Peregrinaje gay a la Meca
El cineasta musulmán y homosexual Parvez Sharma filma de incógnito su obligada
visita a la ciudad de Mahoma, sabedor de pisar un país donde ser gay se castiga con la muerte
Parvez Sharma posa delante de La Kabba en 'A sinner in Mecca'
Luis Martínez
Decía Oscar Wilde que «formar parte de la sociedad es una molestia, pero estar excluido de ella, una tragedia». Parvez Sharmasabe de lo que hablaba el poeta irlandés, puesto que sabe que su vida ha dejado de ser una apuesta fiable. Lo sabe y lo admite con resignación y algo de orgullo mientras desgrana con paciencia los insultos, amenazas y recriminaciones de una bandeja de entrada colapsada. Ya en 2007 su documental A jihad for love le convirtió en una de las dianas más apetecibles del fundamentalismo homófobo. Además, de islámico. En la película documentaba la vida de algunos devotos musulmanes alrededor del mundo. Fieles que, a su condición de convencidos creyentes, sumaban la de homosexuales. Ahora, acaba de presentar A sinner in Mecca (Un pecador en la Meca) y esta vez su preocupación se centra en él mismo. En poco más de una hora, la cinta retrata en primerísima persona su peregrinaje a la Meca. La de él que, además de musulmán convencido y respetuoso con los preceptos del Corán, se confiesa ante un juzgado de Nueva York y delante de su marido, amante. Igual de fiel. Es gay, como Wilde, y, según la revista Utne, biblia de la cultura alternativa, uno de las 50 personas del mundo cuya visión cambiará la realidad de todo esto.
«Después de rodar mi anterior película, me vi de frente con algunas preguntas que tenían que ver directamente con mi fe. ¿Realmente soy un verdadero musulmán? El éxito de A jihad for love, con cerca deocho millones de espectadores en todo el mundo, agudizaba la necesidad de responder esta cuestión. Así surgió la necesidad de entrar directamente en el vientre de la bestia, en el corazón del país que más temo: Arabia Saudí. La única manera de probarme que era un verdadero creyente era cumplir con mi peregrinaje a la Meca. Es, si se quiere, una película que obedece a un propósito muy personal, pero con una intención claramente política. Quiere ser un desafío a esa versión cruel del islam llamada wahabismo», dice a modo de presentación y para delimitar claramente el sentido de su trabajo.
La conversación tiene lugar por teléfono y vía mail. Sharma, que nació en la India y se doctoró en lengua inglesa en Calcuta, vive desde hace años en Nueva York. Cuenta que es precisamente en una ciudad como ésa, la de las Torres Gemelas, donde su película adquiere todo su sentido, su razón de ser. Ahí vive con su pareja en lo más parecido a la normalidad que se puede permitir. Sólo cuando revisa su correo cada mañana siente un amago de duda. El aluvión de maldiciones le paraliza justo el instante de darse cuenta de que es precisamente eso, el odio desatado por su trabajo, lo que prueba la validez de su cruzada. Pues eso es.
«El mayor proyecto de la dinastía saudí, antes incluso que el petróleo, ha sido la exportación de la ideología wahabí. Y lo han hecho de las formas más insidiosas. Han construido todo tipo de lujosas mezquitas alrededor del mundo y llevado a imanes a los confines del planeta para adoctrinar a analfabetos. El resultado es la expansión de un pensamiento basado en el odio y en elextremismo que justifica las decapitaciones, margina a las minorías y permite el maltrato machista a las mujeres. No descubro nada si digo que el corazón del Estado Islámico y Al-Qaeda proviene del dinero del islam wahabí», afirma Sharma con un convencimiento casi visionario. «Con su dinero han secuestrado al Islam», concluye.
La película A sinner in Mecca se abre con una decapitación. El espectador asiste incrédulo a la verdad que escupe una grabación furtiva. La monstruosidad de lo contemplado nada tiene que ver con la violencia espectacular y festiva de la ficción. Aquí la sangre duele.No es Juego de tronos. El escalofrío que recorre el temblor de la imagen da fe de un pavor abisal. La víctima es un homosexual. La idea de Parvez Sharma es fijar en esta escena los límites del atrevimiento que viene después. Con un par de cámaras ocultas en iPhones, el cineasta registra la cotidianeidad de su obligación y de su temeridad. Se sabe una persona marcada. «Hay que tener en cuenta que en Arabia Saudí está prohibida cualquier representación del cuerpo humano. No hay cines. No puedo enumerar el número de veces que la policía religiosa conocida como Mutawa me conminaron a dejar de grabar. Era complicado. No se trataba de tomar unas simples imágenes como un turista. No. Como cineasta tenía que planificar cada secuencia y eso me llevaba tiempo y no siempre se podía hacer a escondidas», recuerda. Y lo hace, aquí sí, orgulloso. Ya sin asomo de ningún miedo.
- ¿Es consciente de que la película rompe de un solo golpe innumerables tabúes?
- Por supuesto. El primero de ellos tiene que ver con mi persona, con lo que soy. ¿Dónde está escrito que un gay como yo no puede ser un buen creyente? ¿Quién mantiene que un gay no puede realizar su Hajj (peregrinación a la Meca)? Como musulmán reformador que soy creo que es una obligación desafiar el poder de una monarquía tiránica, corrupta y secreta como la saudí. Gracias a mi película, por primera vez es posible ver a las riadas de gentes que dan vueltas alrededor de la Kaaba. Cada fotograma de esta película atenta contra un tabú del Islam tal y como es concebido por los saudís. Y eso es lo importante para mí. Su islam no es el islam de muchos de nosotros. El suyo no es el bueno. Es más, el suyo es el peor posible.
Sharma cumple escrupulosamente cada precepto de su religión. Sharma reza. Sharma se arrodilla. Sharma bebe el agua del pozo de Zamzam. La cámara, de la misma manera, persigue la escrupulosa nimiedad de lo corriente, el fervor de lo anónimo. Y es ahí, en la persistencia de lo rigurosamente pequeño donde A sinner in Mecca adquiere el tamaño de lo grande, por necesario.
- Ahora que ha acabado todo. ¿Cómo ha cambiado su miedo?
- Ahora es más espectacular. La película se presentó en Toronto hace unos días. Esperaba algunas reacciones. Las habituales. Pero no, esta vez ha sido algo diferente. No he parado de recibir amenazas. Sí, reconozco que tengo miedo. Pero confío en que la fuerza de mi película sea más importante que mis miedos personales.
A su manera, Sharma se siente un mesías, un profeta de una verdad que, vista desde la asepsia del ateísmo protocolariamente pagano, se antoja excesivo. ¿Para qué tanto esfuerzo? ¿Por qué tanto riesgo? ¿Por qué tanto narcisismo. «No es eso. Es algo más banal, menos reflexivo, más físico si se quiere. Cada vez que escucho o veo un acto terrorista del Estado Islámico, siento rabia y frustración. Quiero creer que el ISIS no es algo que haya llegado para quedarse. Creo que si se da voz a otras ideologías, a otras voces, el integrismo acabará por desaparecer. Estoy convencido de que el futuro no sólo de la religión musulmana sino de la propia humanidad, pasa porcambiar el Islam. El problema es que el tiempo corre en contra», contesta.
Para el director, el problema es la incomunicación o, peor, la forma tan sesgada como la comunicación se extiende por el mundo. «No todos los musulmanes somos integristas irracionales y parece que eso no se quiere oír. Es más cómodo quizá para todos, para los propios terroristas y para los que dicen combatirlos, pensar que la única religión es la que promueve la dictadura saudí. El discurso de Osama Bin Laden es muy parecido en su agresiva irracionalidad al que exhibió Bush», concluye, se toma un segundo y sigue: «Lo mismo me encontré en mi anterior película. Se tiende a pensar que la comunidad gay es igual o debería ser igual en todos los sitios. Y no. La forma con la que se vive la homosexualidad en el mundo musulmán no tiene nada que ver con el modo de vivirla enOccidente. Nosotros jamás organizaríamos una caravana del orgullo por la calle prinicipal de Teherán. Cada comunidad tiene que aprender a solucionar sus problemas de un modo particular. Y para ello es importante que se conozcan las diferencias».
- ¿Se siente optimista tras todo lo que ha cambiado con, por ejemplo, la Primavera árabe?
- No, al revés. Hubo un momento de esperanza y de cambio, pero desgraciadamente todo ha ido a peor. Por ejemplo, en Egipto hemos visto más persecuciones de gays y lesbianas que antes. Y lo que está ocurriendo con el ISIS no es, desde luego, una invitación a ser optimista. Tampoco es bueno lo que ocurre en países como Turquía, donde la presencia del islam conservador cada vez es más evidente. Estoy convencido, y por eso peleo, de que es posible un islam en el que la religión y el Estado se mantengan separados.
En su última declaración se diría que se anuncia la posibilidad de una rendición. Nada más incierto. «El cine sirve para cambiar las cosas. Esa es la razón por la que hago lo que hago. Tiene que ser así», insiste. Decía Wilde, el poeta del principio, que «cada acierto nos trae un enemigo. Para ser popular hay que ser mediocre». Cada mañana Sharma Parvez acude a una cita con sus enemigos después de una temporada en «el vientre de la bestia». Feliz. Con miedo sin duda, pero feliz.