Cubanía, narcisismo y petulancia
Del viaje de Yoani a Chile, de mano de la derecha pinochetista, a los
supuestos coloquios de Fariñas con generales descontentos: disidencia y deslegitimación
Yo estoy convencido de que lo que nos salva a los cubanos es nuestro excelente sentido del humor. Sin él seríamos francamente impresentables, pues nuestra otra cara, nuestro lado oscuro está marcada por un narcisismo irrefrenable.
Nos imaginamos que somos una parte tan relevante del mundo que quien no nos toma en cuenta pierde una valiosa oportunidad de ser mejor. Nos creemos poseedores de una historia única, cuando en realidad la parte más singular de nuestra historia es que nos hemos pasado tres cuartas partes de nuestra existencia subsidiados por alguien, en lo cual solo compiten con nosotros los puertorriqueños. De manera que siempre hemos tenido alguien trabajando para nosotros, sea un indio mitayo en Guanajuato, un trabajador soviético en Bakú o un empleado de PDVSA. Pululan los listados de todas aquellas cosas en las que, supuestamente, fuimos los primeros, siempre a escalas mundial o continental, porque ser los primeros en el Caribe no merece ser mencionado pues es un asunto de sentido común.
Y cuando llegamos al fondo de la miseria en los 90, lo interpretamos como una lección de dignidad para el mundo entero, como si andar desnutrido, mal vestido y fuera del mundo virtual fuera digno en algún sentido. Y es que, como genuinos porteños del Caribe, hemos compensado nuestra discreta existencia con ambiciosas proyecciones al cielo y al futuro.
Y esto ocurre, curiosamente, en cada uno de los campos políticos en que hoy se divide el escenario cubano. Cuando revisaba los —unas veces hilarantes y otras indignantes— videos de las francachelas de la delegación oficial cubana a la Cumbre de Panamá, siempre me llamó la atención que los enardecidos condotieros del castrismo juraban que estaban salvando la dignidad y el decoro del continente. Y, de paso, derrotando a “los enemigos históricos de las causas populares”, finalmente aniquilados en el pintoresco combate del Parque Porras. En el homenaje a estos gamberros políticos, una viceministra cubana afirmó que habían derrotado las maniobras de la derecha continental y el pastor Raúl Suárez, declaró que cuando vociferaba en el centro de convenciones, había sentido lo mismo que Gengis Khan cuando asediaba Samarcanda: la presencia de Dios. “Yo sentía —lo cito textual— esa presencia de Dios en Panamá, cuando me opuse en lucha justa contra quienes querían convertir la ‘casa de oraciones en una cueva de ladrones’, contra quienes quieren sesgar el derecho de los cubanos de elegir su propio sistema”. Amén.
Saliendo del asunto de la Cumbre panameña —que solo cité antes a manera de muestra— creo que el bovarismo también invade a la oposición, sea porque la soledad produce espasmos ilusorios, o porque vender imágenes de protagonismo amplía los mercados políticos. Todavía recuerdo a Guillermo Fariñas cuando narraba a sus alelados oyentes de Miami sobre sus conversaciones eventuales con el vicepresidente cubano, o de cómo generales disconformes le contaban sus inquietudes sobre el futuro nacional. O a los locuaces participantes de una mesa redonda —recuerdo en especial a Antúnez— que calificaban a Obama de traidor por no haber conversado previamente con ellos la decisión de restablecer relaciones con el Estado cubano.
Al narcicismo no ha logrado escapar ni Yoani Sánchez, una persona que a su inteligencia política siempre ha sabido unir el don de la pertinencia. Pero en este caso la conocida bloguera ha aparecido en Chile de la mano de la Unión Democrática Independiente (UDI) y de su tanque pensante: la supercara y elitista universidad Adolfo Ibáñez. No es que sea un pecado para una persona de la ubicación política de Yoani andar con la derecha. Pero sí creo un desatino monumental hacerlo de la mano de una derecha pinochetista —como la UDI— que tiene un récord negativo absoluto en el tema de los derechos humanos que Yoani defiende. No hay un posicionamiento valórico negativo —homofobia, patriarcalismo, xenofobia— en que la UDI no se haya enrolado con la misma fe como su mentor Augusto Pinochet aniquiló la democracia en Chile. Y al mismo tiempo, agrego, se trata de una agrupación política que pasa por sus peores momentos como consecuencia de la extrema corrupción política que cruza todas sus estructuras. En resumen, que Yoani fue a dar al peor lugar en el peor momento.
Yoani no fue recibida por Bachelet, lo que había pedido. Bachelet argumentó una agenda repleta, y creo que algo de eso hubo —una crisis política, dos volcanes, unos deslaves que arrasaron parte de una ciudad, etc.— pero evidentemente Bachelet no recibió a Yoani porque no le pareció conveniente. Y también es evidente que Yoani así lo entendió cuando declaró, con marcado resentimiento, que “la agenda de la presidenta Bachelet está muy apretada, no hay espacio en la agenda para mí, pero lo importante es estar con mis colegas y ciudadanos”. Lo que según la prensa chilena —muy parca en dar cuenta de la visita— fue recibido con aplausos de la grey congregada y una dirigente estudiantil calificó la situación como una componenda propia de la alianza con el Partido Comunista.
Los dirigentes opositores cubanos parecen no haber entendido una realidad sociológica que, no por ser explicable de muchas maneras deja de ser una realidad golpeante. Manuel Cuesta Morúa —a quien considero el más incisivo, discreto y cultivado dirigente opositor cubano— ha hecho una disección sincera en su último libro (Ensayos progresistas desde Cuba) cuando afirma que la oposición cubana es desestructurada ideológicamente, débil políticamente y expuesta a la deslegitimación. Y por eso, creo seguir a Morúa, a pesar de su denuedo y de sus probables valores morales, es incapaz de capitalizar el descontento que la crisis del sistema cubano genera.
La oposición cubana no cuenta, hasta el momento, con figuras como Vaclav Havel, Lech Walesa, Rigoberta Menchú o Aung San Suu Kyi. No porque les falten quilates intelectuales o éticos, no es eso lo que discuto, sino porque han sido incapaces de movilizar a una parte significativa de la sociedad. Repito que las razones pueden ser muchas, pero el hecho está presente. Y por eso Bachelet considera una molestia poco costosa no recibir a Yoani, Obama ni siquiera ha pensado en consultar a Antúnez sobre su política hacia Cuba y Fariñas tendrá que seguir imaginando sus coloquios íntimos con los generales descontentos de su querida Santa Clara.