Cuba: la normalización y la normalidad
JOSÉ MANUEL PALLÍ *
No hace mucho, Carlos Alberto Montaner nos regaló una columna –excelente, como casi todo lo que escribe– explicando el significado de la palabra “mentecato”, y definiéndola como alguien que tiene su mente cautivada por algún ideario.
Con la reapertura recíproca de embajadas se abre otro capítulo en la historia de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos y, al mismo tiempo, de lo que Montaner llama “mentecatería”, rampante entre quienes en Miami ven la normalización de las relaciones entre ambos países como algo anormal, cuestionándola y atacándola con los mismos argumentos que han usado, “normalmente”, durante más de medio siglo.
Las encuestas son cada vez más terminantes a la hora de confirmar la irrelevancia de esos argumentos de la vieja “normalidad”, demostrando que la amplia mayoría de los ciudadanos de los EEUU (más del setenta por ciento según la más reciente) ven el mantenimiento de una política de confrontación y aislamiento como una absurda anormalidad.
El mundo todo celebra esta nueva era de acercamiento entre Cuba y los EEUU, mientras nuestros mentecatos de la intransigencia se aferran a los “argumentos” o talking points que les señalan sus propias usinas (sus “expertos asesores”) de la mentecatería, cayendo, por enésima vez, en el mayor de los ridículos. El ridículo du jour (al cual recurre toda nuestra delegación cubanoamericana al Congreso de los EEUU, cual cardumen) es señalar que Cuba va a utilizar la nueva placa en la fachada de su legación en Washington para espiar en los EEUU.
Nuestros persistentes mentecatos no parecen tener noticias de que si alguna nación en el mundo de hoy es sindicada por todas las demás como proclive a espiar –y a espiar a enemigos y a aliados por igual– esa nación no es precisamente Cuba.
Y como tampoco tienen ideas (como no sean las mismas de sus padres, tíos y abuelos) no se les ocurre nada mejor que invitar a los cubanos en la isla a “asilarse” en la nueva embajada de los EEUU en La Habana.
El canciller cubano reiteró aquello que las autoridades cubanas han dicho hasta el hartazgo: el modelo socioeconómico cubano no va a cambiar, y la apertura que se dé en Cuba se va a dar en virtud de la vocación de cambio que expresen –aun en el limitado espacio que existe hoy para esa expresión– los cubanos en la isla. Es a esos cubanos a quienes es nuestro deber escuchar y darles voz (aunque lo que ellos quieran difiera de lo que nosotros queremos para ellos), y esta es la oportunidad para hacerlo, a través de la interacción directa con ellos.
El ideario que algunos llaman neoliberal (para mí no es sino neoconservador, ya que me imagino que los liberales de la primera hora, los de la Pepa y hasta los del Perico, verían a tantos agitadores de la bandera de un presunto “liberalismo” entre nosotros como representantes del más Ancien de los Regime) difícilmente haga pie en esa Cuba que comienza a gestarse a partir de esta nueva era que se inicia.
Yo no creo que los cubanos en la isla quieran una “democracia” como la nuestra, donde el santo y seña es la billetera y se trata de excluir a los votantes "molestos" –todo esto con el beneplácito y bajo el amparo de nuestro “ancla” institucional, que es quien fija cuál es el estado de y “del” derecho– y donde solo vota alrededor del cuarenta por ciento de los empadronados. Ni creo que compren para la Cuba del futuro un ideario según el cual el bien común no existe, la pobreza no tiene causas y la desigualdad más descarnada es sana y hasta deseable.
Cuba tiene sus instituciones, y esas instituciones habrán de evolucionar al ritmo y al paso que impongan los cubanos en la isla, y los de afuera debemos concentrarnos en facilitar y acelerar ese paso y en acoplarnos a ese ritmo.
Esa interacción entre cubanos, dentro y fuera de Cuba, es la única normalidad que cuenta en el futuro previsible.
La bravuconería de amenazar con revertir esa normalidad no se entiende sino en el marco de la más extrema de las frustraciones devenidas en mentecatería. Y es una pena, porque entre quienes así actúan hay gente joven y valiosa que parece dispuesta a inmolar su carrera política en una hoguera no ya de vanidades sino del más extremo de los ridículos.
Es imperativo liberar a Cuba urgentemente, pero de la politiquería doméstica de los EEUU. Y los principales beneficiarios de esa liberación serán quienes hoy tienen sus mentes cautivadas por la vieja anormalidad.
José Manuel Pallía es abogado cubanoamericano.