El legado de Bahía de Cochinos
Echarle la culpa a Obama equivale a exculpar a la nación cubana por aguantar la dictadura castrista más de medio siglo
Invasión de Bahía de Cochinos, avión derribado.
Por Arnaldo M. Fernández Cuba EncuentroNada más cómodo entre cubanos que descargar sus problemas sobre el presidente americano de turno. Así como la crisis económica se imputa al bloqueo antes que a la centralización autoritaria y la descentralización anárquica, el acomodo Cuba-EEUU se achaca a la traición de Obama, como si la Casa Blanca tuviera que esperar todavía más por la caída del pueblo cubano en trance anti-dictatorial. La tradición viene de culpar a Kennedy por negarse a prestar la debida cobertura aérea a la Brigada 2506, aunque la CIA, dueña de los caballitos, había aceptado que se daría apoyo sin dar “any sign of U.S. participation”.
Preludio
Los bombardeos del 15 de abril de 1961 se atribuyeron a desertores de la fuerza aérea de Fidel Castro, quien soltó que ni Hollywood podía rodar semejante película. El canciller Roa armó tremendo escándalo en la ONU, que convocó enseguida a sesión especial de su Comisión de Política y Seguridad.
El paripé de la CIA dejó mucho que desear. Un tal Juan García [el brigadista Mario Zúñiga] aterrizó en la Florida y contó haber atacado con otros desertores las bases aéreas de Castro. Solo que su B-26 tenía nariz de metal [los B-26 de Castro tenían narices de plástico] y no parecía haber disparado sus ametralladoras. Así y todo, la CIA quería propinar al descaro otro golpe aéreo el 17 desde Nicaragua. La Casa Blanca repuso que no podían bombardear más hasta que la brigada tendiera una pista de aterrizaje en la cabeza de playa. Los jefazos de la CIA Bissell y Cabell protestaron, pero no se atrevieron a interpelar directamente a JFK.
Fuga
Ante el cuero que daba la aviación de Castro tras el desembarco, la CIA ordenó atacar con bombas de fragmentación la base de San Antonio de los Baños. La noche del 17 al 18, tres B-26 salieron con esta misión y ninguno dio con la base. Por la tarde, Bissell recurrió a pilotos yumas y las antiaéreas del central Australia tumbaron el B-26 en que volaba Leo F. Berliss. Al otro día Roa mostraba en la ONU hasta el número de seguridad social de Berliss y espetaba que, naturalmente, los aviones enemigos venían de la Luna.
Hacia la medianoche del 18 al 19, el almirante Burke instó a Kennedy: “Let me take two jets and shoot down the. enemy aircraft”. El Presidente dijo que no y les recordó a Burke y a Bissell haber advertido —desde mucho antes— que EEUU no intervendría directamente. No obstante, JFK autorizó una hora de apoyo aéreo al amanecer con seis cazas a chorro sin insignias que no entrarían en combate contra los aviones de Castro ni atacarían objetivos en tierra, pero iban a meter miedo para propiciar mejor desempeño de los B-26 de la brigada. Sin embargo, la CIA y el Pentágono no tuvieron en cuenta que Nicaragua y Cuba tenían husos horarios diferentes. Los cazas nunca se encontraron con los B-26.
Allegro
Desde el 31 de enero de 1961, el brigadier Gray (Estado Mayor Conjunto) había dictaminado que la brigada aguantaría cuatro días a lo sumo, incluso si la sorpresa y la supremacía aérea fueran absolutas. El 15 de febrero de 1961, Thomas Mann, Subsecretario de Estado para Asuntos Interamericanos, propuso cancelar la invasión. Aunque era un acérrimo anticastrista, se percató de que la CIA jugaba con un alzamiento popular improbable y la brigada tendría que ser apoyada con intervención militar abierta, pasar a la guerra de guerrillas o quedar abandonada.
Bissell replicó que, sin necesidad de intervención militar directa, la brigada podía tumbar a Castro o al menos de provocar una guerra civil. Para el 16 de marzo, Bissell convencía a la Casa Blanca de que Mann andaba despistado: informes “de inteligencia” de la CIA estimaban en “fewer than 20 percent” el respaldo popular a Castro y en “approximately 75 to 80 percent” la deserción entre los milicianos al entrar los brigadistas en combate.
El 8 de abril, el jefe de la Task Force de la CIA para Cuba, Jake Esterline, veterano de la operación encubierta (1954) contra Arbenz en Guatemala, fue a casa de Bissell y presentó su renuncia, ya que las limitaciones impuestas por la Casa Blanca imposibilitaban el éxito de la operación contra Castro. Bissell pidió a Esterline que no renunciara, porque la invasión iba de todos modos. Esterline aceptó a regañadientes y la mala suerte de la brigada quedó echada.
Coda
Tal y como sucede hoy con la USAID, la NED o la OCB, la CIA se equivocó de pueblo y emprendió acciones condenadas de antemano al fracaso por errores de diseño. Aquella equivocación y este error aún se arrastran por el anticastrismo en su variante de oposición pacífica o cívica.
Tras haber ganado el castrismo la guerra, es caso de psiquiatría seguir pensando que irá al diálogo con gente sin poder político que vocea representar al pueblo cubano sin que a ese pueblo le importe un comino.
El anticastrismo no pudo impedir que la Casa Blanca decidiera no esperar más por una oposición errática y equivocada de pueblo. Echarle la culpa a Obama equivale a exculpar a la nación cubana por aguantar la dictadura castrista más de medio siglo y esconder la chapucería bajo la traición de otro presidente americano.