Página principal  |  Contacto  

Correo electrónico:

Contraseña:

Registrarse ahora!

¿Has olvidado tu contraseña?

Cuba Eterna
 
Novedades
  Únete ahora
  Panel de mensajes 
  Galería de imágenes 
 Archivos y documentos 
 Encuestas y Test 
  Lista de Participantes
 BANDERA DE CUBA 
 MALECÓN Habanero 
 *BANDERA GAY 
 EL ORIGEN DEL ORGULLO GAY 
 ALAN TURING 
 HARVEY MILK 
 JUSTIN FASHANU FUTBOLISTA GAY 
 MATTHEW SHEPARD MÁRTIR GAY 
 OSCAR WILDE 
 REINALDO ARENAS 
 ORGULLO GAY 
 GAYS EN CUBA 
 LA UMAP EN CUBA 
 CUBA CURIOSIDADES 
 DESI ARNAZ 
 ANA DE ARMAS 
 ROSITA FORNÉS 
 HISTORIA-SALSA 
 CELIA CRUZ 
 GLORIA ESTEFAN 
 WILLY CHIRINO 
 LEONORA REGA 
 MORAIMA SECADA 
 MARTA STRADA 
 ELENA BURKE 
 LA LUPE 
 RECORDANDO LA LUPE 
 OLGA GUILLOT 
 FOTOS LA GUILLOT 
 REINAS DE CUBA 
 GEORGIA GÁLVEZ 
 LUISA MARIA GÜELL 
 RAQUEL OLMEDO 
 MEME SOLÍS 
 MEME EN MIAMI 
 FARAH MARIA 
 ERNESTO LECUONA 
 BOLA DE NIEVE 
 RITA MONTANER 
 BENNY MORÉ 
 MAGGIE CARLÉS 
 Generación sacrificada 
 José Lezama Lima y Virgilio Piñera 
 Caballero de Paris 
 SABIA USTED? 
 NUEVA YORK 
 ROCÍO JURADO 
 ELTON JOHN 
 STEVE GRAND 
 SUSY LEMAN 
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
 
 
  Herramientas
 
General: Nuestras bodas, nuestra dignidad, nuestro orgullo gay
Elegir otro panel de mensajes
Tema anterior  Tema siguiente
Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: Emilio Ferrer  (Mensaje original) Enviado: 04/07/2015 16:04
flag21.gif (22499 bytes)Nuestras bodas, nuestra dignidad
El Tribunal Supremo de Estados Unidos ha dictaminado en favor del matrimonio homosexual porque hay que tener ‘la misma dignidad ante la ley’. Tienen el mismo derecho que los demás a celebrarlo con alegría y con una tarta

amor_de_adolecentes.jpg (730×487)
           Por Frank Bruni
Hasta qué punto la decisión del Tribunal Supremo de Estados Unidos sobre el matrimonio homosexual va a cambiar nuestros sentimientos respecto a nuestro país y respecto a nosotros mismos?

No puedo generalizar. Pero sí puedo hablar en nombre de un niño de 12 años.Es un chico que destaca entre sus hermanos porque le falta el optimismo que tienen ellos, incluso su facilidad para sonreír. Tiene una melancolía que no poseen los demás. Siempre está pensativo, huraño. Cohibido. Nunca está a gusto consigo mismo. Quizá sea genético, quizá no. Se ha dado cuenta de que lo que le acelera el corazón no son las chicas sino otros chicos, y es una sensación solitaria, aterradora e intensa.

No sabe qué hacer. Sabe que habrá insultos, porque conoce todos los chistes llenos de prejuicios y los comentarios crueles que hace la gente, a veces sin darse cuenta. Le gustaría tener la seguridad de que que no habrá desprecio ni repugnancia, pero no tiene motivos para confiar.

Puedo hablar por un chico de 16 años. Sabe cómo se llama lo que es —gay, homosexual, o algo peor, según quién hable—, pero no sabe lo que eso va a significar. Una tarde, en un centro comercial, se separa a escondidas de sus amigos y entra en una librería. Busca algo que aplaque sus temores.

Encuentra un estudio sobre “ser gay en Estados Unidos” que se titula Afectos alienados. La expresión le inquieta. Parece un diagnóstico o un mal presagio. Para comprenderla mejor, pasa a toda velocidad las páginas, vigilando para asegurarse de que no le ve nadie y con el oído atento a cualquiera que se aproxime.

Su valor le dura poco; solo le da tiempo a ver una referencia a las drag queens, una explicación de qué es el bondage y una investigación sobre el erotismo homosexual entre los presos.

Todavía hay demasiados extremistas religiosos que dicen que los gays son despreciables e impíos
¿Esas son sus opciones? ¿Plumas, cadenas o la cárcel? Le llama la atención en especial el título de un capítulo: "Más allá de la alegría y la tristeza: las miserias cotidianas". ¿Tristeza? ¿Miserias?

No está seguro de tener ganas ni fuerza para afrontarlo. Cierra el libro y, con él, un pedazo de su corazón.

Puedo hablar por un universitario de 20 años. Se ha abierto a su familia y a muchos amigos, no porque sea especialmente valiente, sino porque ser sincero causa menos tensión y exige menos esfuerzo que guardar secretos. Y porque quiere conocer a hombres cono él, relacionarse, tal vez incluso enamorarse.

Hasta ahora, no ha pagado ningún precio terrible. Su familia no acaba de comprenderle, pero lo intenta. Por cada amigo que se ha alejado, hay otro que se acerca.

El alivio es inmenso.

Sin embargo, le gustaría poder ser sincero sin tener que ponerse una etiqueta, incluirse en una categoría, sin que le apliquen siempre un adjetivo que le recuerda que no es “normal”.

Como se lo recuerdan las leyes que, en muchas partes de su país, prohíben que dos hombres o dos mujeres mantengan relaciones sexuales y permiten que los despidan por su forma de enamorarse. En el debate público, se lo recuerda el propio lenguaje, cuando se felicita a alguna persona por su “tolerancia” con los gays y las lesbianas.

Tiene que explicar constantemente que no ha escogido este camino, que no es una declaración de intenciones ni un capricho, que ni lo hace por gusto ni lo lamenta, sino que está ahí, una parte esencial, eterna. Y la explicación le agota.

Puedo hablar por un hombre de 30 años que vive en una casa con otro hombre de su edad. Son una pareja. La casa, de ladrillo rojo, tiene una valla blanca de madera rodea que impide que se escape su pastor alemán. El hombre y su pareja no han hablado nunca de tener hijos, porque habría que tomar medidas muy complicadas y porque a la mayoría de la gente no le parece bien. Nunca se han abrazado en el jardín, no se han besado delante de una ventana, porque ¿qué pensarían los vecinos?

Y, aunque no da importancia a esos detalles, que le parecen pequeñas incomodidades, estar tan pendiente de todo eso tiene un precio. Es otra forma de volver a sentirse cohibido. Lo que de verdad le gustaría es que le juzgaran solo por su talento, por las virtudes que tiene y las que le faltan. Que le miraran como a cualquier otra persona.

Puedo hablar por un hombre de 45 años que ve asombrado y agradecido los cambios a su alrededor. Aunque no planea tener hijos —a estas alturas ya tiene pocas energías y demasiadas manías—, ve que muchas parejas de gays y lesbianas están formando familias. En algunos sitios, ya son indistinguibles de los demás.

La decisión va a cambiar nuestros sentimientos respecto a nuestro país y a nosotros mismos
Pero todavía hay otros sitios en los que no, y todavía hay demasiada libertad para los extremistas religiosos que dicen que las personas como él son despreciables, malvadas, impías. En algunos países, no se limitan a hablar. Matan. En el país de este hombre, no llegan tan lejos y cada vez son más minoritarios, pero son osados e insolentes y están consentidos. Él se pregunta cuándo empezará a haber menos indulgencia. Ya va siendo hora.

En 2015, el último viernes de un mes que se asocia a las bodas y al orgullo gay, llega la ruptura.

Después de varios años extraordinarios en los que el matrimonio entre personas del mismo sexo se ha ido legalizando en un estado detrás de otro, el Tribunal Supremo dictamina que deben hacerlo todos, porque lo exige la Constitución y se trata de tener “igual dignidad ante la ley”, escribe el juez Anthony Kennedy.

Puedo hablar por un hombre de 50 años que soñaba con esto pero aún no acaba de creérselo, porque cuando era joven parecía imposible y luego improbable, y porque ahora todo va a ser distinto.

Mañana, el chico de 12 años no sentirá la misma aprensión que el de entonces. Mañana, el chico de 16 años tendrá menos probabilidades de encontrarse con los tristes estereotipos sobre lo que significa ser gay o lesbiana.

El de 20, el de 30 y el de 45 no tendrán que dar tantas explicaciones ni pedir tantas disculpas, ni estarán tan dispuestos a aceptar límites. No habrá los mismos límites.

Y eso es así porque la decisión del Tribunal Supremo no habla solo de bodas. Habla de dignidad. Desde la instancia más alta del país, con las voces más autorizadas, la mayoría de los magistrados que la componen han dicho a una minoría de estadounidenses que son normales y que tienen el mismo derecho que los demás a celebrarlo con alegría y con una tarta.
  
amor_igualitario.jpg (1200×824)


Frank Bruni es columnista y editorialista de The New York Times.
The New York Times
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
 
                                                                                      
 


Primer  Anterior  Sin respuesta  Siguiente   Último  

 
©2024 - Gabitos - Todos los derechos reservados