Matan a otro homosexual en Villa Clara
Suspenden las fiestas populares de agosto en Caibarién por miedo al delito inmanejable.
Caibarién
El pasado 22 de julio asesinaron en su domicilio a un conocido homosexual en Caibarién. Tenía 58 años y era tapicero del Taller Reconstructor de Coches Ferrocarrileros en esa localidad del centro-norte cubano.
Según cuentan vecinos y familiares que escucharon música proveniente de su casa cerrada, lo echaron de menos y, forzando la puerta al mediodía, lo encontraron en el suelo con la cabeza aplastada a martillazos, el cuello y los dedos cortados, los dientes enchapados de oro arrancados y sin las prendas que solía portar.
Se llamaba Leandro Roberto Medina Hernández y gozaba del respeto y el cariño de amigos, vecinos y compañeros de trabajo a pesar de sus preferencias. El fallecido solía tener una vida bastante holgada de tipo económico y poseía algunas propiedades, incluyendo joyas y una motocicleta que habrían desaparecido durante el suceso.
Añaden cederistas consternados y comprometidos con "la cuadra siempre vigilante" que los asesinos —porque debieron ser más de uno para saquearle los enseres valiosos— bien pudieran figurar entre los habituales "clientes" de Medina, pues no escucharon en la madrugada tiro de cancela en el jardín ni ladridos de los perros.
Se ha filtrado que los "visitantes" nocturnos estuvieron mirando videos pornográficos en compañía suya y que el arma homicida era propiedad del fallecido.
Una inusitada ola de violencia, robos y atracos se ha levantado en ese municipio costero donde antaño era impensable imaginar otra ola que no fuese marina. La fila de altercados vistos u oídos por la población crece y no hay modo de entender las causas de tal desbarajuste, sobre todo a falta de información real que contraste con los rumores. No existe modo de parar la bola, valga decir, la especulación.
Lo que sí pulula es que "a veces nuestros jóvenes se drogan". Los arrestos sucedidos este mismo mes allí confirman que la mayoría de los bandoleros no rebasa los 25 años. Saben muy bien aquellos descarriados que obedeciendo sin chistar al reeducador carcelario asignado por oficio, cuando hayan cumplido la mitad de las condenas andarán sueltos de nuevo. Saben también que el código penal vigente se porta más severo con homicidas de vacas y langostas que con gente que mata gente.
Y, aunque en este último caso la policía ya ha rescatado el botín y detenido a varios gracias a la precipitación en exhibirlo, es evidente que no todo lo robado a otros ciudadanos en diferentes circunstancias será por igual recuperado.
Caibarién, "zona de peligro"
No se explica que la malevolencia acceda a un área calmada ayer y usualmente tolerante hacia los géneros por su estirpe parrandera, cuyo premio hoy es que acaban de cancelar las fiestas populares de agosto por miedo al delito inmanejable, pues en saludo al 26 de julio ha sido declarada Caibarién como "zona de peligro".
Resulta raro también que allí se haya elegido por dos períodos continuos en votaciones populares al primer transexual comunista para integrar la atípica asamblea de un Gobierno que poca seguridad ofrece a sus pares en el territorio.
Preocupa a la población que no se informe nunca lo que en verdad pasa en el país —porque un crimen homólogo en los EEUU ocupa de inmediato toda la prensa y da de comer a petulantes comentaristas— cuando las víctimas son desconocidas o no populares. Anunciar de manera discreta los atentados a "famosos" y dejar la cosa ahí, sin aportar mucho sobre la noticia entera que el resto reclama, es ya costumbre de tan misericordiosas autoridades, que operan así solo para guardar la forma. Y de paso, la silla.
El pasado año asesinaron en la capital al teatrista Tony Díaz, y con anterioridad al actor Miguel Navarro, ambos homosexuales. Murieron presuntamente a manos de examantes despechados y la prensa insinuó que se trataba de "crímenes pasionales".
Este mayo, un travesti que paseaba solo a medianoche fue apedreado en Pinar del Río, en plena plaza pública, hasta ocasionarle la muerte quebrándole el bazo.
Hablar de disimulada homofobia social e institucional hoy es casi otro delito, tras las aplastantes victorias populares conseguidas por el CENESEX en voz de su egregia presidenta. Por supuesto que ninguna de esas victorias contempla al sacrosanto Código de la Familia, que permanece anquilosado desde 1976 y no se somete al mudo Parlamento una ley de convivencia consensuada u homoparental, so riesgo de hacer estallar la histeria en el foro.
Pero el secretismo de los casos policiales va mucho más allá. Durante todo el año la Isla ha sido sacudida por asaltos continuos a personas e instituciones, centros comerciales y escuelas, sin que esos eventos lleguen ni por casualidad a asomarse en páginas de nadie. Solo cuando han sido resueltos los casos para orgullo de investigadores y supervisores, toman muestras de ejemplos —especialmente rateros— y los hacen públicos en una triunfalista serie de TV patrocinada por los Estudios Baraguá.
Hace una semana escuchamos acerca de unos motoristas enmascarados que alcanzan récords de impunidad robando servicentros en la autopista nacional. Comenzaron por La Habana con cuatro y han llegado hasta sitios de la provincia —Manicaragua y Santa Clara— sin que el pueblo sepa palabra. En esa misma autopista fueron masacrados ocho personas a comienzos del siglo y Fidel Castro en persona dijo en la Mesa Redonda que "cuando llegue el momento" se informaría al pueblo de lo sucedido. Si alguien supo algo después por algún medio, compártanlo por favor, pues los parientes de algunas víctimas aún aguardan en un limbo atroz.
Escuchamos desde otras provincias eventos similares. En Cienfuegos machetearon a una lesbiana solo por resistirse a que la despojaran. En Sancti Spíritus han desvalijado paladares pandillas de cuatreros. En Oriente y Occidente atacan a turistas que luego ni atinan a identificar el oscuro rostro del criminal entre la muchedumbre arrestada.
Otro índice horripilante del cual no habla la prensa oficial es el de los suicidios y alienaciones de jóvenes cuya máxima aspiración continúa siendo "escapar", en todos los sentidos posibles.
Y es que han valido de muy poco los largos períodos de discursos, adoctrinamientos, experimentos, amenazas o anuncios de cambios, pues esta hornada de muchachos frustrados desde la cuna no parecen encontrar otra alternativa que, para llegar a vivir como ven vivir a sus censores, delinquir también.