Reggaetón: La música del dinero
Osmani García, alias La Voz, reguetonero cubano
Representa el modo de vida que ansían muchos en Cuba: Carros, ropas caras, viajes, lujos, éxito
Por Ernesto Pérez Chang | La Habana, Cuba |
Cuando a principios de este año el Yonki, un reguetonero (reggaetonero) muy popular en Cuba, decidió celebrar el regreso de su gira por los Estados Unidos, lo hizo en La Cecilia, un centro nocturno de La Habana donde tan solo el “cover” (costo de la entrada) puede superar el salario mensual promedio de cualquier profesional, actualmente de unos 20 dólares. En aquella ocasión, aunque el precio oficial del ticket se fijó en 10 dólares por persona, hay quienes, para alcanzar un cupo, afirman haber pagado hasta 100 dólares a los porteros en una maniobra de soborno que se ha ido haciendo rutinaria en aquellos lugares donde son habituales los conciertos de reguetón (reggaetón).
Aunque la mayoría de quienes se “dan el lujo” de asistir a esos espectáculos son jóvenes en edad escolar y, como habría de ser lógico, sin ingresos personales, en estos lugares, a juicio de algunos empleados relacionados con la atención al público, las “noches de reguetón” son consideradas las más importantes en cuanto a ganancias económicas, a pesar de ser un género musical hasta cierto punto “acorralado” por los medios de promoción oficiales.
“Los reguetoneros son una verdadera mina de oro”, nos comenta un trabajador de la Casa de la Música de la calle Galiano, al que no identificaremos para no perjudicarlo en un empleo que pudiera estar entre los más codiciados de la isla debido a las ganancias personales que al parecer le reporta.
Según esta persona, el reguetón es la garantía de que en una noche los porteros de algunos centros nocturnos puedan guardarse en el bolsillo entre 200 y 800 dólares “limpiecitos”, cantidad que supera lo que gana un ingeniero cubano por todo un año de trabajo.
“Cuando no hay conciertos de reguetón”, nos dice el mismo empleado, “esto no se llena igual. La gente paga lo que dice la entrada y ya (2 dólares para cubanos y 5 para los extranjeros). Pero cuando están el Micha o el Chacal, Yakarta, Osmani García, cualquiera de ellos, esto se pone bueno. La gente da 50 y hasta 100 (dólares) por entrar, y todos son chamacos de 18, 20, veintipico. Eso sin contar lo que se gastan dentro con las jevitas. ¿De dónde sacan el dinero? Yo qué sé y tampoco me importa. A veces es mejor no saber La Habana ya no es como antes, hay mucha droga, sexo, y todo eso mueve dinero. En el ambiente del reguetón está toda esa moña, yo no le descargo mucho pero eso es lo que todos estos chamacos de hoy tienen en la cabeza”.
Sin embargo, las llamadas “Casa de la Música”, administradas por la Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales (Egrem), no poseen las libertades de las que gozan otros centros recreativos estatales y particulares (algunos de ellos ilegales) a la hora de planificar sus espectáculos. Obligadas por el Instituto Cubano de la Música a ofrecer una programación variada que favorezca a las agrupaciones de música tradicional, sólo cuentan con tres o cuatro espectáculos de reguetón en el mes, lo que las coloca en desventaja con respecto a otros sitios nocturnos donde incluso los músicos pueden pactar de antemano el precio de las entradas y beneficiarse de un buen porciento de las ventas.
“Por mucho que pidan, siempre hay ganancias”, nos dice el dueño de un negocio particular en el municipio Playa. Aunque no quiso ser identificado, para evitar represalias, accedió a conversar. Por él supimos que quienes dirigen estos lugares tienen cierta “libertad” al conformar su propia programación, por lo cual han priorizado aquellos géneros, artistas y agrupaciones que les reportan mayores ingresos:
“A mí no me dejan contratar a todo el mundo, hay que tener cuidado con eso. Hay músicos que no me permiten traer. Eso es complicado pero sí me dejan que yo decida si pongo reguetón todas las noches. Si yo traigo una orquesta de salsa, esto se me queda vacío y tengo que cobrar el cover a 2 dólares cuando sé que con el Micha puedo pedir 10 y 15 y hasta veinte dólares. A mí me gusta el son, la salsa, pero es el reguetón el que llena esto. Si viene el Micha y me pide 2000 dólares por un concierto, yo se lo puedo dar y aun así le gano muchísimo más que eso; pero si viene cualquier orquesta y me dice 1000 dólares, yo no puedo pagarle ni la mitad, porque no viene tanta gente. Los de la Casa de la Música, si los dejaran, harían lo mismo que yo, pero ellos están más presionados a poner música tradicional. Dentro de lo permitido, yo puedo escoger lo que subo al escenario. Esa es la diferencia y por supuesto que gano más. La guerra que existe entre los reguetoneros y los soneros, es precisamente por eso, que los reguetoneros les han ido robando todos los espacios a los soneros, por eso el Instituto de la Música obliga a poner música tradicional en los centros que dirige. Yo solo me guío por lo que la gente quiere, y si dicen reguetón, yo les doy reguetón”.
Presentaciones clandestinas en los barrios
Además de estos lugares a donde los jóvenes acuden en masa, han aumentado los llamados “conciertos clandestinos”, organizados por los propios artistas. Realizados en lugares apartados y usando como única forma de divulgación los mensajes a través de celulares, en estos espectáculos privados también las entradas alcanzan precios sorprendentes que, para quienes son ajenos a ese peculiar universo, inducen a la pregunta sobre cómo es posible que en barrios marginales donde supuestamente los ingresos están muy por debajo de la media, las personas puedan asistir a esos espectáculos tan caros.
Para algunos, la imagen de opulencia y poder que proyectan los músicos en sus vídeos y en sus modos de actuar dentro y fuera del escenario, unido al origen o el “perfil” marginal de la mayoría de ellos, son asumidos por los más jóvenes como un modelo a seguir en una sociedad donde, más allá de la droga y el comercio sexual, no existen muchas opciones para escapar de la pobreza. Algunos detractores del género solo advierten en la obra de estos músicos populares una incitación al delito como única vía para alcanzar un paradigma de vida ligado exclusivamente al placer. Otros se escudan en una supuesta “nocividad” del reguetón para justificar la censura y, de manera tramposa, recuperar los espacios para otros géneros musicales en desventaja.
Para los seguidores del reguetón y el hip hop, más que géneros o variantes de la música urbana, aunque en algunos casos ni pretendan ni llegan a ser exactamente vehículos de denuncia social por medio del arte, son reflejos del verdadero universo donde viven los cubanos (gusten del reguetón o no) y de las aspiraciones (no importa si realizables o quiméricas) de la mayoría de la gente, muy distantes del país ideal y armonioso (con multitudes siempre dispuestas al sacrificio personal) que desean describir los gobernantes cubanos en los discursos oficiales.
Aunque algunos reconocen que las letras de muchas de las canciones de moda pudieran resultar triviales, sostienen que son el reflejo y no la causa de la realidad que representan. Para Roger, un joven que asiduamente asiste a esos espectáculos, el reguetón no incita a la ilegalidad ni promueve un modo de vida. Tan solo muestra un entorno “que todo el mundo sabe que existe pero que muchos prefieren esconder” porque desmonta ese cuadro de perfección que, según el añejo discurso oficial, debiera caracterizar a una sociedad socialista con ya medio siglo de existencia.
Para Arisbel, un trabajador de un cabaret “clandestino” en Arroyo Naranjo, los precios que cobran por los conciertos no son tan exagerados como pudiera parecer a algunos y nos explica las razones:
“Ellos cobran en sus conciertos lo que en realidad saben que la gente puede pagar. No son unos abusadores cuando dicen 10 o 20 dólares por la entrada. Tienen los pies en la tierra. En el mundo en que ellos se mueven y que todos nosotros nos movemos, aunque no tengamos ni un peso, 10 o 20 dólares no son nada. Eso lo hace cualquier jinetera en media hora con cualquier yuma, o el gerente de una firma, o aquel tipo de la esquina echándole un poco de talco al otro [vendiendo cocaína]. Yo conozco gente que se ha echado 50 mil dólares en un mes, suavecito, solo moviendo la bola de aquí para allá [traficando drogas]. Vete a Don Cangrejo por las noches, métete en Las Vegas [dos centros nocturnos] y vas a ver cómo hay dinero, droga y sexo en este país y nada de eso tiene que ver con el salario. ¿Tú crees que la gente en Cuba va a vivir del salario o va a esperar que cambien las cosas?.. Hay que estar crazy”.
Según Jean David, un joven estudiante de Cultura Física que por las noches trabaja como custodio en un centro nocturno particular, “las cosas no van a cambiar, [porque] ya las cosas cambiaron desde hace tiempo”. Y continúa explicando a su modo: “¡Qué socialismo ni ocho cuartos!, este es el mundo. Si te pones a hacerle caso al gobierno, estás grave. Si la comida hay que comprarla en fulas, y la ropa y el techo, y las jevitas, todo hay que hacerlo con fulas, ¿cómo el gobierno va a pensar que alguien va a vivir del salario cuando ellos mismos le dicen “la tienda del barrio” a las “shopping” [tiendas estatales que venden en divisa]? Eso es un cuento que solo se creen los bobos. La gente vive de las apuestas, de vender lo que sea, de jinetear, del tráfico de lo que aparezca, de ahí sale todo el dinero que corre en este país y que el gobierno sabe de dónde viene pero se hace el de la vista gorda. El mismo gobierno te obliga a meterte en todos esos líos de la droga y el sexo para después partirte el brazo cuando te cogen y quedarse con todo. Lo que te dicen las letras de los reguetones es eso, lo que la gente de verdad quiere y lo que la gente lucha por tener, eso que no puedes tener con un salario. Yo quiero tener un carro, vestirme bien, viajar y es lo que quiere todo el mundo aunque no le descarguen al reguetón”.
A pesar de que la radio y la televisión oficiales se resisten a difundir la obra musical de los llamados “reguetoneros”, más allá de cualquier juicio de valor estos artistas han logrado con su obra y su peculiares formas de proyección social un verdadero desafío a los discursos más conservadores de esa imagen impoluta que siempre ha querido proyectar el gobierno cubano para nada coincidente con las verdaderas realidades de hoy.
Ernesto Pérez Chang