Vino a disfrutar en los oasis capitalistas que el partido único tiene reservado para los visitantes ilustres. Seguramente que se fue con la idea de un pueblo alegre y jovial, y de que el socialismo no es tan malo como lo pintan
Por Jorge Olivera Castillo | La Habana, Cuba La popular cantante estadounidense Rihanna, nacida en Barbados y que hace unos días escogió como destino turístico a la Isla de Cuba, trajo en su equipaje un retazo de cortina de humo que refuerza la invisibilidad de los fraudes y tropelías de la élite de poder.
Con su aporte, los dramas existenciales que afectan a más del 90 por ciento de la sociedad y cuyos fundamentos se encuentran en las políticas excluyentes del régimen, se hunden aún más en la escala del olvido.
Ella no se enteró lo que sucede más allá de los restaurantes particulares donde estuvo con su comitiva. Su misión consistía, según los partes de prensa, en buscar locaciones para un reportaje con sesión de fotos incluidas para la revista Vanity Fair. De paso, también aprovechó para ver de lejos a algunos de los habitantes del parque jurásico tropical que se construyó con las herramientas del socialismo y mano de obra barata.
La diva del rhythm and blues es parte del desfile de estrellas que descubrieron a Cuba el 17 de diciembre de 2014 en las planas de la gran prensa.
Por obra y gracia de la curiosidad aterrizaron en la Habana, Paris Hilton, Naomi Campbell, Beyoncé y Jay Z. A esta lista de estrellas ahora se le suma la cantante, actriz y modelo caribeña, que vive en los Estados Unidos desde los 16 años. Todos ellos legitimando un acercamiento entre los dos países que avanza a duras penas.
Su presencia en la capital de la Isla contribuye a la erosión del discurso crítico que opositores y activistas de la sociedad civil independiente despliegan sin medias tintas a pesar de los peligros.
Cada sonrisa, cada elogio son espaldarazos para los artífices del racionamiento y la entrega a domicilio del terror sin retrasos y en papel de regalo. Elogian a una Habana que solo pueden disfrutar los turistas extranjeros, los gerentes del poder absoluto y sus parientes, así como los cubanos que han encontrado un buen nicho en el mercado negro o reciben mesadas desde el exterior.
Rihanna, y quienes la antecedieron, deberían enterarse de las golpizas contra las Damas de Blanco domingo tras domingo en las inmediaciones de la Iglesia de Santa Rita y de otras facetas de un gobierno que no vacila en añadirle tramos a la barbarie.
Desafortunadamente, sin una sostenida y abarcadora cobertura de medios como el New York Times, Le Monde y CNN, esos episodios van a mantenerse en el anonimato y duele comprobar que el interés por un cambio en este sentido es casi nulo.
Dicho con la llaneza del lenguaje popular, esa posibilidad “era verde y se la comió un chivo.” A partir de las circunstancias traídas a colación es fácil advertir que la vulnerabilidad de los que se atreven a objetar las arbitrariedades del poder a cara descubierta, tiende a ampliarse.
Sin proponérselo, Rihanna vino a reforzar el estatus quo.
No creo que se haya interesado por la omnipresencia de los escombros y el churre en las calles y fachadas durante su fugaz visita.
Vino a disfrutar en los oasis capitalistas que el partido único tiene reservado para los visitantes ilustres. Es decir, fiesta y pachanga en la Isla donde el internet es un lujo, la mayoría de los trabajadores ganan menos de un dólar diario y el deseo de escapar hacia otros países es endémico.
Seguramente que se fue con la idea de un pueblo alegre y jovial, y de que el socialismo no es tan malo como lo pintan.
Así se lo comunicará a otras luminarias de la escena musical norteamericana. El desfile continuará.