¿Es terrorista el gobierno cubano?
Las naciones democráticas cierran los ojos a los diseños de
terrorismo de estado, que cotidianamente desatan violencia institucionalizada
Leonardo Calvo Cardenas | La Habana, Cuba | Finalmente Cuba, entiéndase el gobierno cubano, fue excluida de la lista de países patrocinadores del terrorismo que cada año emite el Departamento de Estado de los Estados Unidos de América. El hecho constituye un momento crucial en el proceso de normalización de las relaciones entre los dos países, iniciado públicamente el pasado 17 de diciembre de 2014, a la vez que dispara una señal de alarma sobre particularidades muy complejas de la realidad política presente y futura de la Isla.
Este redactor, por convicción y razón de pragmatismo político, respalda en toda la línea ese proceso de normalización y advierte como necesaria la exclusión de la mencionada lista como condición inexcusable para avanzar en la creación de nuevos ambientes de distensión externa e interna que promuevan en Cuba el respeto a los derechos y libertades de todos los ciudadano sin distinción.
La verdad, la moral y la justicia histórica señala a los gobernantes cubanos como inveterados promotores del terrorismo, práctica que ejercieron antes de llegar al poder, que extendieron por varias latitudes en nombre de la revolución y la liberación de los humildes, mientras brindaban abrigo sin sonrojo a cuanto criminal útil a afín apareciera, algunos de los cuales, sean etarras vascos o panteras negras norteamericanos, gozan de bienestar, tranquilidad y protección en la Isla.
Sin embargo resulta harto preocupante que interlocutores y observadores influyentes pierdan de vista el enorme peligro que significa para el indefenso pueblo cubano la naturaleza y vocación criminal de los gobernantes de La Habana, alimentadas además por la anuencia y el respaldo de los defensores de la democracia en el mundo.
Es necesario atender muy bien las lecciones que nos brindan las historias de la relación del mundo democrático con infaustos personajes como Adolf Hitler, Sadam Husein, el vandalismo sandinista o Vladimir Putin, sobre todo en el momento en que con escalofriante desfachatez las autoridades cubanas hacen coincidir su discurso de disposición al diálogo respetuoso de la diversidad y la diferencia hacia el exterior con un recrudecimiento de la intolerancia represiva al interior del país.
Si desde las naciones democráticas se cierran los ojos a los diseños de terrorismo de estado que cotidianamente desatan violencia institucionalizada para sembrar el pánico y la coerción sobre los ciudadanos cubanos, muy pobre favor se hará a la reconstrucción democrática de Cuba.
La lección de Panamá
Los que tuvimos el excepcional oportunidad de asistir como protagonistas y testigos al primer encuentro de los representantes del gobierno cubano —por cierto muy mal disfrazados de sociedad civil— y los líderes y activistas cívicos independientes de la Isla, en el marco de la recién concluida VII Cumbre de Las Américas de Panamá, después de creer que lo habíamos visto todo, no imaginamos que con la total permisibilidad de las autoridades panameñas y la mismísima Organización de Estados Americanos (OEA) las turbas castristas acreditadas desatarían la misma violencia, agresividad y atentados contra la dignidad de los otros que acostumbran en Cuba para sabotear el cónclave.
Al Foro de la Sociedad Civil de la Cumbre de Panamá los menos de veinte activistas independientes acreditados fuimos a demostrar nuestra capacidad de debatir civilizadamente y defender nuestras razones con argumentos y verdades demostrables, mientras el casi centenar de representantes castristas, entre los que abundaban funcionarios gubernamentales y partidistas, junto a agentes y oficiales de la policía política, desataban allí todo su arsenal de actos de repudio, insultos, falsas acusaciones, agresiones físicas y falsificaciones de firmas.
A pesar de que las turbas castristas quedaron aisladas en los foros de la Sociedad Civil, de que los representantes de la sociedad civil independiente recibimos el respaldo y solidaridad de los representantes de las organizaciones cívicas de todo el hemisferio, a pesar de que los representantes oficialistas demostraron su enorme pánico al debate democrático y su verdadera naturaleza intolerante y vandálica, en Panamá se sentó un malísimo precedente: Los castristas y chavistas pueden pensar que tienen carta blanca para imponer terror y violencia en las calles de Santiago de Cuba, de Caracas o en los salones de un foro hemisférico.
Los gritos de “machete que son poquitos” con que los esbirros castristas estremecieron la caotizada última reunión del foro de la Sociedad Civil antes de abandonarla definitivamente constituye la más rampante demostración de soberbia criminal y cobardía que no debe ser nuevamente tolerada en un conclave que reúna a naciones democráticas.
Considero muy mala señal y peor noticia para las frágiles democracias latinoamericanas que pulsan por afianzarse, bregando entre nuestra ancestral tradición caudillista y enormes traumas estructurales, admitir en su seno a una dinastía que no se atreve ni siquiera a reconocer a sus ciudadanos los derechos económicos que hace mucho tiempo concedieron las dictaduras comunistas asiáticas (China y Viet Nam) y además permitirle manifestar allí toda su soberbia e intolerancia.
Si admitimos sin ambages que el alto liderazgo de La Habana se muestre dispuesto a intercambiar y concertar con su enemigo histórico en un ambiente de respeto y transparencia, mientras se niega a reconocer la diversidad y el pluralismo del pueblo cubano y la legitimidad de sus voces independientes estaremos construyendo un nuevo autoritarismo con patente de corso, siempre dispuesta a desatar sus instintos y capacidades criminales cuando sus intereses hegemónicos lo demanden.
ACERCA DEL AUTOR Leonardo Calvo Cárdenas. La Habana, 1963. Vicecoordinador Nacional del Comité Ciudadanos por la Integración Racial (CIR). Representante en Cuba de la revista Islas. Licenciado en Historia Contemporánea en la Universidad de La Habana. En 1987 comienza a trabajar como especialista principal en el Museo de Ciudad de La Habana, de donde fue expulsado en diciembre de 1991 Desde 1996 ha sido columnista y colaborador de varias publicaciones, entre las que destacan las revistas digitales Nueva Frontera, Consenso, Noticias Consenso, Encuentro en la Red, Primavera de Cuba.
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