Testimonio:
Las noches de Lulú en La Habana
Lulú en plena faena:
“De espalda, que es como mejor se me conoce”
Por Hugo Luis Sánchez / La Habana
Lulú quiere ser como Miguel Bosé en Tacones lejanos. “La he visto mil veces, ya hasta canto como Luz Casal” -puso mirada maliciosa, abrió la boca y pegó a lengua al paladar “más a lo Sarita Montiel”, aclara- sólo que “a mí lo que me toca es pulir la calle y esperar a que un extranjero me saque particular, como se decía antes” y “me lleve a Europa” porque el frío dice que no le importa, todo lo contrario, “va y me alebresta”.
En lo que llega su príncipe azul o, mejor, su euro príncipe, Lulú sale al oscurecer a eso mismo, a pulir la calle, a lucharla igual cualquier miembro más del ejército de prostitutas que, para no ser apresadas por la policía, se protegen en las sombras, algo fácil en una ciudad sin alumbrado público como si cada noche La Habana esperara ser bombardeada.
Cuando era niña, Lulú juró junto a todos los demás alumnos de su escuela que sería como el Che. Se colocaba la palma de la mano derecha, vertical sobre la frente, semejante a los pioneros soviéticos y cada mañana, sin perderse siquiera una sola, decía “Pioneros por el comunismo, seremos como el Che”, y luego entraba al aula con su saya color vino, una blusa blanca y, al cuello, la pañoleta azul.
De un falso juramento
Blasfemó, juró en falso, pecó, nunca fue como el Che, ni guerrillera heroica ni nada, pero sí hubiera podido ser cirujana, ingeniera, cibernética, maestra, física nuclear… lo que hubiera querido porque en Cuba la educación es gratuita y aún hoy se mantiene como uno de los estandartes de la revolución.
“No me iba a quemar las pestañas, ni a levantarme temprano y despetroncarme detrás de una guagua para ir al trabajo a aguantar pesadeces de los jefes y del Partido por cuatro pesos -el salario medio mensual equivale a 18 dólares-, que me gano yo con solo mover la carterita y algo más que sé hacer y muy bien, aunque la recomendación viene de muy cerca”.
Y agrega: “Los y las conozco, estoy a la modo en eso de ellos y ellas, muy muy inteligentes y todo eso y son científicos y todo lo demás pero siguen viviendo en el cuartito donde nacieron, juntos a sus padres y ahora con sus hijos y esposa y montando guagua. No va conmigo, lo siento en el alma”.
Al triunfo de la revolución, en 1959, el gobierno decidió erradicar la prostitución y cumplió. Barrios de tolerancia como Colón, en la capital y el más famoso del país, fueron adecentados y a estas mujeres de la vida, fleteras, cualquieras, según el lenguaje de entonces, se les buscó un empleo honrado.
Quizás el más notorio de todos fue el de tías de becarios. Consistía en ex prostitutas que pasaban a ser domésticas de estos estudiantes de bachillerato y vivían en los mismo albergues, en dormitorios aparte, en casas abandonaban por personas que salían huyendo el comunismo en la noria de un éxodo que no ha cesado desde aquel momento.
Orgullosas de su reeducación
También estuvieron “Las Violeteras”, por el color de los autos que conducían, que pasaron de mujeres de la vida a taxistas orgullosas de su reeducación.
Para agrado de todas y todos, estas mujeres públicas salieron de circulación, las zonas de tolerancia desaparecieron y la propaganda oficial anunció que la prostitución había sido erradicada de cuajo de la isla.
Y como no había prostitución no hacía falta una Ley contra la Prostitución y luego, cuando resurgieron estas damas de alquiler, no se decretó esa ley dado que eso sería reconocer algo que, aunque existe a todas luces pese a que trabajan entre las sombras, no era bueno a la moral revolucionaria y socialista.
Y, es curioso, hoy mismo la ley castiga a los proxenetas por chulear a las prostitutas; pena a quien preste un local para ejercer la prostitución… pero a las prostitutas, por prostitutas, no.
Para encarcelarlas, las autoridades echan mano a otras figuras legales, como alteración del orden público, acoso a turistas… se les aplican medidas de seguridad predelictivas y son “guardadas”. A más reincidencia, mayor castigo.
Como lo que no existe oficialmente, no se pude contabilizar oficialmente, no hay disponibles estadísticas sobre la prostitución.
Académicas, bayuceras, griegas, jineteras
Tan temprano como a inicios de los años 70, por los muelles de La Habana ya se podían ver a muchachitas que alquilaban sus cuerpos a marinos mercantes por la exorbitante suma de un plato de espaguetis o un zapato, el otro se lo daban la segunda vez que se fueran juntos a la cama a deshacer el amor. Se les conocía como las griegas, por la nacionalidad de muchos de estos tripulantes de barcos mercantes.
El nombre cambio, antes habían sido nombradas académicas porque, en los años treinta del siglo pasado, a las prostitutas de La Habana les decían así debido a que los puntos de ligues se encubrían como academias de baile. Marte y Belona fue la más notoria, ubicada en los altos de un bar del mismo nombre en la calle Amistad, entre Monte y Estrella.
Cuando el parroquiano se sentía atraído por algo más que las habilidades danzarias de su pareja y deseaba salir con ella para la posada más cercana -la premura y urgencia tienes que ver con todo esto-, debía antes pagar dos pesos en la taquilla de la academia.
Lo de bayuceras se dice que viene de inglés bayou palabra con la que se identifica en New Orleáns a las zonas pantanosas donde solían establecerse los prostíbulos. Esta relación, explican, tiene su lógica si se conoce que las primeras prostitutas importadas a Cuba después de constituida la Republica provenían de la Luisiana.
De académicas, bayuceras y griegas pasaron en nuestros días y con tarifas también mayores por el aquello de la inflación, a llamarse jineteras que, un poco traído por los pelos, se asegura proviene de Ginette, término aplicado en Québec a quienes ejercen el más antiguo de los oficios. Siendo Canadá el mayor emisor de turistas a Cuba, quizá se justifique lo de Ginette-Jinetera.
Las lágrimas de Lulú
Hoy Lulú se lamenta de que la calle cada vez se vuelve más difícil debido a la competencia, que crece y crece, y más por la proliferación de travestis. “Hay mucha rivalidad desleal, no tienen clase. Por eso mi lema es que no basta ver para creer, ni vista hace fe… ahora hay que tocar para creer”, dice.
“¿Mi jornada laboral? Bueno, es por cliente y tiene la siguiente norma de calidad: dura lo que dura dura… y me da buenos resultados porque los que abundan son los breves. Yo soy de las que sobrecumplo la norma”.
Lulú, que es su nombre de guerra, dio la espalda y se fue, esta vez no como Miguel Bosé, pero sí tal y cual lo hacía Lauren Bacall al final de Tener y no tener, pero esto la chica no lo debe saber, con seguridad que no.
Pero antes me dijo y a modo de adiós: “Mis lágrimas sí hacen ruido al caer”.
* La protagonista de esta entrevista es una joven ex estudiante universitaria que accedió a contar sus experiencias en el mundo de la prostitución habanera bajo condición de anonimato.
Hugo Luis Sánchez, desde La Habana
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