El secreto de Hitler
Hitler con su «querido discípulo» Rudolf Hess (en el centro) y con Julius Schreck, otro destacado nazi, en 1932.
* LOTHAR MACHTAN
Corría el año 1949 cuando en Italia se publicaron las memorias de un antiguo nazi, Eugen Dollmann, con el explícito título de Roma nazista. La obra afirmaba ya en su primer capítulo la condición de homosexual de Hitler.
Sin embargo, durante décadas nadie pareció dispuesto a continuar investigando, en buena medida porque la Alemania de posguerra podía sobrellevar el peso de haber seguido a un genocida pero no el baldón de haberse dejado guiar por alguien al que la opinión pública habría calificado casi unánimemente de pervertido sexual. Sin embargo, como deja de manifiesto Machtan, las pruebas de la homosexualidad de Hitler eran abundantes y durante los años 20 y 30 estuvieron al alcance de docenas de personas. El documento Mend, por ejemplo, describía la relación homosexual que Hitler mantuvo durante la primera guerra mundial con su compañero de armas Ernst Schmidt. Aún más reveladora fue la colección de declaraciones recogidas por la policía antivicio en las que multitud de jovencitos prostituidos dejaron constancia de cómo Hitler iba a buscarlos para invitarlos a comer, llevarlos a su casa y acostarse con ellos. Como indicaría en sus memorias P. M. Lampel, la homosexualidad de Hitler “para muchos de nosotros, antiguos Camaradas del Cuerpo de Voluntarios, no era desconocida”. Podría haberse añadido que era compartida por un número nada reducido de jerarcas nazis.
No obstante, apenas se convirtió en una figura pública, Hitler sufrió la amenaza del chantaje por parte de personas que sabían de su vida sexual. El futuro Föhrer pagó a los que le amenazaban pero en 1933, con la llegada al poder, la situación cambió radicalmente. Y en 1934, durante la noche de los cuchillos largos, Hitler procedió a la ejecución de un número de militantes de las SA que incluían a notorios homosexuales como Ernst Rühm. Semejante baño de sangre no significó el final del enorme peso que los homosexuales tenían en el seno del nazismo. De hecho, Rudolf Hess, sucesor oficial del Föhrer, o Von Schirach -ambos homosexuales- conservaron sus puestos jerárquicos. Sin embargo, se guardaron las apariencias. En primer lugar, se articularon normas legales que castigaron a los que calumniaran a Hitler y que reprimieron a los que siendo homosexuales adoptaban modelos feminoides. La Ley de la insidia, por ejemplo, fue aplicada en un 50 por ciento de los casos para castigar a personas que habían señalado que Hitler era homosexual. Su relación con Eva Braun -una tapadera- funcionó moderadamente bien, aunque los que convivían con la pareja sabían de sobra que entre ellos no había nada de sexual.
Cómo Hitler ocultó su homosexualidad
Hitler hizo asesinar entre el 30 de junio y el 3 de julio de 1934 a unos 150 «opositores al régimen». Durante el transcurso de la acción, Hermann Göring ordenó la destrucción o requisa de todos los documentos hallados en los correspondientes registros, e inmediatamente después el gobierno del Reich aprobó la Ley sobre medidas del estado de emergencia, que daba simplemente por «buenos» los asesinatos. Con ello se había privado a la justicia del fundamento para cualquier investigación.
La estremecida opinión pública pedía naturalmente explicación y justificación, por lo que el mayor demagogo nacionalsocialista después de Hitler tuvo que «aclarar» al pueblo alemán el trasfondo de aquel hecho sangriento. El 1 de julio, esto es, mientras todavía se estaban cometiendo los asesinatos, pronunció un discurso transmitido por radio. Su alcance permite concluir que todo estaba ya decidido en lo esencial antes del 30 de junio. La rapidez con la que se llevó a cabo el asalto por sorpresa fue presentada por Goebbels como una refinada táctica: «El führer se ha atenido de nuevo a su viejo principio de decir únicamente lo que hay que decir, a quien lo debe saber y cuando lo debe saber». Se trataba de derrotar a «grandes traidores». Pero en lugar de revelar los planes conspirativos de golpe de estado, Goebbels se perdió en reproches estereotipados contra una «pequeña camarilla de saboteadores profesionales» que no querían «comprender nuestra paciencia indulgente».Ahora «el führer los había llamado al orden con la severidad de su rigor». Todo quedaba así claro: «Ahora haremos tabla rasa. Las pústulas, los reductos de corrupción, la proliferación de síntomas de enfermedad moral que se manifestaban en la vida pública serán extirpados hasta la raíz».
Pero el motivo principal por el que se había atizado deliberadamente esa escalada era otro, al que Goebbels se había referido de pasada, pero con notable claridad, cuando dijo: los jefes de las SA «estaban a punto de hacer caer sobre toda la dirección del partido la sospecha de una insultante y asquerosa anormalidad sexual». No se puede pasar por alto alegremente esta afirmación. En primer lugar, de una «sospecha» de que «toda» la dirección del NSDAP fuera homosexual no había hablado nadie hasta entonces en el Tercer Reich. ¿Quién habría podido difundirla, si ni siquiera los socialdemócratas lo habían conseguido cuando todavía existía la libertad de opinión? ¿Y qué quiere decir «estaban a punto»? ¿Maliciosamente? ¿Por negligencia? ¿Involuntariamente? No, esa afirmación no era una argucia ni una gracia demagógica, sino el reflejo de una amenaza real, frente a la que Hitler supo reaccionar en el verano de 1934 con la ley de Lynch.
Un ejemplo muy parecido de revelación involuntaria es el que ofreció el primer comunicado del departamento de prensa del Reich, que afirmaba: «Su [de Röhm] desdichada inclinación llevaba a tan desagradables imputaciones que el propio führer del movimiento y jefe supremo de las SA se había visto envuelto en difíciles conflictos de conciencia». Y en la rendición de cuentas que presentó el 3 de julio a su gobierno resuenan igualmente los verdaderos motivos para la acción criminal de los días anteriores: la «camarilla encabezada por Röhm, vinculada por sus especiales inclinaciones», le había «atacado con calumnias», y él «reprocha al antiguo jefe de estado mayor su insinceridad y deslealtad». Röhm le había amenazado, al parecer, con su dimisión, y esa amenaza no era «otra cosa que una desvergonzada extorsión».
Con otras palabras, Hitler sólo podía defenderse recurriendo a los medios más extremos. Por eso tenían que ser asesinados o amedrentados con la mayor severidad todos cuantos sabían que no sólo Röhm, sino también Hitler, era homosexual. Eso es lo que confirma un examen más atento de cada una de las víctimas.Fueron asesinados o encarcelados: los jefes homosexuales de las SA, Röhm, Ernst y Heines, todos ellos relacionados personalmente con Hitler; Gregor Strasser, quien hasta entonces había sido un «íntimo amigo» del Führer y que había elegido a Hitler como «padrino de sus hijos»; los respectivos amigos de esos antiguos hombres de confianza, aunque se hubiesen alejado desde hacía tiempo de «Röhm y su camarilla», como el doctor Heimsoth o Paul Röhrbein. Altos funcionarios del Estado, que conocían material documental escandaloso sobre Hitler, como Erich Klausener, jefe del departamento de policía del Ministerio del Interior prusiano y su asesor Eugen von Kessel; el ministro de Defensa y ex canciller Kurt von Schleicher y su mano derecha Ferdinand von Bredow; el jefe de la policía de Munich, August Schneidhuber, y también al anterior primer ministro de Baviera, Gustav von Kahr, del que Hitler sospechaba lo que Lossow efectivamente había conseguido.Abogados de Röhm, Strasser, Lüdecke y otros destacados dirigentes nacionalsocialistas, que a partir de sus defendidos y de los documentos investigados en los respectivos procesos habían entrado en conocimiento de cuestiones explosivas, como Walter Luetgebrune, Gerd Voss, Robert Sack o Alexander Glaser. Finalmente, el escritor muniqués Fritz Gerlich, que sabía más sobre Hitler y su círculo íntimo que cualquier otro periodista de la época.
Hitler quería evitar a toda costa que su persona quedara comprometida.Se vengó de un modo verdaderamente despiadado de la «camarilla de conjurados» que la habían tomado con su «vida» e intentó desmantelar por adelantado cualquier eventual intriga posterior. Se deshizo sin consideración alguna de potenciales testigos de cargo. Algunos ejemplos ilustran su forma de proceder: El hotelero totalmente apolítico Karl Zehnter, de 34 años y arrendatario del Nürnberger Bratwurstglöckl, junto a la catedral de Nuestra Señora en Munich, pertenecía al círculo de amigos homosexuales de Röhm, con los que a veces salía de viaje; pero también le unía una estrecha y antigua amistad con Edmund Heines. Ambos jefes de las SA solían acudir a su local y hasta Hitler estuvo en él en alguna ocasión.En el primer piso del Bratwurstglöckl había siempre una habitación libre para conversaciones reservadas entre destacados dirigentes nacionalsocialistas. Zehnter se ocupaba de servir personalmente a sus huéspedes, con lo que tuvo necesariamente que darse cuenta de los lazos que les unían, en particular con Hitler. Eso, y sólo eso, es lo que le llevó a la muerte.
También el pintor muniqués Martin Schätzl, de sólo 25 años de edad, que había acompañado a Ernst Röhm a Bolivia, fue asesinado.Aunque allí no se llegó a establecer la relación amorosa que Röhm esperaba, fue durante dos años su compañero más próximo en una tierra extraña y su mutua amistad no se rompió luego.Schätzl entró en las SA cuando Röhm retomó su mando, y el 1 de febrero de 1934 éste le incorporó a su estado mayor, por lo que ambos debieron de hablar sobre muchas cosas, en particular sobre la amistad de Röhm con Hitler. Y precisamente por eso no podía de ningún modo seguir con vida.
CLARAS INCLINACIONES
El general Ferdinand von Bredow, quien desde el nombramiento de Hitler como canciller vivía retirado en su domicilio berlinés, fue asesinado literalmente en un vehículo policial, siendo arrojado a continuación su cadáver a una cuneta. Lo que causó su perdición fue al parecer su actividad como jefe del servicio secreto militar durante el mandato de Heinrich Brüning como canciller. Bredow, que era uno de los colaboradores más fieles de Schleicher, se había ocupado en el último medio año antes de la toma del poder por Hitler de la dirección administrativa del ministerio de Defensa, puesto que le dio acceso a ciertos documentos como por ejemplo un informe sobre el encuentro de la Orden de la Joven Alemania el 3 4 de julio de 1932, en el que se decía que el contenido principal de las conversaciones allí mantenidas había sido del siguiente tenor: «El ministro de Defensa Schleicher apoya al NSDAP, movimiento cuyos principales líderes son homosexuales, y según el material que nos ha hecho llegar Otto Strasser el ministro de Defensa es también de ese mismo talante. Las pruebas provienen de la época de cadete del ministro de Defensa. El Sr.Otto Strasser visitó a Mahraun [el Alto Maestre de la Orden] con objeto de hacerle partícipe de estos datos. También le comunicó que con ocasión de una larga estancia del Sr. Hitler en su casa observó en él una conducta que induce a pensar en el mismo tipo de inclinación. También hay que incluir en ese círculo al canciller del Reich von Papen. Asimismo, el club de caballeros próximos al Canciller consta en su mayor parte de individuos de tendencias anormales».
Como se deduce fácilmente de estos pocos ejemplos, la acción que se desarrolló en los días en torno al 30 de junio de 1934 fue algo más que un golpe de mano de Hitler contra la dirección de las SA y algunos cómplices reaccionarios de aquellos putschistas.Más de 1.100 personas fueron detenidas durante la acción de limpieza, de las que en otoño quedaban todavía 34 en prisión.
El motivo central para la actuación contra «Röhm y sus amigos» fue el miedo del Führer a quedar al descubierto y a la extorsión.En favor de esta tesis habla también el hecho de que la montaña de documentos requisados no diera lugar a la instrucción de ningún proceso el propio Hitler había rechazado de antemano estrictamente ese procedimiento formal , sino que quedaran en poder de la Gestapo de Himmler y fueran entregados personalmente a Hitler. Eliminar a los testigos, ése era el verdadero objetivo de aquella acción terrorista, tras la que no estaba ninguna banda armada, sino las brigadas volantes de un Estado policial ya considerablemente centralizado .
Pero, a pesar o precisamente a causa de todas las amenazas y castigos, los rumores acerca de la orientación sexual del Führer no tenían fin. En 1937 se le escapó a un hombre de las SA la observación de que Hitler era, al igual que Röhm, «uno de los del Artículo 175» [del Código Penal, referido al delito de sodomía], lo que le costó dos años de encierro e inhabilitación. Otro ejemplo, de mayor relevancia, sucedido en Berlín en 1942: el adjunto personal de Hitler, Julius Schaub, denunció al escritor Hans Walter Aust, por aquel entonces miembro del gabinete de prensa del Reich y declarado «insustituible». Ese Aust le había dicho a una informante de Schaub «que el Führer hospedaba en Obersalzberg a una joven, de nombre Everl [se supone que se trata de Eva Braun], pero sólo con la finalidad de disimular su homosexualidad». Esa «calumnia [según la argumentación del juez en su sentencia] es tanto más grave, cuanto que con ella se atribuye al Führer la misma inclinación antinatural que él condenó de la forma más rotunda con ocasión del incidente Röhm en el año 1934». Pero ni siquiera ese retorcimiento de la justicia le era suficiente a Hitler: desde 1943 la pena con que se castigaba a quienes atribuyeran una orientación homosexual al führer era la muerte.
LA COARTADA DE EVA
Eva Braun quizá no cuente demasiado en el balance de la vida de Adolf Hitler . Indicativo de la rara indeterminación de esa relación es la esquiva respuesta que dio Julius Schaub en un interrogatorio tras la guerra a la pregunta de por qué no se había casado antes el führer con su Fräulein Braun, en lugar de esperar al último momento en el búnker: «Era su forma de ser; nos preguntábamos a menudo por qué, y no lo entendíamos.Al fin y al cabo, nosotros también estábamos casados y no con nuestras mujeres. Él tenía, seguro, sus propias ideas; aparte de eso no sé decir otra cosa.» Y a la pregunta de cuáles podían ser esas «ideas propias» de Hitler, respondió: «No se extendía sobre ellas. Nunca nos las contaba en detalle». «¿La quería mucho?» «Le gustaba mucho, sí» «¿Qué quiere decir que le gustaba mucho? ¿La quería o no?» «Sí, sí que la quería». Es decir, se gustaban.
Herbert Döring, gerente de Obersalzberg, recuerda igualmente una «tranquila y buena amistad, con momentos mejores y peores».Y a la pregunta de si aquella relación también era a su juicio de naturaleza sexual, respondía: «No, no llegaba tan lejos, seguro.De ningún modo». También lo confirma una declaración de Heinrich Hoffmann: «En el cotilleo constante que reinaba en el entorno de Hitler yo tendría que haber oído algo, aunque sólo fuera a la chica que les hacía las camas.» Toda una serie de testimonios parecidos refuerzan la sospecha de que probablemente Hitler ni siquiera se sentía encaprichado por ella. Eso no está en contradicción con que Eva Braun pretendiera hacer creer algo diferente al mundo, ya que cualquier otra cosa no sólo habría comprometido a Hitler, sino también herido su amor propio como mujer, agravando así su ya mutilado modo de vida.
Así pues, Hans Severus Ziegler caracterizó muy acertadamente esa relación cuando habló del «amistoso y casi paternal trato» de Hitler hacia ella. «Como suelen decir los hombres coloquial y caballerosamente observaba Ziegler , Eva Braun es un buen compañero, al que nadie podría querer mal.» Nada más; pero en cualquier caso un «compañero» femenino, y eso era decisivo. Cuando Hitler la necesitaba estaba a su disposición, como siempre había exigido a su sobrina. Probablemente, ella se acordaba mucho de Geli Raubal; ambas compartían la juvenil despreocupación y la afición a los deportes, y al igual que de Raubal se cuenta de Braun que era una «niña salvaje». Un conocido de la adolescencia opinaba que en ella «se había perdido a un chico»; nunca había coqueteado con jóvenes. Además se divertía mucho disfrazándose y prefería «los papeles con pantalones». También se esforzaba por parecerse a la sobrina de Hitler, tanto en el peinado como en sus trajes.
Como acompañante del Führer, se quejaba Christa Schroeder, tenía poca talla. «¡Pero a mí me basta!», respondía Hitler. Por otra parte, tras la semilegalización de su relación en 1936, Eva Braun se había apaciguado un tanto; había llegado a convencerse de que su situación tenía «su lado bueno y sus ventajas». «Imagínese usted lo cómodo que resulta para una mujer no tener que sentirse nunca celosa de otra».
RECUERDOS COMPROMETEDORES DE AMIGOS
Carta de Adolf Hitler a su amigo de juventud, el funcionario, mediocre músico y escritor ocasional August Kubizek: «Me gustaría mucho volver a recordar contigo cuando haya pasado el tiempo de mis luchas más duras los más bellos años de mi vida». En su hagiografía (no se puede calificar de otra forma), Adolf Hitler, mi amigo de juventud (1953), Kubizek recuerda así aquellos tiempos: «Nadie en el mundo me ha querido tan entrañablemente ni me ha tratado mejor. [Hitler] no podía soportar que saliera o hablara con otros jóvenes. Para él, en ese sentido, se trataba de una exclusividad absoluta». En sus memorias, Kubizek relata una anécdota en la que ambos se perdieron bajo una tormenta en un paseo por el monte y acabaron en una cabaña: «Extendí uno de aquellos grandes trozos de tela sobre el heno y le dije que debía quitarse la camiseta y los calzoncillos. Se tumbó desnudo sobre el paño. Le divertía enormemente aquel acontecimiento, cuyo final romántico le complacía gratamente. Ahora ya no sentíamos frío».
ERNST HANFSTAENGL , amigo del führer, al servicio secreto estadounidense, en 1942: «La residencia de Hitler tenía fama de ser un lugar al que acudían hombres mayores en busca de jóvenes con el propósito de mantener relaciones homosexuales».
FRIEDRICH ALFRED SCHMID-NOERR , opositor a Hitler, recogió en 1939 el testimonio de un compañero del futuro führer en el regimiento List, donde ambos sirvieron durante la Guerra del 14: «Entre nosotros se despertó desde un principio la sospecha de que era homosexual. En 1915, estábamos en la fábrica de cerveza Le Fébre de Fournes y dormíamos en yacijas de paja. Hitler dormía por las noches con Schmidl, su puta masculina. Oímos un crujido.Uno encendió su linterna eléctrica y refunfuñó: «ya está de nuevo la pareja de maricas haciendo de las suyas»».
JOHANNES MEND , autor del libro propagandístico pro nazi Adolf Hitler en el frente de 1914 a 1918, reveló a Eva Köning (después testigo contra el autor en un juicio por abusos sexuales) escenas de equívoca camaradería de aquella época: «Cuando se bañaban juntos [Hitler y otros soldados] solían saltar unos sobre otros desnudos. Hitler hacía entonces todo lo imaginable con ellos y por la noche se apartaba de allí con alguno».
ERNST RÖHM , homosexual declarado, comandante de la AS, donde instauró una filosofía homofílica muy basada en el movimiento Wandervogel (Pájaros errantes) ideado por el pensador Hans Blüher: «Sólo deciden los hombres. Los desertores políticos y las mujeres histéricas de ambos sexos deben abandonar el barco cuando de lo que se trata es de combatir». Röhm también es el probable autor del ensayo Nacionalismo e inversión, publicado en 1932, y en el que se exalta el homoerotismo y se hace una alusión explícita a Hitler que éste nunca desmintió: «No es tan sólo un punto de vista personal, sino la opinión hasta del führer». Ernst Hanfstaengl, en sus memorias, recuerda la relación que mantenían Hitler y el comandante de la AS : «La relación de amistad entre Hitler y Röhm se hizo más profunda [en 1923, tras un intento de golpe de Estado], lo que llevó desde el tuteo fraternal hasta rumores sobre supuestas relaciones íntimas entre ambos».
HANS BLÜHER: «Hitler, que había leído [mi libro] El papel del erotismo, reconocía también que tenía que existir algo así [el heroísmo masculino homoerótico]». «Naturalmente, Hitler conocía muy bien mis libros y sabía que su movimiento era un movimiento de hombres y que estaba basado en las mismas fuerzas primarias que los Wandervogel».
El libro de Lothar Machtan constituye un magnífico y documentado estudio sobre una faceta oculta, quién sabe si decisiva, de la vida privada de Hitler. Aunque en algún aspecto concreto su argumentación no llega a convencer del todo, la tesis del libro queda demostrada más allá de toda duda. Machtan no entra, sin embargo, en las posibles consecuencias que la inclinación sexual de Hitler pudo tener en su ideología política y al lector le hubiera gustado saber, por ejemplo, si el origen de su antisemitismo -y anticristianismo- pudo estar relacionado con la condena que las dos religiones monoteístas han formulado siempre contra las conductas homosexuales. En cualquier caso, Machtan ha escrito un libro de consulta obligatoria para todo el que desee profundizar en la psique y en la trayectoria vital de Adolf Hitler.