Contrario a lo que pudiera suponerse, entre Maya Plisetskaya, recientemente fallecida, a los 89 años, y Alicia Alonso, hay más contrastes que coincidencias
Maya Plisetskaya y Alicia Alonso
Luis Cino Álvarez | La Habana Contrario a lo que pudiera suponerse, entre Maya Plisetskaya, recientemente fallecida, a los 89 años, y Alicia Alonso, hay más contrastes que coincidencias. No me refiero a sus dotes y técnicas danzarías, a su porte o a la cantidad de piruetas, fuetes y otras proezas de que fuesen capaces, o cuál de las dos hizo mejor Giselle o La muerte del cisne –admito que el ballet no es mi fuerte-, sino a las diferencias entre las circunstancias de sus carreras y sus personalidades.
Ambas, primas ballerinas absolutas de una misma generación, son íconos de ballet clásico, mundialmente adoradas. Solo que discurrieron por caminos muy diferentes para alcanzar su estatus legendario.
Maya Plisetskaya lo tuvo todo en contra. En la Rusia de Stalin, con todo lo que ello implicaba, llevó el estigma no solo de ser judía, sino además de que sus padres fueran purgados como “enemigos del pueblo soviético”. En 1938, cuando Maya Mijailova tenía siete años y se iniciaba en la Escuela de Danza de Moscú, su padre fue ejecutado y su madre y un hermano enviados a un gulag, donde pasaron varios años confinados.
A fuerza de puro talento artístico, fue que Maya logró imponerse a los prejuicios antisemitas y las reticencias paranoicas con la hija de unos purgados. En 1943 logró unirse al ballet del Teatro Bolshoi, del que en poco tiempo, con solo 18 años, se convertiría en bailarina absoluta. Pero estuvo vetada durante muchos años y no pudo bailar en el exterior hasta bien entrado el deshielo estalinista de Krushev.
Luego de su triunfo internacional, la Plisetskaya rompió la muy conservadora rutina del ballet soviético al incorporar a su repertorio coreografías de danza moderna de Alberto Alonso, Maurice Bejart y Roland Petit.
Alicia Alonso también tuvo que vencer serias dificultades. A los 19 años se quedó parcialmente ciega. Con los años, sus problemas de visión empeoraron, por lo que tenía que guiarse por luces colocadas en el escenario para ese fin y sus partenaires no podían alejarse un milímetro del lugar exacto donde ella esperaba que estuviesen.
Pero no tuvo problemas políticos con la dictadura castrista. Por el contrario, se valió de ella, al convertirse en una especie de embajadora artística de la revolución cubana para anclarse, a semejanza de su idolatrado Fidel Castro, en el puesto de ballerina en jefa.
Lo triste es que Alicia Alonso, que tenía talento y méritos artísticos y era famosa desde mucho antes del triunfo de la revolución, no necesitaba exagerar las muestras de devoción al Máximo Líder, quien de cualquier modo, con tal de no perderla, hubiese tenido que respetarla y aguantar sus majaderías.
Varios años después de irse a los Estados Unidos y cambiarse su apellido (Martínez) por el de su esposo, el también bailarín Fernando Alonso, en 1943 ya era una de las bailarinas más destacadas del American Ballet Theater, internacionalmente conocida por su interpretación de Giselle. En 1948 fundó el Ballet Nacional de Cuba. Para finales de los años 50, ya había bailado con las mejores compañías de ballet del mundo, incluida la del Teatro Bolshoi.
Durante más de cinco décadas, Alicia Alonso ha regido de modo férreo y voluntarista el Ballet Nacional de Cuba. Ha habido numerosas quejas de que es arbitraria, despótica y racista (es conocido que Celia Sánchez tuvo que intervenir y ponerse dura para que la renuente Alonso aceptara a bailarines negros).
Ojalá Alicia Alonso hubiese mostrado el mismo empeño que ha mostrado en las loas a Fidel Castro y la defensa de su revolución que en preocuparse por el pago y las condiciones de vida de sus bailarinas y bailarines y no solo de sus paniaguados y adulones.
Alicia Alonso pertenece a la estirpe de artistas como Alejo Carpentier, Wifredo Lam, Silvio Rodríguez y Frank Fernández, que vendieron su alma al diablo.
Más allá de sus excepcionales e indiscutibles méritos como artista, me temo –y es muy lamentable- que Alicia Alonso, como persona, no será recordada con tanto respeto y cariño como Maya Plisetskaya.