcidamente es recreada La Habana en toda nuestra literatura?
FS: Muchas veces, como es natural, aunque él tenía un talento cosmopolita y sabía que el público elegido de todo gran escritor son los lectores del mundo entero y de todas las épocas. Yo le prometí no pisar Cuba mientras durase allí la dictadura y mucho que lo siento, porque es uno de los pocos países de Hispanoamérica que no he visitado y el primero que quisiera conocer, cuando acabe la tiranía hereditaria que hoy lo secuestra. Pero puedo decir que conozco La Habana porque la he visitado en los libros de Guillermo y en las inolvidables charlas que tuvimos a lo largo de los años y la nostalgia.
Fernando Savater
|
|
|
|
El exagerado Cabrera Infante
Cabrera Infante en Londres
A Cabrera Infante, sus enemigos, que eran muchos –desde los comisarios culturales hasta los
envidiosos de su talento- lo acusaron, entre otras, de ser exagerado. Y en algunos sentidos tenían razón
Luis Cino Álvarez | La Habana, Cuba
Los que a fuerza de amar sus libros sentimos a Cabrera Infante como un amigo entrañable, para nada difunto, a pesar de su muerte en Londres hace 10 años, salimos ganando con esas exageraciones.
Exageró con su amor por La Habana. A pesar de que nació y creció en Gibara y de que vivió menos de 15 años en La Habana, eternizó la magia de unas noches habaneras que ya sólo existen en sus novelas y por las que uno, aun sin haberlas vivido, en medio de tanta mugre, derrumbes y degradación, no puede evitar sentir una nostalgia desoladora.
Exageró al apropiarse, para su escritura perfecta, del idioma castellano y de “los diferentes dialectos del español que se habla en Cuba”, y como si fuera poco, combinarlo en sus retruécanos únicos, con el inglés de Faulkner y Sallinger.
Exageró su pasión por la música y el cine. Escribió las mejores crónicas que sobre ambos temas haya escrito algún cubano, a la par que casi nos convencía de que Bogart era su alter ego, Rita Hayworth su amante y de que la vida era como una película de John Houston, o a ratos, de Hitchcock, con fondo de bolero o de la trompeta con sordina de Miles Davis.
Exageró con Lunes de Revolución. A pesar del ahínco que demostró en la defensa del nuevo régimen, lo culparon de querer cogerse la cultura revolucionaria para él solo. Se quedaron cortos los comisarios con la acusación. Desmesurado como era GCI, quiso que la revista abarcara toda la cultura, no sólo la revolucionaria, si es que eso existe. Ignoraba que el arte era culpable, que en el comunismo, el ser humano y absolutamente todo lo que hace, siempre son culpables. Erró al pensar que en Cuba, con choteo y pachanga, todo sería más suave.
Cuando no fue así, eterno jodedor, se mofó de los inquisidores. En “Delito por bailar el chachachá”, narra cierto memorable (des)encuentro en la cafetería El Carmelo con Alfredo Guevara, el por entonces zar del ICAIC, que presumía de su amistad personal con el Máximo Líder y quien le advirtió que Lunes de Revolución no podía “de ninguna manera ser la cultura revolucionaria”. Cabrera Infante relató como sus ironías hicieron que Guevara pasara de las sonrisitas a la furia, y cogiera tal perreta que poco faltó para que tirara al piso la chaqueta de seda cruda gris-carbón, comprada en Roma, que llevaba tirada sobre los hombros.
Implacable, del castrismo dijo todo y más. Tanto que ni la muerte le mereció la absolución de comisarios y mandarines. Pero él gozaba con el odio de sus enemigos. Presumía de la rabia que le mostraban: halagaba su vanidad de incorregible proscrito.
Gustaba comentar cuanto se leían sus libros en Cuba, a pesar de las prohibiciones. Solía decir que sus compatriotas ofrecían por sus libros de 5 a 10 latas de leche condensada, lo cual no era una exageración si se tiene en cuenta que el precio de una lata no baja en las TRD de 1,20 cuc y los vendedores habaneros de libros de uso, por mucho que se regatee, no sueltan “Tres Tristes Tigres” o “Así en la paz como en la guerra” (Ediciones R, 1960) si no les aflojas -en cuc o cup- el equivalente de entre 10 y 20 dólares.
El escritor, también desmesurado en la revancha póstuma, dejó claro que sus libros no podrían publicarse en Cuba hasta que terminara el castrismo. Y Miriam Gómez, su viuda, ha sido celosa de que se cumpla su voluntad.
Sólo un cuento, “En el gran ebbó”, ha sido publicado en Cuba, en 2009, en la antología “La ínsula fabulante”, donde también aparecen otros siete escritores que murieron en el exilio, negados a abjurar de sus ideas políticas.
La publicación en Cuba de los libros de Cabrera Infante parece improbable a corto plazo, porque Miriam Gómez no está dispuesta a ceder terreno a los comisarios tartufos de la UNEAC.
Los comisarios son mañosos para robar tumbas. Lo hicieron con Lezama y Piñera. Pero no pueden con Cabrera Infante.
El principal requisito para la rehabilitación de un escritor proscrito es que esté muerto, para manipularlo a su antojo sin que pueda defenderse. Sólo que hay autores que resultan incómodos hasta después de muertos. Como Cabrera Infante, siempre tan exagerado al defenderse de sus enemigos.
|
|
|
|
En cierta casa de Gibara falta una tarja que diga, aquí nació, lloro y río por
primera vez Guillermo Cabrera Infante, escritor y periodista. Premio Cervantes 1997
Las paredes ya no son de madera, sino de ladrillos. “Carne al corte”, dice un
anuncio, escrito con tiza sobre un cartón, en la pared de la casa natal de Guillermo Cabrera Infante
Por Alberto Méndez Castelló | Holgín, Cuba | Cuba Eterna
“Carne al corte”, dice un anuncio, escrito con tiza sobre un cartón donde, en cierto domicilio de la calle Independencia, debería levantarse una tarja.
Sobre mármol, bronce, o vaya usted a saber sobre qué material más consistente que el endeble reclamo de un carnicero, debió especificarse: “Aquí nació Guillermo Cabrera Infante, escritor y periodista. Premio Cervantes 1997”.
Pero no. En este sitio nada recuerda que aquí lloró y río por vez primera una de las voces más encumbradas de la literatura en lengua española. Y no lo puedo creer. Porque dicen que ya no es un “censurado”. Y vuelvo sobre mis pasos.
“¿Pudiera indicarme cómo llegar a la casa natal de Cabrera Infante?”, pregunté al viejo historiador de Gibara, Antonio Lemus Nicolau. “Es en la calle Independencia, pero todavía no tengo el número”, dijo el viejo.
Pisando la tierra natal del autor
Cuba, una isla de apenas once millones de habitantes, ha sido distinguida con tres Premios Cervantes: Alejo Carpentier (1977), Dulce María Loynaz (1992) y Guillermo Cabrera Infante (1997), ¿y todavía la historia oficial “ignora” el sitio exacto donde nació Guillermo?, me pregunto.
Es martes, y recuerdo el refrán que me alerta cuando debo emprender tareas perentorias en días como este: “Ni te cases ni te embarques”. Casado estoy y en camino casi siempre.
Acabo de llegar a Gibara armado de Cuerpos divinos, “una de las obras más autobiográficas de Guillermo Cabrera Infante”, según dice Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores en las solapas, y en la Biblioteca Municipal, junto a la parroquia de San Fulgencio, pregunto por Tres tristes tigres.
“¡Cabrera Infante…!”, exclama una turista puertorriqueña que, en una mesa cercana, consulta un catálogo. “No, no tenemos nada de él”, me dice una bibliotecaria, mencionando cierto ensayo sobre Guillermo mientras acota en un susurro: “Como estaba prohibido…”.
Pero el ensayo de marras, premiado por la comisaría cultural del propio régimen, tampoco aparece en la cuna del escritor, con todo y decir la nomenclatura que, su carente presencia en Cuba, es obra y gracia del propio Cabrera Infante y de su familia.
Calle Independencia arriba, precisamente en la calle natal de Guillermo, tiene su asiento la única librería que existe en Gibara. Enarbolando Cuerpos divinos pregunto a la librera qué puede ofrecerme de este autor. “¿Dónde publica él, en Letras Cubanas?”, pregunta la librera. “No precisamente”, digo.
La librera me asegura que lleva dieciocho años en aquel lugar y, que jamás, ha vendido ni ha tenido un libro de tal autor en sus manos: “Este es el primero”, dice.
La casa de los Cabrera Infante
Marina Reynaldo Infante, de 84 años, es prima hermana de Guillermo y Saba Cabrera Infante, está con una crisis de su hipoglicemia y pide a su hija Greta Figueredo que me atienda.
“Zoila, la mamá de Guillermo era tía de mi mamá. Mucho tiempo después de ellos irse a La Habana, continuaron viniendo a visitar a la familia que quedó aquí”, dice Greta, presentándome a los actuales inquilinos de la vivienda que fuera propiedad de los Cabrera Infante, ahora subdividida en tres domicilios.
“Tengo carne de lomo, de paleta, de pierna, lo que usted quiera”, me dice con el tono arrollador del vendedor dinámico Ismael Buzzi Leyva, tomándome por un presunto comprador, y llevándome hasta el centro de la casa, abre el refrigerador, mostrándome su mercancía.
Las paredes ya no son de madera, sino de ladrillos. Pero el piso es el mismo e imagino al chiquillo Guillermo Cabrera Infante correteando por aquí. Es el número 140 de la calle Independencia, Gibara.
“Muchas personas pasan por aquí, preguntando por él (Guillermo). Esta casa y la de al lado eran una sola, que fue donde él nació”, dice Isabel Hidalgo Pérez, la esposa de Ismael, pensionado por una enfermedad cardiovascular, que, para sobrevivir, “de vez en cuando vende alguna carne de cerdo”.
Parroquia de San Fulgencio en Gibara. Al lado la Biblioteca Municipal donde el reportero no encontró ni uno de los libros de Cabrera Infante
“Le agradezco mi afición a la lectura a Guillermo. Una vez vino, porque después de ir a vivir a La Habana, ellos siguieron viniendo a Gibara, en esta casa vivían su abuela y su bisabuela, y me regaló los libros de cuentos de su niñez; recuerdo un álbum de Blanca Nieves y los siete enanitos, uno de esos que se completaban con postalitas”, dice Marta Medina Hernández, de 74 años de edad, residente en Independencia 142, la parte de la casa de los ancestros de Guillermo Cabrera Infante que aún conserva, milagrosamente luego del paso del huracán Ike, su estructura de madera.
“Pero ya esto se está cayendo”, asegura Marta, señalando las vigas de acero que sustituirán los últimos vestigios de la memoria natal material de Guillermo Cabrera Infante en Gibara.
Para entonces, el régimen, en complicidad con el tiempo, creerán haber completado su obra: puro olvido. Craso error. Con todo y su premeditación y alevosía, las pequeñeces de las dictaduras no llegan al talón de un escritor grande. Sin torceduras ni hipocresías llegará el día en que Guillermo tenga su sitio en Gibara y en Cuba, como afortunadamente tiene hoy, para orgullo de los cubanos que saben querer, en el resto del mundo.
**********
ACERCA DEL AUTOR Alberto Méndez Castelló (Puerto Padre, Oriente, Cuba 1956) Licenciado en Derecho y en Ciencias penales, graduado de nivel superior en Dirección Operativa. Aunque oficial del Ministerio del Interior desde muy joven, incongruencias profesionales con su pensamiento ético le hicieron abandonar por decisión propia esa institución en 1989 para dedicarse a la agricultura, la literatura y el periodismo. Nominado al Premio de Novela “Plaza Mayor 2003” en San Juan Puerto Rico, y al Internacional de Cuentos “ Max Aub 2006” en Valencia, España. Todas las fotos pertenecen al autor
**********
Guillermo Cabrera Infante
|
|
|
Primer
Anterior
2 a 4 de 4
Siguiente
Último
|