Ninguna prisa y mucha pausa
Aplicó el freno, casi la marcha atrás. Raúl Castro se preocupó con lo que podría suceder si no pisaba urgentemente el freno.
Lo hizo con el mismo pretexto que se utiliza en la Cuba “revolucionaria” desde hace más de medio siglo: andar despacio para no cometer errores. Hablando en una reunión del Consejo de Ministros sobre las cooperativas no agropecuarias comenzadas hace diecinueve meses, dijo textualmente: “…tienen un carácter experimental y aunque se avanza en su aplicación, no tenemos por qué acelerar el paso, tenemos que cogerle el ritmo a los acontecimientos”.
Llamó a la tropa, de San Antonio a Maisí, a “hacer un análisis crítico del cumplimiento de las tareas, dar su opinión en el lugar adecuado, el momento oportuno y con las formas correctas”. Aunque nadie sepa cuáles son los lugares adecuados, los momentos oportunos y las formas correctas de hacerlo sin que lo truenen.
Expresó este compendio de sabiduría: “Estamos en el deber de calcular las consecuencias de cada paso que damos y de prever”.
Lo que no debería ser norma solamente para “todos los cuadros y funcionarios a cada nivel”, sino para todo ser humano que actúe racionalmente y tome decisiones acertadas.
Lo que no se hizo cuando en marzo de 1968 se lanzó la Ofensiva Revolucionaria que desbarató lo que quedaba del tejido empresarial cubano. Ni cuando se pretendió producir diez millones de toneladas de azúcar en 1970, y lo único que se logró, además de fracasar estrepitosamente, fue destruir la base productiva y la infraestructura. Ni cuando llevaron las escuelas secundarias y centros preuniversitarios para el campo, con el pretexto de combinar estudio y trabajo en la formación de los jóvenes, y se lanzó por la borda la calidad de la enseñanza, se debilitaron las relaciones familiares, y la educación formal y cívica de tantos jóvenes cada vez deja más que desear desde entonces. Ni antes de ordenar desmantelar la industria azucarera, base de la economía cubana durante siglos. Ni… ¿para qué continuar? ¿En alguna ocasión el régimen pensó seriamente lo que se pretendía hacer?
¿Dónde estaba Raúl Castro cuando en los últimos cincuenta y seis años se decidió llevar a cabo las barbaridades mencionadas, y muchas más que harían interminable esta relación si se listaran todas? No estaba en Saturno ni en Australia. Siempre fue, desde 1959 hasta 2006, con independencia del cargo y los grados militares, segundo al mando de Fidel Castro, en el partido, el gobierno, el Estado y las fuerzas armadas. Y desde 2006 hasta hoy, máximo responsable del país.
¿Nunca encontró Raúl Castro el lugar adecuado, el momento oportuno y las formas correctas para expresar desacuerdo con la barbarie? ¿O era cómplice de ella? ¿Todavía no ha sentido necesidad de disculparse ante los cubanos por los disparates en nombre de un camino hacia el futuro luminoso que ahora él mismo intenta desmontar, porque no funciona? ¿Calculó las consecuencias de prometer el 26 de julio de 2007 un vaso de leche diario para cada cubano? Hace casi ocho años de esa promesa incumplida, y el vaso de leche está más lejos que entonces.
¿Cuánto tiempo necesita la gerontocracia cubana para aceptar que una cooperativa o productor privado son más eficientes y efectivos que una empresa estatal en cualquier lugar del mundo y cualquier momento de la historia? Mucho más si se trata de una empresa estatal “socialista cubana”. Desde los años sesenta del siglo pasado se repite la misma cantaleta, con los mismos resultados: fracaso tras fracaso.
Según Raúl Castro y quienes le aplauden en esos cónclaves esotéricos que posteriormente publicaGranma como non plus ultra de sabiduría gubernamental “no tenemos por qué acelerar el paso”. Lo que se puede entender fácilmente por ellos, porque ni él ni quienes le rodean sufren las vicisitudes y necesidades diarias de los cubanos de a pie. Algunos de los problemas llevan más de 56 años sin resolverse. Así que, ¿por qué acelerar el paso si los preferidos del destino, líderes históricos, queridísimos por el pueblo, no tienen problemas? Exigir prisas es de mercenarios del imperialismo, ignorantes, mequetrefes, o la mafia de Miami.
Así que, como dijo el general, “tenemos que cogerle el ritmo a los acontecimientos”. Que tal vez sea como cogerle el tiempo a un danzón para bailarlo, o al chofer del ómnibus para saber si esperarlo antes o después de la parada.
O tratar de adivinar el lugar adecuado, el momento oportuno y las formas correctas para hablar.
Aunque eso no garantice que se resuelvan los problemas.
Pero no tenemos que acelerar el paso, compañeros.