¿Revolución o anexión?
Muchos desean que, en el futuro, Cuba adquiera un estatus similar al de Puerto Rico
Por Ernesto Pérez Chang | La Habana | Un amigo, profesor de enseñanza media, me comentaba sobre las ideas anexionistas de la mayoría de sus alumnos. Conversaba con ellos acerca de los acercamientos entre los gobiernos de la isla y los Estados Unidos, cuando uno de los estudiantes le dijo que lo mejor que le pudiera suceder a Cuba es que adquiriera un estatus similar al de Puerto Rico. Con la excepción de dos o tres, en un grupo de veintitantos, la idea fue apoyada por casi todos los presentes y hasta respaldada con argumentos difíciles de rebatir, según me confiesa este profesor ya con varios años como educador.
“Jamás hubiera imaginado cómo han cambiado las mentes. Si yo, hace diez años atrás, hubiera dicho la mitad de lo que ellos dijeron, me hubieran crucificado a la entrada de la escuela”, afirma este hombre que, en los ratos de receso y de manera informal, se arriesga a provocar debates políticos entre los jóvenes, una iniciativa que pudiera perjudicarlo en su puesto de trabajo debido al papel ideologizante que caracteriza el sistema de enseñanza en Cuba, controlado directamente por el Partido Comunista.
Entre los que acogen con entusiasmo la nueva etapa en las relaciones con los Estados Unidos, hay un grupo considerable de personas que ven con buenos ojos un futuro proceso de anexión plena que, como nos ha dicho Carlos, un joven estudiante de Letras, los alivie de ese “cansancio causado por tantos años de una dictadura ultranacionalista que confundió los conceptos de patria, nación, revolución para fundirlos en obligatoria lealtad a un caudillo”.
Algunas personas entrevistadas por nosotros declararon ser indiferentes con el destino de Cuba. Muchas incluso aspiran a obtener cualquier ciudadanía extranjera para marcharse de manera definitiva aun cuando se anunciaran cambios radicales o hasta el mismísimo final de la dictadura.
“No tengo tiempo para esperar a que el país se normalice. Ni creo que esto pueda reconstruirse algún día. La única solución a todo el desastre que dejarán sería la anexión a los Estados Unidos, al final, muy poca gente se molestaría con eso”, afirma Noris, un estudiante universitario.
“Esto es una finca privada, no un país. Es construir un país de la nada. ¿Y quién lo va a hacer, nosotros? ¿Quién va a decirle a la gente que trabaje, que cambiaron las reglas del juego, que gritar “viva la revolución” ya no te asegurará un buen salario? ¿Quién asegura que no tendremos otro dictador y otro y otro? El camino para convertirnos en una democracia es larguísimo y quizás hasta imposible, por eso te digo que lo mejor que pudiera pasar es ser como Puerto Rico”, dice Jenni, otra estudiante universitaria.
Para Leandro, recién graduado de Derecho, Cuba “es un país minado por el oportunismo, la doble moral, la mediocridad, la indiferencia política. Y el que no padece de todo eso, sencillamente está obstinado y lo que quiere es ver cambios urgentes, no quiere someterse a un proceso que lo superará. Bastante que ese hombre ya ha soportado un burujón de promesas de prosperidad. Está frustrado. Nadie va a confiar en un par de políticos que vengan a decirte que ellos son la esperanza de cambio para Cuba, por muy anticomunistas que sean, la gente solo va a confiar en lo que ya está probado y demuestra ser efectivo, que es el modo de gobierno norteamericano, basado en el cumplimiento estricto de las leyes. Esa sí sería una garantía de futuro y de cambio, y con eso hasta evitaríamos que venga otro comemierda a prometer villas y castillas”.
Para Tania, estudiante de periodismo, existe “una saturación ideológica. La revolución te sale hasta en la sopa. Yo no creo que la anexión sea una solución al problema de Cuba, pero entiendo que la gente está cansada y se decante por la solución menos problemática para ellos. Tengo que reconocer que el anexionismo ha cobrado fuerza en los último años, casi toda la gente que me rodea daría saltos de alegría si ese fuera el futuro. Solo hay que ver cuánta gente saca la bandera norteamericana, la usa en las ropas, la exhiben como un amuleto de la suerte, la ley de atracción, como dicen los que saben de energías y esas cosas”.
Tomás, otro estudiante, nos advierte: “Fíjate si es una tendencia creciente y, por supuesto, un problema grave, gravísimo para el gobierno, que en ningún programa [de televisión] se habla del fenómeno. Claro, la gente no va a hablar de lo que realmente siente. Si un periodista del noticiero, con una cámara directo a la cara, le pregunta en la calle eso mismo que tú me preguntas, nadie le va a decir: “sí, yo quiero la anexión” o “vivan los yanquis”, la gente va a decir lo que saben que pueden decir sin que le rayen la pintura. O en la televisión van a poner solo las respuestas que les convenga”.
Para Tato, un joven ingeniero mecánico que decidió no ejercer para dedicarse al trabajo por cuenta propia, Cuba siempre ha sido un país anexado: “¿Cuál es la diferencia? Siempre hemos estado pegados a la teta de alguien. Ayer fue la Unión Soviética, ahora los venezolanos, y mañana nos anexaremos a Marte si descubren que hay vida y los marcianos prometen mantenernos para que les guardemos el secreto”, nos dice de manera jocosa.
El miedo a involucrarse en un “tema tabú” impide a muchas personas responder a nuestras preguntas acerca del anexionismo en Cuba. La mayoría rehúsa responder. Algunos disfrazan sus respuestas con una retahíla de ambigüedades con las que buscan suavizar sus opiniones afirmativas, por si acaso sus identidades salieran a la luz y el gobierno pudiera usarlas en un enjuiciamiento. Aunque ya algunos, sobre todo los jóvenes, no se esconden para exponer sus criterios, del anexionismo no se puede hablar como de otros asuntos que para el gobierno son demasiado espinosos o que, incluso para amplios sectores de la oposición, pudieran entrar en el terreno de la “traición”. Habría que esperar a que el pueblo cubano pueda expresarse libremente para entonces saber cuál será nuestro verdadero destino.
ACERCA DEL AUTOR Ernesto Pérez Chang (El Cerro, La Habana, 15 de junio de 1971). Escritor. Licenciado en Filología por la Universidad de La Habana. Cursó estudios de Lengua y Cultura Gallegas en la Universidad de Santiago de Compostela. Ha publicado las novelas: Tus ojos frente a la nada están (2006) y Alicia bajo su propia sombra (2012). A finales de este año 2014, la editorial Silueta, de Miami, publicará su más reciente novela: Comida. Es autor, además, de los libros de relatos: Últimas fotos de mamá desnuda (2000); Los fantasmas de Sade (2002); Historias de seda (2003); Variaciones para ágrafos (2007), El arte de morir a solas (2011) y Cien cuentos letales (2014). Su obra narrativa ha sido reconocida con los premios: David de Cuento, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), en 1999; Premio de Cuento de La Gaceta de Cuba, en dos ocasiones, 1998 y 2008; Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar, en su primera convocatoria en 2002; Premio Nacional de la Crítica, en 2007; Premio Alejo Carpentier de Cuento 2011, entre otros. Ha trabajado como editor para numerosas instituciones culturales cubanas como la Casa de las Américas (1997-2008), Editorial Arte y Literatura, el Centro de Investigaciones y Desarrollo de la Música Cubana. Fue Jefe de Redacción de la revista Unión (2008-2011).
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