El 'loco' del ómnibus
Un joven ventila sus críticas al régimen y nadie se solidariza.
El castrismo aún mantiene su capacidad disuasiva.
Hace unos días, una señora me relataba los pormenores de un hecho que refuerza las tesis sobre la imposibilidad de que pueda articularse en cualquier sitio del territorio cubano un movimiento efectivo de desobediencia civil.
Escuchar que en el interior de un ómnibus capitalino abarrotado un joven aireaba sus críticas antigubernamentales —donde incluía fragmentos de su experiencia personal tras haber estado en la cárcel por su accionar contestatario—, mientras nadie se atrevía a brindarle un mínimo de solidaridad, al menos explícitamente, define una actitud generalizada y a todas luces irreversible bajo el prisma de la represión y el miedo.
Tal vez el fin del sujeto que despachaba invectivas a diestra y siniestra contra el sistema, haciendo énfasis en sus tragedias, era la articulación de un ambiente propicio para que el resto de los pasajeros rompieran las barreras del temor y se sumaran a la protesta.
A menudo se tiende a subestimar la capacidad disuasiva del régimen. No son pocos los que piensan que es factible la construcción de escenarios contestatarios a partir de los niveles de descontento social que existen hoy día en el país.
La realidad confirma que las actitudes de casi todos los cubanos ante el universo de penurias y la permanente violación a sus derechos elementales por parte de la policía política tienen muy poco que ver con la decisión de asumir los riesgos de hacer públicas sus reprobaciones, bien sean en un vehículo estatal o en medio de la calle.
Callar sus insatisfacciones o detallarlas en un círculo de confianza es el denominador común. Las posturas antagónicas a este modo de enfrentar las difíciles circunstancias siguen siendo excepcionales.
Hasta el momento, ninguna estrategia ha podido romper la inercia de una población que eligió las máscaras y los disfraces como paliativos a un entorno marcadamente hostil a las disensiones políticas o ideológicas.
La indiferencia y el abandono inmediato del lugar son las actitudes que suelen derivarse de esos acontecimientos de denuncia que solo sirven como anécdotas para contar en los vecindarios.
Quizás en el futuro las cosas sean diferentes, pero sin pretensiones de aguafiestas, esa posibilidad no está al doblar de la esquina.
Es cierto que Ghandi y Martin Luther King tuvieron éxito en la masificación de las protestas no violentas en aras de alcanzar sus objetivos.
Habría que fijarse en el contexto geográfico, histórico y cultural en que se desarrollaron ambos sucesos, las determinaciones de la geopolítica y el tipo de régimen al que se enfrentaron, entre otras consideraciones básicas para acercarse a una respuesta convincente. Con Stalin y Hitler eran nulas las probabilidades de que sucediera algo parecido.
La dictadura encabezada desde 2006 por Raúl Castro pudo construir y perfeccionar los blindajes necesarios para su supervivencia.
Con 56 años en el poder, el castrismo aun puede lidiar con la repulsa de la mayoría sin afectaciones de consideración en lo que a gobernabilidad se refiere.
El desenlace del caso expuesto como ejemplo en este artículo, ilustra lo fallido del intento en catalizar las insatisfacciones populares mediante esos procedimientos.
La terminante orden de apearse por parte del chofer fue secundada por el resto de los presentes. Algunos, "en su infinita bondad", alegaron la necesidad de una urgente atención psiquiátrica para el joven que tuvo que abandonar el ómnibus antes de llegar a su destino.