Indocumentados en su propio país
La mayoría vienen a la capital de las provincias orientales, no tiene licencia, ni posibilidades de obtenerla, ya que forman parte de las 500 mil personas que en el último Censo de Población y Viviendas fueron clasificados como “población flotante”
Por Gladys Linares | La Habana, Cuba
Desde hace días nos llama la atención la ausencia de ciertos vendedores en las calles de nuestro barrio. Unos y otros nos preguntamos qué pasará con ellos, porque se extraña su constante ir y venir, y sus malabares para esquivar a inspectores y policías, pues la mayoría no tiene licencia, ni posibilidades de obtenerla, ya que forman parte de las 500 000 personas que en el último Censo de Población y Viviendas fueron clasificados como “población flotante”.
Estos cubanos, procedentes en su mayoría de las provincias orientales, han emigrado apostando por mejores oportunidades. Para vencer la pobreza y el desempleo se lanzan a la conquista de la capital. Venden sus posesiones, o se enrolan en contingentes de la construcción, o como policías o trabajadores sociales, y aquí se encuentran con leyes que les impiden legalizar su situación, y se convierten en indocumentados en su propio país.
Como no tienen domicilio registrado en la capital, no pueden trabajar, y aunque a veces familiares o amigos quieren ayudarlos, las leyes arbitrarias se lo dificultan, por lo que, al verse enredados en vericuetos legales, no les queda otra opción que refugiarse en (o incluso fundar) barrios marginales, donde habitan al margen de la ley.
Hoy escuché pregonar a un vendedor de toallas. Traía a la espalda su abultada mochila, y en un brazo unas toallitas pequeñas. Venía desde San Miguel del Padrón. Recorre las calles de Lawton hasta la Calzada de Diez de Octubre, y de ahí regresa a su hogar en el barrio marginal Las Piedras.
Le compré una toalla y le pregunté su nombre. Me contó otras cosas de su vida, pero me dijo: “Si le digo mi nombre, me mandan para Santiago de Cuba”. Me contó que se hizo operador textil en Bulgaria, y comenzó a trabajar en la textilera Celia Sánchez Manduley, en Santiago. Cuando el período especial, la fábrica cerró por falta de materia prima y él quedó excedente (como llama el gobierno cubano a quienes quedan desempleados).
Entonces se enroló en un contingente de la construcción y vino a trabajar para La Habana. Me dijo que sigue ahí, que por lo menos le sirve para el salario –que no le alcanza para comer- y el retiro, y si algo le pasa está “respaldado” (se refiere a que así puede justificar su presencia en la capital)
“En Las Piedras hice mi casa de placa y mampostería, pero no la he podido legalizar. Traje a mi mujer y dos hijos de Santiago de Cuba. En estos días están poniendo los postes de la luz para independizarla, porque hasta ahora lo que hay es un poste con un solo contador al que han enganchado varias casas, y cada una paga el promedio”.
“El agua la cogíamos clandestinamente, pero hace un tiempo tiraron las instalaciones y nos la cobran. Y como en el otro barrio Las Piedras (el legal) hay una fosa grandísima que desagua a un riachuelo, nosotros lo que hemos hecho es perforar el tubo, que es gordísimo, y nos enganchamos, y así resolvimos lo de las aguas albañales”.
“Hace años que nos están prometiendo que nos van a legalizar, pero hasta ahora, nada. Eso sí, nos vuelven locos para que votemos en las elecciones. ¡Para eso sí estamos censados!”
Cuando le pregunté por qué hacía días que no pasaba por aquí, me respondió: “Porque en estos días están esa gente recorriendo el barrio, también el jefe de sector, y hay que recogerse porque yo no tengo fábrica de toallas. Fui a votar por el que fuera, total, si en todos estos años nadie se ha preocupado por resolver nuestra situación, el que salga ahora tampoco lo va a hacer”.
En cambio, el vendedor de escobas, jarros y cacharros de cocina, no votó. Dice que su problema no se lo va a resolver un delegado. Aprovechó para ir a Santiago de Cuba a inscribir a su pequeño, pues como ni él ni su esposa tienen dirección de La Habana en el carnet de identidad, no pudieron inscribirlo aquí. En el Registro Civil le dijeron que el artículo 44 de la ley 51 especifica que la inscripción de nacimiento se practica en la oficina municipal del Registro del Estado Civil correspondiente exclusivamente a la dirección del domicilio de la madre.
“¿Y para comprar la canastilla y los mandados?” Le pregunto. “Pa’ lo que venden”, me dice, “eso lo compramos en bolsa negra, como to’ lo demás”. Le pedí que me dejara hacerle una foto, pero aceptó solo con la condición de que fuera de lejos, “no vaya a ser que me manden pa’ Santiago de cabeza”.
Por otro lado, Flora, que lleva casi 20 años en La Habana, compra y vende ropa a domicilio. Se compró una casita en La Cuevita y un censo con registro de dirección, y así legalizó su permanencia en la capital, aunque no precisamente en su vivienda, de la cual no tiene propiedad.
En el periódico Granma del 25 de abril aparecen los resultados de la primera vuelta de las elecciones de delegados a las Asambleas Municipales del Poder Popular (que por cierto, es la única ocasión en que votan los cubanos), y aparece La Habana con 1 672 062 electores. Muchos de ellos son, seguramente, parte del medio millón de excluidos que fueron a votar no para elegir al más capaz, sino por miedo a perder su mísera condición de gitanos en su propia patria.