Las bodas simbólicas entre gays en Cuba
solo agudizan el problema contra el que presumiblemente luchan
El arzobispo de la Iglesia Católica Eucarística en Canadá, Roger LaRade oficia una boda gay
La conga de Mariela: ¿Sólo pan y circo?
Por José Hugo Fernández | La Habana, Cuba
En apariencia, las bodas simbólicas entre gays y las congas contra la homofobia que organiza Mariela Castro, no nos están dejando mucho más que vodevil y pintoresquismo tercermundista. Sin embargo, tal vez en la concreta nos deja algo peor: la agudización del problema contra el que presumiblemente lucha.
Ya se ha hablado bastante sobre la sospecha (o la evidencia) de que el activismo anti-homofóbico de la hija del dictador no responde sino a un plan de estrategia cosmética dirigido –como todos los planes del poder en Cuba- hacia la opinión internacional. Pero se insiste menos en que, de cara al interior de la Isla, el tan llevado y traído proyecto del Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX) resulta en esencia contraproducente, incluso dañino desde el punto de vista cultural, puesto que en vez de empezar por la labor educativa, formativa y de sensibilización, lanza medidas de efecto público que son como truenos cayendo desde arriba. De modo que la gente, como todo lo que se le impone (que aquí es todo), acata pero no concientiza, se limita a cruzarse de brazos, vencida pero no convencida.
Así, pues, me temo que al final esta campaña no consiga otra cosa que no sea continuar exacerbando nuestro espíritu homofóbico, que no sólo es expresión de machismo, como muchos piensan. También condensa crueldad y miseria humana.
Abundan en Cuba las discriminaciones, políticas, económicas, raciales, de género… Y a mí por lo menos me parece particularmente sintomático que la hija de papá haya escogido a las víctimas de esta comunidad discriminada, que a la vez que alinea entre las más sufridas (y las más reprimidas), es posiblemente la más vulnerable para enfrentar las manipulaciones del poder, por ser quizá la más dividida y digamos la más inofensiva. ¿Le permitirían a un auténtico antirracista organizar mítines callejeros y convocar en comparsa a sus defendidos para que exijan reivindicaciones? ¿Se lo permitirían a un auténtico defensor de los derechos de los trabajadores, tan acogotados y mal remunerados?
A quienes se respondan lo mismo que yo ante estas interrogantes, tal vez no les quede otro remedio que concluir que los planes del CENESEX, lejos de ser antidiscriminatorios, son especialmente prejuiciados, despreciativos y aun mezquinos.
Considero demasiado simple esa hipótesis según la cual la hija de papá escogió el tema LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y transgéneros) solamente en busca de un protagonismo fácil y muy mediático, que le permitiese hacer currículum como futura líder, sobre todo teniendo en cuenta lo bien mirada que resulta la faena por parte de la progresía internacional. Son detalles que sin duda debieron ejercer su gravedad sobre el asunto. Pero se me hace que lo verdaderamente definitorio ha sido el profundo desprecio, la pobre consideración y el nulo respeto -por no hablar del nulo miedo- que los miembros de la comunidad LGBT merecen ante los ojos del régimen.
Ello explicaría, por ejemplo, que mientras mujeres y hombres pacifistas han sido sistemáticamente encarcelados y apaleados por caminar por las calles en silencio y con flores en las manos, a Mariela y su heroica guerrilla se les permita arrollar en conga, disparando a cada paso consignas presuntamente liberadoras.
Claro, es de aplaudir cualquier acto, venga de quien venga, que ayude aunque sea a una sola persona a ser menos discriminada. Pero lo dicho: hay motivos para sospechar que en este caso no es el verdadero fin del acto. Puede parecerlo, mas si alguien que pertenece a una comunidad discriminada es favorecido mediante concesiones que le impulsan a poner los intereses propios por encima de sus iguales, ello tal vez sea útil para el individuo, pero no lo libera del estigma, en tanto nada cambia para la comunidad a la que representa.
A un lado, están la evidente satisfacción de los recién casados en bodas gay simbólicas y la desparramada alegría de los participantes en las congas. Al otro lado, están las burlas o las descalificaciones o la abierta repulsión que provocan no sólo entre la gente prejuiciada (que aquí constituye mayoría) sino incluso entre muchos, muchísimos miembros de la comunidad LGBT del país, o al menos de La Habana. Sería cuestión de cotejar el peso de ambos lados en la justa balanza. Y luego, para redondear, no debiéramos perder de vista el hecho de que en la misma forma que el CENESEX les da alegría a los miembros de esta comunidad que demuestran serles fieles e incondicionales, segrega y discrimina a los que por diversas razones no admiten sumarse a su comparsa.
“No queremos segmentación ni exclusión, trabajamos por la integración social de todas las personas”, gritaba Mariela Castro hace poco, a propósito de la Octava Jornada de Lucha contra la Homofobia y la Transfobia. Y esto ya más que sospechoso, incluso más que ridículo y grotesco, suena gracioso en labios de la hija del dictador, al estilo de aquellos discursos del alcalde de San Nicolás del Peladero. Lo grotesco en todo caso es que algo tan serio nos provoque risa.