Aquellos arriesgados que hablan sin pedir
permiso parecen una minoría nadando contra la corriente
Fidel Castro, “El Gran Hermano”
Los cubanos y el miedo a ‘Quien tú sabes’
Por Ernesto Pérez Chang | La Habana | Cubanet
Son incontables las veces que una noticia redactada con cierta ambivalencia o demasiado temeraria por sus opiniones o enfoques ha hecho rodar cabezas en los medios de prensa nacionales. Numerosos programas televisivos y radiales han desaparecido de la noche a la mañana, ya sea por el empleo de un término prohibido en la jerga revolucionaria o a causa de una interpretación demasiado suspicaz por parte de los censores.
Durante los programas en vivo, sobre todo en los noticieros, los locutores se muestran tensos quizás temiendo a un micrófono abierto más allá de finalizada la trasmisión. También suelen lanzar miradas de terror cuando ciertos invitados parecen salirse de control. Por eso en la TV de la isla no abundan estos espacios donde la improvisación pudiera convertirse en una trampa mortal.
Dentro de Cuba muy pocos se atreven a violar la orden de silencio que, con los años, el gobierno ha deseado enmascarar de consenso cuando en buena lid es puro acatamiento. De ahí que aquellos arriesgados que hablan sin pedir permiso (intelectuales, artistas e individuos fieles a sí mismos, periodistas independientes y grupos de oposición) parezcan una minoría nadando contra la corriente.
“¡Baja la voz!”
“¿Por qué no escribes de otras cosas menos problemáticas?” o “eso mismo puedes decirlo en un cuento o en una novela y hasta te lo publican”, suelen aconsejarnos algunos amigos y familiares que saben de lo peligroso que es narrar la realidad cubana desde la no ficción, desde lo noticioso, lo periodístico, desde una zona de la palabra escrita mucho más turbulenta que las otras y que los gobernantes cubanos han reservado solo para aquellos que constantemente les ofrecen pruebas de lealtad. Quien no comulgue con lo establecido, penetra en los terrenos del delito y hasta en los de la traición.
El temor a hablar.
“Nada de preguntas, mucho menos de fotos”, señalan los límites de lo permitido
En la calle la gente ha aprendido a cuidarse del pecado de la “incontinencia verbal”, y ese secretismo que tanto define las relaciones de la clase gobernante con las multitudes oprimidas, ha parido en estas sus variantes más ordinarias.
Hace algún tiempo alguien me hizo notar cómo, en Cuba, las personas que pertenecen a esas generaciones que más años han soportado la dictadura, esos que ya pasan de los 50 y que prácticamente nacieron con la llegada de Fidel Castro al poder, emplean lo metafórico y el susurro para pronunciar en público aquellas palabras, nombres y asuntos que son considerados como peligrosos o demasiado “comprometedores”.
La peculiar estrategia comunicativa la he advertido incluso en altos funcionarios y dirigentes, sobre todo cuando, al interior de sus cofradías, se divierten con algún chiste o una burla que contraría los “principios revolucionarios” que tanto defienden ellos mismos o cuando comentan sobre algunas de esas informaciones candentes que jamás llegan a los periódicos.
Pueden haber estado dialogando en voz alta, casi a gritos, no obstante, cuando llega el momento de tocar ciertos temas peliagudos, modulan la voz casi a niveles imperceptibles y hay que estar mucho más atentos a las expresiones faciales que a las palabras. Hay muecas en los rostros y gestos corporales que constituyen la parte más “crítica” de la conversación, sin embargo, como recalcan algunos para protegerse de las consecuencias, “aquí nadie ha dicho nada”.
Numerosos apelativos a los nombres de “Fidel” y “Raúl” (algunos muy ocurrentes y otros hasta en lenguaje de señas), acompañados siempre de frasecillas como “este país es una mierda” o “qué ganas tengo de que quien tú sabes acabe de morirse”, son escuchados a diario en las calles, sin embargo, a veces hay que aguzar bien la vista o el oído para adivinar que son el cierre gestual o mascullado de otras expresiones menos castigables.
Nadar y guardar la ropa…
Una frase que, acompañada de una sonrisa malévola, los periodistas ―sean independientes u oficialistas― suelen escuchar muy a menudo cuando el entrevistado evade responder, cuando se contiene, es: “Si yo te dijera lo que realmente pienso…”. De ella se intuye el miedo a las represalias. También están aquellos que usan evasivas como: “mejor ni me lo preguntes”, “interpreta mi silencio”, “lo que se sabe no se pregunta”, “no me compliques”, “nada de preguntas, mucho menos de fotos”, señalan los límites de lo permitido.
La mayoría de las personas en Cuba han debido aprender a no traspasar los estrechos márgenes de opinión establecidos por el gobierno e incluso, mientras algunos contestan a cualquier pregunta, lo hacen buscando con la mirada suplicante la aprobación del entrevistador y hasta la complicidad con aquellos testigos casuales de la entrevista.
Habituados a un ambiente de sospechas y delaciones, los cubanos también suelen desconfiar de los propósitos de cualquier indagatoria que rompa con los esquemas establecidos por la complaciente y temerosa prensa oficialista. Pocos se comprometen con una opinión demasiado personal, a no ser que la hagan coincidir con aquello que los gobernantes entienden como una “postura revolucionaria”, que siempre son frases acuñadas desde el poder y divulgadas hasta la saciedad por los medios de propaganda del Partido Comunista que se ha propuesto, en todos estos años, aparecer “hasta en la sopa”.
No hace mucho, un par de amigos y yo decidimos hacer una pequeña prueba. Mientras conversábamos con varios ancianos y ancianas acerca de las pensiones que recibían por jubilación, algunos se quejaron de la poca utilidad de sus ingresos que apenas les rendían para un par de días y que incluso debían renunciar a alimentarse de acuerdo con los requerimientos de la edad y la dieta recomendada por sus médicos o adquirir medicamentos para sus disímiles dolencias. Mientras nos mostrábamos solidarios con sus denuncias, los entrevistados se abrían en confesiones y denuncias ―algunas bien cáusticas―, sin embargo, cuando, para medir sus reacciones, los contrariábamos con frases sobre los “beneficios de la revolución”, la mayoría, disimuladamente, daba por terminada la conversación o preguntaba para qué medio de prensa oficial trabajábamos. Cuando les decíamos que éramos encuestadores para una investigación del gobierno, muchos cambiaron sus opiniones negativas por elogios al sistema de seguridad social y a las bondades del socialismo. Simplemente se protegían.
Hace apenas un par de semanas, uno de esos tantos “paquetes semanales” que circulan en el país no incluyó la recopilación de clasificados pertenecientes al famoso sitio cubano Revolico.com, debido a que algunos usuarios usaban el espacio para colgar opiniones políticas “contrarias a los principios revolucionarios”. Igualmente, con frecuencia, se han suprimido programas y trozos de estos donde se pudiera advertir algún contenido “sospechoso”. Este detalle hace pensar en muchas cosas: uno, que detrás de algunos de esos “paquetes semanales” se encuentra la mano del gobierno o, dos, que la persona que los recopila, como decimos en Cuba, “sabe bañarse y a la vez cuidar la ropa”. Además, pudiera haber una tercera, una cuarta y hasta infinitas hipótesis pero, en todas, la censura, la renuncia a la libertad de expresión e información serían el denominador común.
Durante décadas, el gobierno cubano ha clasificado como delito cualquier divergencia expresada públicamente por los ciudadanos y ha criminalizado a las personas, los gobiernos y los medios de prensa que se oponen al control ideológico del Estado y a la censura de los contenidos de la información que divulgan. Los castigos en algunos casos han sido bien severos y, con el tiempo, las personas han aceptado como algo normal la pérdida de sus más elementales derechos humanos. Precisamente, estas dos palabras reclamadas en voz alta en cualquier calle de Cuba pueden costar varios años tras las rejas, tal vez por eso la mayoría de la gente las pronuncia entre susurros, como si el significado les quemara la lengua dormida.