"El peor de los depredadores es el ser humano. Sólo él mata por matar, agrede porque sí"
'Cecil' (foto tomada de la internet, Google)
Por Fernando Sánchez Dragó* Tengo muy buena opinión de los animales. ¿De todos? No. De todos menos uno. Cobré conciencia de la maldad el día en que, niño aún, presencié una escena horripilante. Sucedió en un solar cercano al chalet alicantino de mi abuelo.
Una patulea de energúmenos acosaba y apedreaba a una pareja de perros a los que habían sorprendido copulando. Estaba el macho, como es habitual en la coyunda canina, uncido al conducto genital de su pareja por la inflamación de la verga subsiguiente al clímax. Tan enojosa postura suele durar unos veinte minutos: los que necesita el pene para recuperar el estado de flacidez. En el ínterin apenas existe libertad de movimiento. Aquellos dos animalillos, que se limitaban a hacer lo que Adán y Eva hicieron, por mandato de Dios, dentro y fuera del Paraíso, no la tenían. Iban los pobres de un lado para otro aullando, gimiendo, retorciéndose, revolcándose y tratando de esquivar así la lluvia de pedruscos que caía sobre ellos. Yo, espantado, contemplaba la escena como si estuviese viendo una película de la Hammer.
De tan cruento modo vine a saber que el peor de los depredadores es el ser humano. Sólo él mata por matar, agrede porque sí, domestica para explotar, doma por diversión... Los coreanos hierven gatos vivos en el interior de ollas exprés y preparan una deliciosa sopa -lo está- de penes de perro. Miles de animales son sacrificados a diario en China para satisfacer la depravación gastronómica de sus habitantes. Una vez vi como desconchaban y descuartizaban viva a una tortuga en un mercado de Hong Kong. Fue atroz. En Vietnam acaban de lanzar una campaña de sensibilización para que los nativos dejen de matar perros con miras a cocinarlos. Hace poco detuvieron en Almería a unos malhechores que organizaban peleas de gatos azuzándolos entre sí y en Galicia a un veterinario que llenaba de cocaína el estómago de los cachorros de perro y luego les cosía el costurón para transportar la droga. En México acaban de prohibir los espectáculos circenses en los que actúen animales. En Italia están proscritos los zoos (Casas de fieras, con minúscula, los llamaban en mi niñez las únicas fieras con mayúscula que conozco). En Zimbabwe...
"Yo quisiera ser civilizado como los animales", cantaba Roberto Carlos. ¡Los osos no tocan la trompeta, coño! ¿Vaya fauna? Pues sí: la humana. Tomemos medidas. Extradítese al sacamuelas. Leña al hombre, ese mono sin pelo, hasta que vuelva a hablar el idioma del Paraíso.