Después haber disfrutado de la amabilidad y gastronomía de varios restaurantes privados en La Habana, probé suerte en uno estatal y entendí la transfiguración de un hombre relativamente normal en asesino en serie. Alterado por la pachorra circundante y la imposible deglución de un filete de ternera me hubiera cargado al camarero, al cocinero y al pelotón de zánganos desperdigados por un comedor vacío a las diez de la noche. Sobran los cubanos dispuestos a tomar el relevo del Estado en la gestión de restaurantes y otros servicios no rentables, pero las trabas oficiales, la presión fiscal, la escasez de materias primas y la politización lastran una liberalización que ha permitido el nacimiento de medio millón de autónomos, pero ha causado la muerte por inanición de otros 407.000, según datos oficiales.
Las historias de éxito abundan en Cuba casi tanto como los proyectos abortados por el carácter errático de los reglamentos, la desautorización de las autorizaciones, las arbitrariedades de los inspectores, la ausencia de mercados mayoristas y el auge del mercado negro, según consta en el nuevo documental Emprendedores en Cuba, filmado en 2013 y 2014 por Matraka Producciones, una organización cultural sin fines de lucro con sede en la isla. “La pregunta que nos hacemos es si el Gobierno quiere crear una verdadera sociedad de exitosos empresarios pequeños y medianos”, subrayan los promotores del documental y del primer curso para emprendedores impartido por el Centro Diocesano de Formación Dra Felicia Pérez, en la ciudad de Santa Clara.
“Estamos todavía en pañales”, lamenta uno de los jóvenes entrevistados por el equipo de Sandra Cordero, que documentó las vicisitudes de un grupo de treintañeros que soñaba con prosperar. Querían abrir un local de comida rápida con proyecciones de partidos de fútbol del Barcelona, una bodega de vino, una guardería infantil, una sala de proyecciones en 3D, y una tienda de ropa de mujer. Por una razón u otra, fracasaron todos menos uno. Habían recibido formación después de que el Gobierno aprobase, en 2010, la ampliación del trabajo por cuenta propia, y la iglesia católica ofreciera cursos de cursos de emprendimiento en La Habana, Santa Clara y otras ciudades, con profesores capacitados por un grupo de expertos extranjeros. Donantes privados europeos y latinoamericanos y la ONG Alianza de Valores, liderada por Pedro y Cristina Burelli, financiaron el proyecto.
En agosto 2014, fueron entrevistados algunos de alumnos del curso. Ese mismo año, el Gobierno prohibió actividades originalmente permitidas: cines 3D, importación y venta de ropa importada, (que afectó a unos 20.000 emprendedores), tutorías, cursos académicos extra-curriculares y otras actividades. “Cuando salió la ley que prohibía las salas 3D se jodió todo”, admite un frustrado cuentapropista. “De todos los emprendedores que conozco, pocos han empezado de cero. Se han endeudado hasta arriba y devuelven el dinero a sus amistades según vayan recogiendo (recaudando). Corres unos tremendos riesgos si fracasas”.
La impericia, las coacciones y las mordidas de los inspectores no parecen un problema menor. “Son unos chacales. Te miran como si nosotros fuéramos enemigos. Eso le duele a uno”, testimonia una de sus victimas en el documental. La carga tributaria es otro obstáculo: Los autónomos cubanos deben pagar una tasa de hasta el 50% de los ingresos superiores a los 2.000 dólares anuales: una fiscalidad considerablemente más alta que el promedio latinoamericano, en torno al 27%, según escribe Lorenzo Pérez, funcionario jubilado del Fondo Monetario Internacional, en Palabra Nueva, publicación de la Archidiócesis de La Habana.
Los patrocinadores del documental dudan de las intenciones gubernamentales oficiales: ¿se están ampliando las categorías abiertas a la iniciativa privada, cerca de 200, o han quedado reducidas a aquellas que nunca llegarán a ser grandes emprendimientos exitosos, los cuales podrían competir con las empresas públicas?