¿Estamos programados para creer en un Dios?
Por Francesca Stavrakopoulou
La religión -la creencia en seres sobrenaturales, incluidos dioses y fantasmas, ángeles y demonios, almas y espíritus- se encuentra a lo largo de la historia y en todas las culturas.
La evidencia de la suposición de la existencia de una vida de ultratumba data de hace al menos 50.000 a 100.000 años atrás.
Cada cultura humana conocida tiene su mito de la creación, con la posible excepción del pueblo amazónico Pirahã, que tampoco cuenta con palabras para los números, colores y jerarquía social.
Es difícil conseguir datos exactos sobre el número de creyentes hoy en día, pero algunas encuestas sugieren que hasta el 84% de la población mundial es miembro de grupos religiosos o dice que la religión es importante en su vida.
Vivimos en una época de acceso sin precedentes al conocimiento científico, que algunos consideran que no concuerda con la fe religiosa. Entonces, ¿por qué la religión es tan omnipresente y persistente?
Psicólogos, filósofos, antropólogos y hasta neurocientíficos han sugerido posibles explicaciones de nuestra predisposición natural a creer, y para el poderoso papel que la religión parece jugar en nuestras vidas emocionales y sociales.
Muerte, cultura y poder
Las actividades religiosas más tempranas aparecieron como respuesta a cambios corporales, físicos o materiales en el ciclo de la vida humana, principalmente la muerte.
Los rituales de duelo son una de las formas más antiguas de experiencia religiosa. Muchos de nuestros ancestros no creían que la muerte era necesariamente el final de la vida. Era una transición. Algunos creían que los difuntos y otros espíritus podían ver lo que pasaba en este mundo y hasta tenían cierta influencia en los eventos que ocurrían.
Esa es una noción verdaderamente poderosa. La idea de que los muertos o hasta los dioses están con nosotros y pueden intervenir en nuestras vidas es reconfortante, pero también nos lleva a ser muy cuidadosos con lo que hacemos.
Los humanos somos esencialmente seres sociales y por ello vivimos en grupos; como grupos sociales tendemos a la jerarquía, y la religión no es una excepción. Cuando hay un sistema jerárquico, hay un sistema de poder, y en un grupo social religioso, esa jerarquía localiza a su miembro más poderoso en la cima: la deidad - Dios.
Es frente a Dios que tenemos que rendir cuentas.
Hoy en día, la religión y el poder siguen conectados.
Estudios recientes muestran que recordar a Dios nos hace más obedientes.
Hasta en sociedades que han tratado de reprimir la fe, surgieron cosas que tomaron su lugar, como el culto a un líder o al Estado. Entre menos estable política y económicamente sea un país, más probable es que la gente busque refugio en la religión. Los grupos religiosos a menudo pueden ofrecer el apoyo que los Estados no proveen a quienes se siente marginalizados.
Así que factores sociales ayudan a desarrollar y reforzar la fe religiosa, así como lo hace la manera en la que nos relacionamos con el mundo y con los demás.
Dioses como otras mentes
Neptuno era el dios romano del mar.
Cuando había una tormenta, se creía que estaba furioso. Era un dios con temperamento humano.
En todas las culturas, los dioses son esencialmente personas, hasta cuando tienen otras formas o carecen
de forma física.
En la actualidad, muchos psicólogos piensan que creer en dioses es una extensión de nuestro reconocimiento, como animales sociales, de la existencia de otros, y de nuestra tendencia a ver el mundo en términos humanos.
Proyectamos pensamientos y sentimientos humanos en otros animales y en objetos, e incluso en fuerzas naturales, y esta tendencia es una piedra fundamental de la religión.
Es una idea antigua, que se remonta al filósofo griego Jenófanes, a quien se le cita argumentando que si los animales pudieran pintar, representarían a los dioses con formas animales.
De manera que la creencia religiosa puede estar fundada en nuestros patrones de pensamiento y cultura humana. Algunos científicos, sin embargo, han ido un paso más allá y han escaneado nuestros cerebros en busca del legendario "punto Dios".
Dios en el cerebro
Los neurocientíficos han tratado de comparar los cerebros de creyentes y escépticos, y de observar qué pasa en nuestros cerebros cuando rezamos o meditamos. Se sabe muy poco en este campo pero hay algunas pistas.
Nuestros cerebros cambian a lo largo de la vida, a medida que nos desarrollamos y experimentamos cosas nuevas. Virtualmente todas las partes de nuestro cerebro están involucradas en todo lo que hacemos y experimentamos, así que no sólo no existe un "punto Dios", sino que no hay un punto específico del cerebro dedicado a sólo una cosa.
Hay algo que sí sabemos: el cerebro humano es el más avanzado del mundo animal, y el único con una maravillosa capacidad: la de darle sentido a la realidad.
Poniéndole puntuación a la vida
A menudo se habla del cerebro como una máquina de significado. En la medida en la que estamos constantemente buscando patrones, estructuras y relaciones de causa-efecto, la religión puede proveer una variedad de estrategias para dar significado.
Las creencias religiosas le ayudan a los humanos a ordenar y encontrarle el sentido a sus vidas. Y los rituales en particular pueden "darle puntuación" a nuestras vidas, marcando los eventos más cruciales.
Y los rituales son comunes en todos los grupos sociales humanos, incluidos los de ateos.
Aunque ni la neurociencia, ni la antropología y ni siquiera la filosofía tienen la respuesta definitiva a la pregunta "¿Existe Dios?", todas esas disciplinas dan pistas sobre cómo respondemos a nuestras más profundas necesidades humanas.
Quizás no estemos programados para creer en Dios o en un poder sobrenatural, pero somos animales sociales con la necesidad evolutiva de estar conectados con el mundo y con otros.
De pronto las religiones son sencillamente canales para posibilitar tan significativas conexiones.
Datos sobre el autor:
Francesca Stavrakopoulou es Directora de Teología y Religión de la Universidad de Exeter en Inglaterra, a escrito varios libros.