Las congas del subdesarrollo
La actitud individual de muchos transexuales y travestidos, siempre terminan siendo shows para homofóbicos
Por José Hugo Fernández | Desde La Habana, Cuba | Cubanet
Mientras que la transexualidad y el travestismo no trasciendan en Cuba el rol de espectáculo público que le ha impuesto nuestro cerril ambiente patriarcal, dudo mucho que sus defensores tengan suficientes motivos para darse por satisfechos. No basta con la aprobación de las cirugías para cambios de sexo. Ni siquiera bastaría con la aprobación de las bodas gays. El revuelo, la casi forzosa atmósfera de escándalo, el pintoresquismo que suelen traer aquí aparejadas todas sus actividades de grupo, así como la actitud individual de una buena parte de los transexuales y travestis, siempre terminan siendo shows para homofóbicos. Se trata de un comportamiento no tan incomprensible como difícil de explicar sin el peligro de que a uno lo tilden de machista. Pero tal parece que a la hora de proyectarse públicamente, muchos transexuales y travestidos estuvieran pensando más en sus detractores que en ellos mismos, y que les motivase más el interés por provocar a quienes nos les quieren que el deseo de reafirmarse serenamente y de hacerse respetar como las personales normales que son. No creo que abunden entre nosotros actitudes como la de Rosa, protagonista de la película Vestido de novia, que lucha resueltamente por reafirmar su identidad, por conservar el amor de su pareja y por defender el lugar y las circunstancias que escogió para vivir, pero lo hace sin la menor estridencia pública, desafiando con toda su templanza los cánones de nuestra sociedad homofóbica. Se afirma que la historia de este conmovedor personaje de la película de Marilyn Solaya está basada en un caso real. Pero no me parece que sea prototípico. Y si existen muchos otros como Rosa, entonces la situación quizá sería más grave, porque son los que no se ven, aquellos cuyo esfuerzo ejemplar no está sirviendo de ejemplo, toda vez que resulta eclipsado por la resonante frivolidad que se exhibe en las muy mediáticas congas de Mariela Castro. Más que para desafiar los prejuicios y la incivilizada actitud de los homofóbicos, las susodichas congas parecen concebidas para darles solaz recreo. Lo más amable que podría decirse sobre ellas es que recuerdan las ya antiguas exposiciones de los Drag-Queen y las Drag-King, aquellos hombres y mujeres que se visten y actúan como estereotipos del sexo contrario, con la intención, primordialmente histriónica y caricaturesca, de divertirse y divertir a sus espectadores. Ya se sabe que vivimos en un país donde no valen para nada las esencias y donde todo depende de lo que seas capaz de representar públicamente a tu favor. Pero es que en este caso no se trata sólo de representaciones. También cuenta el imperativo de imponer con un mínimo de fidelidad los propósitos y añoranzas de los transexuales mediante su simple vida cotidiana. “El escándalo, en nuestros días, no consiste en atentar contra los valores morales, sino contra el principio de realidad”, nos advierte con certeza el filósofo Jean Baudrillard. No es que tengan que comportarse como los de Suecia, ya que no somos suecos en tantas otras manifestaciones. Pero tampoco creo que hagan avanzar esencialmente sus planes a través de esos shows públicos donde actúan como payasos de circo, que divierten pero no convencen.
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