Luis Cino Álvarez | La Habana | Cubanet
Hoy se cumplen 54 años de la última de las tres reuniones en la Biblioteca Nacional (las otras, siempre celebradas los días viernes, sucederieron en los días 16 y 23 del mismo mes) a las que Fidel Castro convocó a los escritores y artistas cubanos en 1961 y que luego fueron trascritas y publicadas bajo el titulo Palabras a Los Intelectuales.
Aquella noche de viernes, para no demorarse más en lo que ya había ocupado demasiado de su preciado tiempo, el Comandante en Jefe, con la pistola sobre la mesa, dejó claras las reglas del juego a los intelectuales: “Dentro de la revolución, todo; fuera de la revolución, nada.”
Los convocados, fascinados, desprevenidos o amedrentados, solo atinaron a aplaudir sin advertir el olor de la chamusquina de inquisidores que se les venía encima.
Palabras a los Intelectuales fue un modo bastante pomposo de nombrar aquella ordenanza, para que recordara más a Mao –por aquello de la Gran Marcha, el Gran Salto, las Cien Flores, etc.- que a Mussolini, que fue su verdadero inspirador.
El Comandante fue lo suficientemente ambiguo para no precisar el límite exacto entre lo que está adentro y lo que está fuera de la Revolución. Eso daría a los comisarios el margen suficiente, siempre amplio a favor de la paranoia del Jefe y sus jefecillos, para delimitarlo en cada caso, con lupa, tijeras y el grueso creyón rojo de los censores.
Así, más de medio siglo después de aberradas ‘políticas culturales’, donde no han faltado, sino que más bien han sido convenientes para el régimen ciertas poses contestatarias que no van más allá de alguna tormenta en un vaso de agua, los escribas de la intelectualidad orgánica del castrismo no acaban de ponerse de acuerdo sobre la exactitud y significación de las tan llevadas y traídas Palabras a los Intelectuales.
Últimamente algunos comisarios han mostrado un especial interés en aclarar que en la frase más recordada del discurso del Comandante en la Biblioteca Nacional la noche del 30 de junio de 1961 no decía “fuera de la revolución, nada”, como la citan casi todos, sino “contra la revolución, ningún derecho”. Eso implicaría que la ordenanza no era tan estricta, sino que permitía cierto espacio a la creatividad artística. Pero siempre en un ‘dentro’ impreciso, y por ende, riesgoso.
Según el ensayista Roberto Fernández Retamar: “La crítica hecha dentro de la revolución es válida…Cuando un revolucionario critica aspectos de la revolución que considera negativos, no está contra la revolución.”
Pero estar “en contra”, ¡oh, horror!, era aborrecible, inimaginable. La revolución asediada tenía el derecho a defenderse por todos los medios a su alcance y eso justificaría la abolición de todos los demás derechos que no fueran los de los infalibles dirigentes a permanecer en el poder indefinidamente.
¡Ay del intelectual que creyéndose no con el derecho, sino con el deber de criticar aspectos negativos, incurriera en el abominable pecado de debilitar a la revolución en vez de fortalecerla!
La diferencia entre el bien y el mal, el dentro y el contra, la decidían y aún la deciden los Jefes y sus jefecillos. Y es sabido que sus designios, como los de Jehová de los Ejércitos, son inescrutables.
Si algo hay que reconocer es que las Palabras a los Intelectuales mantienen su plena vigencia: hoy, la cultura cubana, pese a algún simulacro de disenso, sigue tan maniatada y encerrada en la camisa de fuerza con costuras de refuerzo extra que significa el “dentro de la revolución” como en junio de 1961. Y eso hace que también la cultura, como cada aspecto de la sociedad cubana, vaya de mal en peor.
Ahora resulta que también en el caso de la ordenanza a los intelectuales, no fuimos capaces de interpretar a cabalidad lo que quiso decir el Comandante. Las reglas del juego no eran tan rígidas como creímos. La censura no fue tal, sino autocensura, brutos y masoquistas que siempre hemos sido a la hora de cumplir las órdenes del Líder.
Hace cuatro años, en un muy imaginativo artículo del periódico Granma (“Una vida mejor en el orden cultural”) el periodista Pedro de la Hoz definió las Palabras a los Intelectuales como: “Una declaración de principios abierta, inclusiva y antidogmática, que conjuró el temor a que desde la institucionalidad revolucionaria se dictaran normas, se impusieran criterios estéticos, se establecieran capillas y se anatematizaran nombres y obras”.
¡Y nosotros que pensábamos que era lo contrario! ¡Haberlo dicho más claro! Para que se acabe el chisme y la confusión, ¿qué tal si se embullara el Compañero Fidel, dejara por un rato la moringa y esclareciera, en Granma y Cubadebate, qué rayos significa en cuestiones de arte, “dentro” o “contra la revolución”?